«Todo empezó con un sueño. Muchos de los problemas de mi vida empiezan con un sueño» Así comienza uno de «Los siete años de abundancia» del director de cine y guionista, Etgar Keret (Tel Aviv 1967) Ha publicado cuatro libros de cuentos, una novela, tres comics y un libro para niños.
¿Y sus libros?
Han sido traducidos en 35 países y ha colaborado en distintos medios de comunicación. Su película Medusa ganó los premios Cámara de Oro, mejor Película y mejor Guion en la Semana de la Crítica en el Festival de Cannes en 2007. Quizás haya sido su vida de profesor en el departamento de Cine y Guion en la Universidad de Tel Aviv uno de los muchos motivos por los cuales de alguna manera haya dado a conocer un diario que durante siete años ha llevado y en donde ha registrado sus vivencias tanto personales como profesionales. Estos siete años que parecen un número simbólico y que todos en una mayor o menor medida deberíamos llevar. Y más aun siendo desde el nacimiento de su hijo hasta la muerte de su padre.
¿Unas historias?
Que rozan lo trágico y lo cómico y que van mucho más allá de su familia y de su carrera. Una hermana ultraortodoxa que tiene once hijos y ocho nietos, un hermano pacifista a favor de la legalización de la marihuana y unos padres sobrevivientes del Holocausto. Algo sumamente personal que parece contener en su interior toda la historia de la sociedad israelí. La llegada a un hospital para el nacimiento de su hijo coincide con las víctimas de un atentado suicida; o cuando sus conversaciones con otros padres de niños de tres años implican preguntas como: «¿se unirá tu hijo al ejército cuando tenga dieciocho años? o ¿Cómo le cambia la vida a uno, cuando está soltero y le vienen historias a la cabeza o cuando se casa, tiene una hipoteca y al mismo tiempo las historias parecen haber desaparecido? Y la pregunta sería: ¿En un contexto como Oriente Medio se puede ser el máximo exponente de la narrativa moderna en hebreo?»
¿Son obras?
Que se suman a las ya publicadas en su momento por el escritor israelí David Grossman (Jerusalén, 1954) quien siendo muy joven y enviado por el semanario Koteret Rashit en la primavera de 1987 a punto de cumplirse el vigesimo aniversario de la Guerra de los seis días a realizar una serie de reportajes en la Cisjordania ocupada y estos reportajes se publicarían en forma de libro bajo el nombre de «El viento amarillo» en de pese al tiempo transcurrido sigue siendo actualidad pues «se trata de unos relatos brillantes y apasionantes sobre cruda realidad del pueblo palestino y una visita a los asentamientos judios en la misma región»
¿La muerte?
De su hijo le sorprendió su muerte cuando se hallaba realizando una obra, algo ese sufrimiento que como padre le marcaría y daria así unas respuestas y debates distintos como el que en su momento realizó hablando de esta cuestión con el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Una llamada que nos sirve para los tiempos actuales en una situación insostenible. Quizás los autores «mueran» como ha sido el caso de Amos Oz (1939-2018) de quien el propio Grossman llegaría a decir «Fue un hombre sabio y generoso. Tanto para quienes tuvieron la suerte de tomar un café con él como quienes pudieron disfrutar de la oportunidad de mirarle a los ojos. Reconocen la clarividencia con que analizaba nuestra realidad y su profunda comprensión de la política y la naturaleza humana»
Las autoras y autores «mueren» pero sus obras, sus palabras siguen vivas en el imaginario de todas y todos nosotros.
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