Como profesor de Historia ha publicado obras dentro de su especialidad que respondían a las necesidades de su actividad docente. ¿Por qué una incursión en la literatura? No ha sido algo sucedido de la noche a la mañana, sino meditado desde algún tiempo. El interés por la escritura, como era de esperar, me ha acompañado siempre, y la Historia, en último término también es un género literario desde el momento en que construye un relato. Para mí no ha sido nada dramático el cambio, si es que ha existido, realmente, ese cambio. La literatura, la gran literatura quiero decir, aquellos que llamamos clásicos y sin los cuales la vida de nuestras sociedades ya no se puede pensar de la misma manera, siempre me ha parecido tan crucial como el cambio social, los fenómenos económicos o la alta geopolítica. La música, la literatura y el arte son fenómenos que nos tocan siempre de cerca, es normal para una persona que ama la cultura y la escritura tener siempre una actitud abierta ante estos fenómenos de la vida espiritual. Como historiador he sentido un gran interés por los fenómenos culturales, y los he hallado muy interesantes y perfectamente comparables en las más diversas épocas, ello me ha dado siempre motivos para escribir. Es cierto ahora que con La memoria de las sirenas me separo del género histórico y me adentro en el ensayo. ¿Por qué ha elegido el ensayo? Es el género literario, actualmente, que me ofrece todo aquello que quiero ser. El ensayo moderno, aun con todos sus precedentes en el mundo antiguo, nace con Montaigne. Y desde entonces se ha mantenido muy fiel a sus principios esenciales. Fundamentalmente el ensayo me permite una aproximación a las materias más variopintas posibles, es un género que no pide explicaciones al autor y que no demanda de este una exclusividad curricular o una destreza hiperespecializada. El ensayista tiene como única condición que desee escribir, que desee reflexionar sobre ciertos temas que de manera coherente y honesta le hayan llamado la atención, sin que por ello esté obligado a permanecer en un campo más tiempo del necesario. El ensayo es un género para gente libre, nómada e inquieta, para quienes escudriñan el horizonte desde un punto elevado o para aquellos que, por el contrario, se detienen a ver cómo han crecido los esquejes de una planta. El ensayo es la libertad absoluta que permite invadir otros géneros, un ensayo puede hacerse narrativo de repente, puede ser más poético, puede variar su extensión, crecer o concentrarse. Su conexión con el mundo de la expresión oral e incluso con el de los medios de comunicación y las redes sociales le permite variar de un registro más culto a otro más libre, fluido, e incluso coloquial. El ensayo puede doblegar el idioma a su conveniencia, pero si quiere puede amarlo, mimarlo, depurarlo, y hacer que incluso lo más complicado no disguste a la persona culta y complazca al individuo de la calle. Esta moldeabilidad la he admirado siempre. Un ensayo puede evocar verdaderamente el canto de las sirenas, ir de la ficción a la realidad, variar en poco tiempo el tono, sonar en un sitio y de repente ser escuchado en otra región lejana. Puede seducir, puede guiar. Para mí es la voz en la tormenta. La heterogeneidad es la nota dominante en estos ensayos, ¿encontrará el lector una idea dominante? Los ensayos recogidos en La memoria de las sirenas son heterogéneos, pero no son incoherentes. Naturalmente que hay ideas dominantes. Como se apreciará, hay una serie de elementos comunes que dan una consistencia y una textura a las palabras. La confrontación con la muerte y la obra disolvente del tiempo aparecen continuamente, es una tensión constante entre la eternidad del mundo, la aparente imperturbabilidad del cielo y de la naturaleza, frente a una vida breve, frente a nuestra condición de criaturas de un solo día, como nos llamaban los trágicos griegos. Frente a esa fugacidad de las cosas, proclamo que el diálogo con los escritores, pero también con artistas como músicos o cineastas es clave no para superar nuestra mortalidad, que no es superable, sino para comprenderla y hacerla llevadera. La contemplación del mundo cambiante por parte de un alma serena es mi pretensión más obstinada, y admito que puede ser también la más pedante porque en el mundo de hoy día no parece que esa visión contemplativa de la cultura sea aceptada, es incluso ridiculizada y combatida en ciertos ámbitos, como en las redes sociales que tanta veces son peores que la selva. Frente a la condición mortal y frágil de la vida, aparece de manera íntimamente vinculada mi preocupación por el tiempo, por su obra disolvente, por esa condición, casi malvada que tiene, la de escapársenos de entre los dedos como si fuera arena del desierto o de la playa. En estos ensayos he buscado siempre ese momento, siguiendo a autores que han logrado captar esa esencia de las cosas que yo también (claro que a una escala menor) busco, parar por un momento, con ese dique que son las palabras, el instante fugaz del tiempo, retener el devenir. A veces he encontrado esa oportunidad con el recuerdo de circunstancias trágicas como las de los testimonios seleccionados sobre la Segundo Guerra Mundial y el Holocausto, otras veces han sido momentos de mayor lirismo, de sentimientos más dulces y más bellos o poéticos, como los dedicados a la música. Un elemento vertebrador, una verdadera tesitura, que une y dota de coherencia los textos, es la búsqueda casi romántica de lo primordial, de aquello que por tanto escapa a la tiranía del tiempo. Son los fenómenos previos a la conciencia humana, a los que hallamos por ejemplo en el mundo de los astros y de la naturaleza. Nada escapa al poder del tiempo, pero en estos sus efectos parecen menos intensos. ¿Es la cultura, así entendida, válida hoy día por sí misma? ¿No ha quedado todo esto para un museo? Parecen interesarle solo autores del mundo de ayer. Es cierto que he preferido autores que podríamos denominar clásicos como Thomas Mann, Alejandro Dumas, Tolstói o Dostoyevski, al igual que entre los músicos nombro preferentemente a Ravel, Debussy, Wagner o Lully. Ellos, entre otros, constituyen el universo conceptual en el que siento que encuentro mejor dichas aquellas ideas que me sirven a mí para decir aquello que quiero decir yo. Pero no solo hay menciones a ese “mundo de ayer”, expresión por cierto que considero maravillosa y evocadora. También encuentro elementos arquetípicos, digámoslo así, en autores de nuestros días, e incluso en autores de novela gráfica como Jiro Taniguchi, quienes han desarrollado también inquietudes sobre el paso del tiempo, los límites de la técnica o la condición promoteica de la humanidad que algún día puede constarle su propia existencia. Si se quiere, puede apreciarse una preocupación más que evidente en estas líneas por las sombras que acechan a la humanidad hoy día, el deterioro de los sistemas políticos, y la crisis del medioambiente. No son cosas del “mundo de ayer”. El diálogo con la tradición que preside La memoria de las sirenas no impide que no se reconozcan los problemas acuciantes de la primera mitad del siglo XXI. ¿Qué puede ofrecer un libro como este? No he escrito este libro pensando expresamente en que sirviera de legado para la humanidad. Eso ya lo hace la cultura y las grandes obras del espíritu cada día. En la actualidad muchas cosas se han trivializado, han caído víctimas de un extraño sentido del humor que pudre cuanto toca. Se escriben textos para durar un día o un número escaso de días, todo viene determinado por las leyes de un mercado enloquecido hasta el extremo de que hablamos descaradamente de consumir cultura. Nada puede entrar más en conflicto con la idea clásica que concebía el arte como algo generoso, nacido no para nuestra vida sino para la eternidad. Eso ha desaparecido casi por completo e impera una dictadura de la novedad, del cambio constante, del estímulo insaciable. Sin negar el valor económico de las cosas, hemos caído en el error antiguo de confundir valor y precio. La trivialización y la mecanización de la vida que impera actualmente han hecho el resto. Eso por naturaleza contradice el espíritu contemplativo de la cultura y supone un paso más en el triste proceso de consumo y digestión de todo cuanto nos rodea, sea cultura o paisaje, o recursos naturales. La memoria de las sirenas no pretende ser más que un pequeño testimonio del espíritu humano, de autores que han escrito o compuesto música o rodado películas no solo para las demandas de un día, sino para servir de punto de referencia, de orientación, a una humanidad, que forzoso es reconocerlo, hoy está desorientada. En ese sentido concibo y siempre concebiré la cultura como un puerto de refugio, como un lugar a salvo de los vientos helados de la vida que vivimos, pero claro, también la concibo como un base, como un punto de partida desde el cual la condición humana puede siempre recobrar sus fuerzas, empuñar correctamente la antorcha de Prometeo y reivindicar la dignidad y la ética, la armonía de la humanidad con el resto de la naturaleza, a la que pertenecemos, y de los seres humanos entre sí. Ni la guerra ni la crisis económica destruirán por completo a la humanidad mientras sigamos siendo seres dotados del don del arte y de la escritura, mientras eso ocurra la Tierra no girará alrededor del Sol en vano, porque siempre habrá ojos para ver y corazón para sentir. En estos ensayos se intenta, como he dicho, captar la belleza del memento, pero también, despojarnos del polvo y la suciedad de nuestra existencia diaria, y guardar al final del día un momento de recogimiento para abrir la mente a almas delicadas y superiores de escritores y artistas, en un intento sencillo de encontrar algo tan elemental como alguien con quien hablar. Eso es lo que pretende La memoria de las sirenas. Puedes comprar el libro en:+ 0 comentarios
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