Esta presente novela-histórica nos ofrece un comienzo esplendoroso, y es la narración de la destrucción de Carthago/Qart Hadash, que forma parte de las mejoras descripciones historiográficas realizadas, ya que está bastante bien documentada; aunque ese momento histórico fue un desastre para la humanidad, ya que el genocidio de Cartago no fue positivo para los seres humanos del momento, porque ganaron los réprobos, desde mi punto de vista de historiador, y que eran los romanos. Disiento del calificativo dedicado al plausible poderío de los púnicos; ya que ese hecho no se puede comparar al de Roma. Cartago era una república comercial y mercantil, y solo realizaba guerras, cuando las condiciones eran ya insoportables para sus ciudadanos y sus negocios. Roma tenía un concepto imperialista y expansivo fuera de toda duda, y no respetaba los tratados que firmaba y nunca cumplía. Una importante pléyade de personajes históricos adornan toda la narración de la eliminación flagrante de otro pueblo, el de los celtíberos arévacos de Numancia, que decidieron defender su identidad y su derecho hasta el final, afrontando el exterminio, al que tan aficionado era Publio Cornelio Escipión Emiliano Numantino; otro y este sí es muy loable y positivo, es el tribuno militar, y futuro tribuno de la plebe, Tiberio Sempronio Graco, nieto de Publio Cornelio Escipión Africano “el Viejo” e hijo primogénito de Cornelia, mujer que definía las esencias de la ética en esa Roma republicana, ‘Cornelia gracchorum’. También es bueno citar al último defensor de Cartago, aunque ciertamente ridiculizado por el autor, Asdrúbal “el Beotarca”, lo que se fundamenta en los calificativos de Polibio, que no dejaba de ser el cronista historiográfico de Escipión Emiliano. La cita de los asesinos ursonienses del lusitano Viriato, son patognomónicos: Audax, Ditalco y Minuros-Nicorontes. También deseo mencionar a Gayo Lelio, otro militar romano prestigioso; Servio Sulpicio Galba, el pretor que cometió el genocidio sobre los lusitanos y la rapiña de sus templos. Los defensores de Numancia; Avaro, Retógenes y Megaravico; y, para no dilatar más la nómina, deseo nombrar a un amigo de T. Sempronio Graco y que será, asimismo, tribuno de la plebe, llamado Marco Octavio, quien luego será su adversario, alarmado de los planes agrarios de Graco, el cual se vio obligado a destituirlo, ante el veto realizado por M. Octavio a las leyes agrarias. “Ser romano era tanto como ser un ciudadano. Y ser ciudadano romano era tanto como votar, votar sin parar, tantas veces como fuese necesario cada año. Votar leyes, votar plebiscitos, votar declaraciones de guerra, votar penas capitales pero, sobre todo, votar a aquellos que fuesen a ocupar las magistraturas de gobierno de la ciudad”. Esta definición de la página-310 titulada ‘Tribunos militares. Roma, mediados de noviembre’, define, estupenda y certeramente, como se sentían los romanos del final de la República. Y, era lo que hacían cada año, en el Campo de Marte, bien en forma de comicios centuriados o por tribus, eligiendo a: dos cónsules, ocho pretores, cuatro ediles, diez cuestores y diez tribunos de la plebe. Era su esencia de ser romano, superior a todo lo que rodeaba a la urbe capitolina, y que sería definido como el Senatus Populusque Romanus, o la simbiosis entre los gobernantes senatoriales y la plebe de Roma: ‘votar y sentir la ciudadanía’. Esta simbiosis, superior a la de los otros pueblos de su época, era la que conllevó los triunfos de las legiones de Roma, y de la que la magnífica civilización cartaginesa adolecía, esa falta de cohesión cívica conllevaría el final pavoroso y sangriento de los cartagineses, y lo que representaban. La obra está dividida en capítulos consulares, con el nombre y la fecha de los susodichos magistrados supremos de la Roma republicana. «‘Numantia. La ira de los Escipiones’ es la continuación de ‘El primer senador de Roma’ y de un periodo formidable que, de la mano de las más grandes figuras históricas, rebosa epopeya, batallas, violencia, traiciones e intrigas encarnizadas en una Roma que ve cómo sus viejos y férreos valores republicanos comienzan a derrumbarse. Corre el año 146 a.C. cuando Escipión Emiliano, después de tres años de asedio, supera las últimas defensas de Cartago y abate por siempre el poderío cartaginés. Sin embargo, el regreso a Roma para celebrar su triunfo no es el esperado, desatándose las ansias de popularidad y ambición del resto de las familias y facciones senatoriales, embarcadas todas ellas en una incansable lucha por el poder en la que nada ni nadie se respeta. Entretanto, el centro de operaciones militares se traslada a Hispania, donde el rebelde lusitano Viriato humilla a las legiones y donde se elevan los enormes fuegos de la rebelión celtíbera y de la extraordinaria y épica resistencia de una ciudad irrepetible, Numantia. Es también el tiempo de Tiberio Sempronio Graco, nieto de Escipión Africano e hijo de Cornelia, matrona ejemplar y mujer fuera de lo común. El joven Graco abanderará una conflictiva reforma que sacudirá los cimientos del Senado y de la República misma, que iniciará el camino hacia su propia destrucción». El primer capítulo es extraordinario, de narración y de documentación, se produce durante el año 146 a.C., y en el consulado de Gneo Cornelio Léntulo y Lucio Mumio Acaico. La descripción del hecho histórico (destrucción de Cartago) presenta una riqueza de matices, que emociona como si tuviésemos las imágenes verídicas de lo que ocurrió. Esta obra se puede leer, de forma totalmente independiente, de la primera, pero exige un conocimiento importante sobre la Historia Antigua que se está narrando, sobre todo cuál fue la participación de los actores en este momento histórico, que tanto se dilata en el tiempo y en espacio. Existen dos personajes antagónicos, contrapunto uno de otro, son Escipión Emiliano y Tiberio Sempronio Graco. Sorprende el que los lusitanos de Viriato no se uniesen a los celtíberos de Retógenes en la defensa de Numancia, pero, parece ser que los lusitanos tenían una cierta consideración de autosuperioridad y un mínimo desprecio de los lusitanos hacia los celtíberos; de ello Roma obtendrá todos los beneficios esperados. El que se citen, de forma prístina, los consulados del momento narrado, permite una claridad meridiana de la trama, lo que se incrementa por medio de los mapas existentes en el final de la obra. También es de agradecer el cuadro, págs. 828 y 829, en el que se especifican nombre y funciones de los principales cargos públicos o magistraturas de Roma, a mediados del siglo II a.C. “-¡Gracias, joven Graco! -gritó Asdrúbal sin poder evitar una amarga sonrisa. Ahí radicaba precisamente la diferencia entre Roma y Cartago. Roma paría Escipiones, uno tras otro. Cartago solo había parido un Aníbal Barca. -Carthago delenda est”. Recomendación indubitable. «Duos habet et bene pendentes. Deo gratias!». Puedes comprar el libro en:
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