¿Cuándo le surgió la idea de escribir su novela? Yo creo que escribí mi primera novela para probarme a mí mismo que era capaz de escribir una novela, aun cuando todavía no disponía de los mimbres necesarios para hacerlo. Un año antes había publicado un librito de cuentos que era una cosa muy insignificante, como para leer en una tarde de playa, y sentí que me había quedado con ganas de más. Así que decidí recoger mis recuerdos de adolescencia y con ellos conformé una novela. Quería escribir sobre un tiempo y un espacio que conociera bien. La adolescencia es una época que todos recordamos de un modo u otro, positiva o negativamente, incluso de ambas formas. Yo la viví en una ciudad llena de claroscuros y contradicciones como Pamplona, en una década, la de los 90, en la que aún convivían posiciones enfrentadas de un modo absolutamente maniqueo. Así, a través de mi propia peripecia y la de la de mi familia, una peripecia muy sencilla y común, me esforcé por retratar una ciudad y unos años. Siempre digo que “Fue en Pamplona” es una novela de época. ¿Qué ventajas tiene una narración de este tipo? Yo he escrito y he publicado tanto novela como cuentos. Mediante ambos géneros contamos historias, pero uno y otro se rigen de formas muy distintas. Mientras que el cuento ha de ser conciso y contundente, la novela requiere de una trama más extensa que permite un mayor desarrollo de la historia y también una mayor dimensión. La novela resulta inevitablemente más complicada por el tiempo y la dedicación que exige. Escribir un cuento no debería llevar mucho tiempo; de lo contrario corremos el riesgo de que pierda la fuerza del instante que te ha movido a escribirlo. Una novela, sin embargo, puede implicar años de escritura. ¿Cree que las sociedades están mejor preparadas para avanzar que para retroceder? Habría que saber a qué nos referimos cuando hablamos de avanzar y de retroceder. Personalmente no puedo evitar definirme como un pesimista, o lo que para mí es lo mismo: como un realista. Creo que el mundo que actualmente conocemos, al menos la sociedad occidental, ha naufragado de un modo estrepitoso. Y si no basta con mirar a nuestro alrededor, o con encender la televisión. Vivimos rodeados de locura y de injusticia, en un mundo en el que solo nos salvamos de la locura (o eso creemos) mediante la permanente alienación, un mundo en el que los lúcidos son llamados locos (y por eso estos terminan apartados, marginados), mientras que los verdaderos locos son los que pilotan la locomotora que nos arrastra al resto que vamos dentro de los vagones. Lo peor es que dentro de los vagones no hay atisbo de rebeldía. No, no creo que las sociedades actuales avancen hacia ninguna parte, al menos hacia ninguna que valga la pena. ¿Cree que la tecno dependencia que ya emerge hoy puede tener consecuencias psicológicas graves en el futuro? Absolutamente. Creo que ya está ocurriendo, y que se refleja en todos los ámbitos. Allá donde mire uno se encontrará con una progresiva deshumanización. Nuestro modo de vida, el modo en que ya nos relacionamos, se ha visto seriamente afectado. Podrán extraerse muchas ventajas de los avances tecnológicos, no lo negaré, pero entre ellas se nos han colado también una infinidad de deterioros. La tecnología es un caballo de Troya que el sistema consumista nos ha metido hasta la cocina. Y ya no podemos escapar de ella, porque no sabríamos vivir sin ella. Pensemos solo en los niños y en los jóvenes, en cómo se relacionan, o mejor dicho, en cómo no se relacionan entre ellos, incapaces de comunicarse si no es teléfono móvil mediante (de última generación si es posible), en cómo su mundo ha dejado de ser real para convertirse en virtual. Pensemos en su modo de entender la sexualidad, en cómo lo que ven en internet es lo que esperan reproducir después en la vida real, en la confusión en la que viven permanentemente por el acceso inmediato a un montón de información que, sin embargo, nadie les explica. Yo no hablaría solo de tecno dependencia, sino directamente de tecno adicción. La tecnología invita, además, a un consumo frenético, y a otras adicciones implícitas, como el porno, como el juego, que van dirigidas siempre a los más vulnerables. Es mentira eso que dicen de que la tecnología ha democratizado la sociedad. No es verdad; el acceso indiscriminado e incontrolado a la información contribuye, en realidad, a la desinformación. Sabemos cómo se llama eso. Se llama Capitalismo. La tecnología es una piñata perversa de la que se sirve el Libre Mercado. ¿Cree que los gobiernos y las grandes corporaciones ocultan la mayor parte de los avances que utilizan para vigilar a la población y manipular el poder económico? Hay cosas que ya no entran dentro de lo opinable, de lo que uno cree o deja de creer. Que los gobiernos y las grandes corporaciones que dominan el mundo nos manipulan es un hecho. Que en España, por ejemplo, no es el gobierno el que toma las decisiones realmente importantes es un hecho. Los gobiernos son lacayos del Mercado. Creo que ya nadie puede negar esa evidencia. Se han dado, tanto dentro de nuestras fronteras como fuera de ellas, suficientes pruebas de ello. Y si no baste con citar el caso de Julian Assange, quien actualmente está muriendo en una cárcel británica sin que a nadie escandalice. El Sistema no tiene miramientos a la hora de silenciar a aquellos que denuncian sus miserias. Los medios de comunicación no suministran información; suministran consignas, suministran modos de vida prefabricados en los que las personas pretendemos encajar a toda costa, a riesgo de morir en el intento. Pero no son solo los medios de comunicación. También Hollywood es una máquina propagandística en manos de poderosísimos lobbies. Hollywood es otro gran caballo de Troya como lo es la tecnología utilizada indiscriminadamente. Lo afirma alguien que se reconoce como un rendido cinéfilo. Yo veo mucho cine, también de Hollywood, y lo disfruto, pero no por ello dejo de darme cuenta de cuándo Clint Eastwood me la quiere meter doblada con su última película. Hay que estar atentos. De lo contrario, adiós. Estaremos totalmente indefensos y perdidos. ¿Eligió la editorial o le eligió ella a usted? Yo comencé autopublicando. Aún no sé si acerté al hacerlo. Quiero decir que la autoedición tiene mala prensa. En contra de lo que se cree, no es un fenómeno reciente (Lorca publicó su primer libro gracias a que sus padres se lo pagaron); lo que ocurre es que es verdad que hoy cualquiera puede publicarse un libro, y eso genera cierto desprestigio dentro de las autopublicaciones (aun cuando entre ellas hay libros estupendos, del mismo modo que muchos de los llamados best-sellers son purria). Hace cinco años yo no conocía nada del mundo editorial (ahora sé poco más), pero quería publicar un libro, y lo hice. Después me di cuenta de que, si quería seguir escribiendo, y quería, aquello podía resultar inconveniente. Pero lo de elegir editorial casi suena a chiste. Imagino que eso pueden hacerlo solo los escritores ya consagrados, o aquellos que han pegado un pelotazo con un libro. Los demás nos dedicamos a enviar lo que escribimos a distintas editoriales y a esperar que alguna conteste. Yo envié un compendio de cuentos a una editorial y me sorprendieron respondiéndome que estaban interesados en publicarme. Recuerdo que me llevé una gran alegría. Aún les estoy agradecido, pero se trataba de una editorial modesta, como cabía esperar, y desde luego publicar con ellos no supuso el gran despegue. Y es que del mismo modo que han proliferado las editoriales de autoedición, también lo han hecho pequeñas editoriales tradicionales. Hacen un trabajo encomiable, pero lo cierto es que su alcance y su capacidad de difusión es muy limitada. ¿Uno escribe por necesidad o por inconsciencia? En mi caso lo tengo claro. Es una necesidad. Escribir se ha convertido para mí en mi gran tabla de salvación. He escuchado muchas veces, incluso a escritoras y escritores muy reconocidos, que escribir les supone un gran sacrificio, que les cuesta horrores. No es mi caso. Sí, desde luego que me lleva tiempo y trabajo, que cuesta, pero yo no sufro escribiendo, sino todo lo contrario. Haciéndolo disfruto muchísimo. No suelo experimentar ese pánico del que tanto se habla hacia la página en blanco, no me cuesta encontrar temas, ideas sobre las que escribir. Siempre quiero escribir sobre algo. Diría que mi problema es que quiero escribir sobre demasiadas cosas. Dentro de mi cabeza tengo una lista de libros que me gustaría escribir. Es demasiado larga. Me conformaría con escribir, y publicar, algunos de ellos. Publicar es lo importante. Un libro no existe si no se publica. Y a mí jamás me interesó escribir un diario. Yo quiero que lo que escriba lo lea la gente. Es eso lo que te convierte en escritor. ¿Cuál fue tu primer acto de “creación”, a qué edad, de qué se trataba? Lo cierto es que yo no fui muy precoz, pero recuerdo que a los veinte años, tras pasar un año viviendo en Londres, comencé a escribir una suerte de novela sobre aquella experiencia en una Olivetti que arramblé de la casa de mis padres. Durante mucho tiempo arrastré aquel mazo de folios de mudanza en mudanza, hasta lo que di por imposible. Empecé a interesarme por otras cosas. Aún tengo esos folios, arrugados y amarillentos, metidos en algún cajón. Hace años que no los ojeo, pero, quién sabe, no descarto darle una oportunidad a aquella historia que aún recuerdo bien. Después, durante una etapa en la que me interesé por la interpretación, recuerdo que escribí algunas piezas teatrales. Lo hacía a cuatro manos con algunos amigos, pero casi nunca las acabábamos. Eran tan malas que nos daban risa (y no escribíamos comedias). ¿La mentira caracteriza nuestras relaciones personales? Por desgracia, sí. Y además no solo creo que esté presente de manera habitual en nuestras relaciones personales, sino en todos los ámbitos. Inevitablemente vuelvo a hablar de la política. La mentira es ya un recurso tan válido como lo es la persuasión o el debate de ideas. Es un recurso mucho más válido, de hecho. El problema es que actualmente aceptamos y asumimos que nos mientan a la cara sin que tal cosa nos importe. Damos por válida la mentira si con ella justificamos nuestros objetivos, nuestras ideas, si el que miente es de los nuestros, ya sea un periódico o un ministro. Y, claro, también en nuestras relaciones personales la mentira ocupa demasiado espacio. Y luego está la peor mentira: aquella que nos decimos a nosotros mismos. Nos mentimos muy habitualmente para auto convencernos de esto o de lo otro. Sí, la mentira se ha convertido en algo aceptado socialmente. Y eso es terrible.
¿Son los escritores –poetas- unos fingidores, como decía Fernando Pessoa? Yo diría que sí; incluso, de algún modo, también mentirosos, aunque no necesariamente en un sentido peyorativo. El escritor ha de resultar verdadero, lo cual no significa que siempre deba decir la verdad. Otra cosa muy distinta es mentir deliberadamente. Además, hay una diferencia entre real y verosímil. Una historia no tiene que ser real para resultar verdadera, ni ha de ser verdadera para que resulte verosímil. En todo caso, esta mentira de la que yo hablo, insisto, es una mentira justificada. Escribir requiere de inventiva y, aunque inventar, desde luego, nada tiene que ver con mentir (o no tiene por qué), a veces las líneas se difuminan. Pero, volviendo a la pregunta, sí, escribir es el acto de fingimiento más verdadero. ¿La novela actual va hacia géneros híbridos? Puede, porque es cierto que ya está todo inventado. Hoy en día pretender resultar original es una quimera. Por eso quien lo intenta corre un gran riesgo. Puede acabar refugiándose en el artificio y no en la historia. Fue Umbral quien dijo que actualmente la novela ha pasado del truco de la intriga al truco de la técnica, que como ya no hay cosas maravillosas que contar, lo que se pretende es sorprender al lector mediante tecnicismos tomados del cine o de la novela policiaca. Y esto lo decía ya hace unos cuantos años. Es cierto que todavía se trata de experimentar, pero no siempre se consigue. Yo, personalmente, tanto como lector como a la hora de escribir, soy más clásico, y creo que no pierdo nada siéndolo, sino todo lo contrario. Porque no los hay más innovadores que los clásicos. ¿A qué escritor, vivo o muerto, retarías a duelo de espada en un molino al amanecer? ¡Menuda pregunta más complicada! Si se trata de un duelo a muerte, supongo que alguno de los románticos. A Byron, por ejemplo. Lo que pasa es que yo no sé si soy tan romántico, o si lo soy, temo que mi romanticismo sea ya muy distinto del suyo. Creo que le lanzaría el guante a Pérez Reverte. Lo del duelo también encaja con él. Y, además, alguien debería darle un repasito y bajarle un poco los humos. Lo que pasa es que yo con la espada no me veo muy ducho y sería él, que es hombre de hígados, como su Alatriste, y curtido en mil batallas, quien me daría el repaso. En todo caso, yo, de encontrarme con un escritor, al margen de las circunstancias, lo haría con Manuel Vicent. Los dos tiraríamos las espadas al suelo y nos iríamos al mar, a comer aceitunas, y pan con aceite de oliva. ¿Si tuviera que definir con pocas palabras su último trabajo y convencer a los lectores de que es una buena e interesante lectura, con qué palabras lo harías? Si con mi último trabajo nos referimos a mi último libro publicado, tendría que hablar de “Soledades”. Se trata de un libro de cuentos cuyo nexo es, precisamente, el tema de la soledad. La ventaja que ofrece un libro de cuentos frente a una novela es que, al tratarse de historias cortas y distintas, siempre será más fácil encontrar algunas que conecten con nosotros. Siempre habrá lectores que prefieran unas y otros que prefieran otras. Por el contrario, si una novela no conecta con el lector o, directamente, no le gusta, lo mejor que este se puede hacer es cerrarla y olvidarse de ella. Este libro en concreto aborda la soledad desde muy distintas perspectivas, situaciones y personajes. Por sus páginas desfilan desde Robert de Niro a Papá Noel, Fidel Castro, el Che o un puñado de abuelos desterrados. Y también otros personajes anónimos (hombres y mujeres) que, como todos nosotros, se han sentido solos en algún momento de sus vidas. ¿Quién no se identifica con eso? Cuéntenos algún plan de tu futuro inmediato que aún no sepamos. Acabo de terminar una novela costumbrista con tintes de realismo mágico. Transcurre en algún lugar del sur de España, en un tiempo impreciso. En ella hombres y mujeres viven separados por un río, cada cual en una orilla, como su fueran dos razas distintas, llevando vidas muy diferentes, a pesar de su cercanía. Sin embargo, si ambas razas quieren sobrevivir están condenadas a entenderse, o no… Se titula “Las orillas dormidas”. Como digo, la novela está terminada, pero no publicada, con lo cual no existe todavía. En ello estamos. Peleando porque salga a la luz. Y mientras tanto estoy escribiendo una obra de teatro. Veremos. Puedes comprar su último libro en:
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