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“El parque”, de Marguerite Duras

Por Francisco Jiménez de Cisneros
miércoles 17 de diciembre de 2014, 09:05h
El parque
El parque

La escritora francesa, aunque nacida en Saigón, Marguerite Duras, escribió en 1955 la novela corta “El parque”, que ahora reedita con acierto Menoscuarto Ediciones. Una recuperación que nos acerca a una de las grandes escritoras de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, donde se sale de lo que nos tenía acostumbrados y nos sorprende por la sencillez aplastante con que trata un tema cotidiano de aquellos años.


Este año se cumple el centenario del nacimiento de Marguerite Duras y qué mejor que recuperar sus obras, tanto novelísticas como cinematográficas, para celebrar dicha efemérides. El parque no es una de sus obras más conocidas, probablemente El amante y su corolario El amante de la china del Norte, eclipsaron el resto de su obra, lo cual es un error, porque todas sus páginas respiran la literatura inquieta y crítica de una persona con una personalidad arrolladora.

Además, El parque cuenta con la traducción del editor, poeta y senador socialista Carlos Barral, una de las personas que mejor supo entender la segunda parte del siglo XX. Poseedor de una narrativa abrumadoramente insólita, como demostró en los siete volúmenes autobiográficos que escribió y que con Penúltimos castigos, novela también autobiográfica, crease una escuela en la forma de narrar, allá por los comienzos de los años ochenta.

El parque” es un largo diálogo entre una joven parisina, cuidadora de un niño, y un vendedor ambulante en un recóndito parque de la capital francesa. Con esta simple trama, la autora despliega el universo de dos personas, casi antagónicas, que irán centrando sus posturas vitales hasta confluir y ponerse de acuerdo sobre las grandes inquietudes de las personas.

Sin casi descripciones, sin casi explicaciones, con el único juego de pregunta y respuesta y repreguntas, Marguerite Duras va conformando un repaso a dos vidas solitarias que necesitan afecto y la timidez de ambos hace que den vueltas y más vueltas en busca de una confluencia donde poder unirse. Por eso en algunas ocasiones ese diálogo se convierte en dos monólogos a la búsqueda de un diálogo común.

Mientras ella es una joven soñadora que quiere cambiar de vida mediante el matrimonio y sabe perfectamente lo que quiere, él es una persona que no ha sabido nunca lo que ha querido hacer, que se ha dejado llevar por la vida como una cáscara de nuez flotando en la corriente de un caudaloso río que le zarandea sin piedad. Es el sino de los cobardes, que no toman nunca las riendas de su vida.

Estas dos personas, tan diferentes y a la vez tan cercanas, mantienen una charla trascendental en una bella tarde primaveral. Una larga reflexión sobre la soledad y sobre lo que hay en su entorno. Una charla que quiere ser el comienzo de algo y que no sabemos lo que ocurrirá. Con un final abierto y desasosegante, el lector se queda con las ganas de empujar a los protagonistas a una confluencia que les haría intentar ser felices.

Marguerite Duras demuestra la genialidad de lo sencillo en unas páginas reflexivas, estudiadas y de una riqueza lingüística de gran valor. Y que nos lleva a haber leído más en la novela o buscar otros títulos que nos acerquen a la escritora francesa. Como dice la autora en la novela: nada se desea más como lo que nos hace sufrir. Hubiésemos preferido sufrir un poco más con la lectura de la novela. Lo genial se nos hace breve y lo mediocre, extenso. El parque está entre las primeras.


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