Este libro ofrece una mirada caústica, irónica y desonfiada hacia los grandes nombres de la cultura española de la Transición. Nadie se libra del joven Chirbes, quien arremete contra escritores, editores, traductores e incluso políticos, incluyendo a Vargas Llosa, Ramón Tamames, Camilo José Cela y otros.
El volumen también incluye entrevistas a Carmen Martín Gaite, Ángel González y Alfonso Sastre, entre otros, ofreciendo una perspectiva precisa y a contracorriente de los hitos y protagonistas de la vida cultural de este periodo histórico.
Chirbes no tiene reparos en expresar su opinión contundente sobre diversos temas. Critica la dedicación de Camilo José Cela solo a "sus encilcopedias del erotismo" y describe a Vargas Llosa como un "escritor en vías de bajar la guardia, dejándose sorprender por el aburrimiento". También cuestiona los premios literarios, la industria cultural y política, acusando a los políticos de querer imponer reglas en un juego recién inventado. Su estilo directo y sin temores reverenciales demuestra su puntería fina y lucidez al situarse por encima de la opinión común.
Estos textos, reunidos en una edición crítica exhaustiva, componen una crónica implacable de un periodo crucual en la historia receiente de España desde una perspectiva orgullosamente contracultural. Rafael Chirbes, reconocido novelista y crítico literario, supo captar el pulso del tiempo político convulso y cambiante que le tocó vivir, y se destacó como une excelente periodista cultural a través de numerosos artículos y reseñas. Fue colaborador habitual en las publicaciones contraculturales de la Transiciónb e incluso dirigió una revista gastronómica llamada Sobremesa.
Entre sus obras literarias más destacadas se encuentran "La caída de Madrid" (2000), "Los viejos amigos" (2003), "Crematorio"(2007, Premio de la Crítica), "En la orilla" (2013, Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa) y "Paris-Austerlitz (2016), así como sus Diarios (2021, 2022).
Chirbes escribía con el terror colgado de los dedos, consciente de que escribir en España en ese momento implicaba asentir o desestabilizar. Su palabra no buscaba la moderación, serenidad ni imparcialidad, sino expresar su visión crítica y desafiante de la realidad.
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