El padre de Péter Gárdos fue un superviviente del campo de exterminio de Belsen, “un día apareció un oficial nazi y ofreció cinco gramos más de pan al día al voluntario que quisiese trabajar como incinerador, gracias a ese trabajo, mi padre sobrevivió a unas temperaturas extremas y al hambre; tenía que incinerar unas mil personas cada día”, recuerda el director de cine húngaro en la rueda de prensa que ha dado en Madrid.
“La vergüenza que sienten muchos supervivientes de campos de exterminio es muy grande. Mi padre nunca habló de lo que vivió en el campo. Ni siquiera me dijo que éramos judíos hasta que un día nos vio, a mis amigos y a mí, pegar a un niño judío que tenía el labio leporino. Fue el único día que me pegó una bofetada. Yo nunca he pegado a nadie desde ese día”, cuenta Péter Gárdos y añade “yo crecí en una familia muda”.
En los cincuenta años que vivió el padre de Gárdos después de salir del campo de exterminio, nunca contó lo que le había sucedido durante la Segunda Guerra Mundial. “Si no me llega a dar mi madre las cartas que se enviaron después de la guerra, no me habría enterado de la historia de mis padres”, señala el autor húngaro. Tres días después de la muerte de su padre, su madre le dio dos cajas con las cartas de la correspondencia que mantuvieron. “El libro lo escribí hilando esas cartas”, reconoce Péter Gárdos.
Entonces fue cuando comenzó a hablar del pasado con su madre. “Se abrió a esa presión que la oprimía y empezó a surgir todo el pasado de sus vidas y, también, de la mía”, explica. En esas conversaciones con su madre surgieron detalles increíbles. “Mi madre se acordaba que el 16 de octubre de 1944 cuando la hicieron prisionera para ir al campo de concentración, llevaba un cordón del zapato desabrochado”, comenta. Desde ese momento, su madre comenzó a recordar, lo que no había hecho en cincuenta años.
“Mi padre, después del liberar el campo de Belsen, fue llevado a un hospital de Suecia. Allí no le esperaría mucho tiempo de vida, según los médicos no tenía más que un diez por ciento de posibilidades de superar sus dolencia pulmonares”, apunta el autor de “Fiebre al amanecer”. Sin embargo, las ganas de vivir hicieron que sobreviviese. “Él tenía la firme intención de encontrar esposa, para lo cual pide en el hospital la lista de las ciento diecisiete jóvenes húngaras convalecientes en los distintos hospitales de campaña en Suecia”, narra el director húngaro.
Su padre escribió a todas las jóvenes, una por una, y a muchos kilómetros de distancia de donde se encontraba, una joven, Lili en la novela, le contesta, iniciando así una intensa correspondencia a la que ambos se aferran como un antídoto a sus heridas. Tres días bastaron para enamorarse. En esas cartas se ha basado Péter Gárdos para escribir la novela. Le ha quedado una novela llena de esperanza y alegría, “salvo el epílogo que es lo más amargo de la novela”, desvela el escritor húngaro.
A Péter Gárdos lo que más le sorprendió de la lectura de las cartas es que no tuviesen ni rastro de tristeza. “Había un fuerza tan arrolladora, unas ganas tan fuertes de vivir y una alegría que se me hizo patente que tenía que contar su historia”, expresa. Como hemos mencionado antes, primero fue el guión para la película y después la novela. Su madre, durante este proceso no dejó de atosigarle. “-No sé cómo puedes tardar tanto en escribir nuestra historia-”, solía decirle.
“Mi madre nunca releyó las cartas. Le gustó especialmente que en el libro no me recreara especialmente en el horror. Al leerlo me dijo: ¿Te has inventado tú todo esto o lo recuerdo realmente?”, cita el autor y concluye diciendo “he cambiado algunas cosas de la historia, pero no he tocado nada de las cartas. Eran profundas, conmovedoras, reflejaban una época. Me vi incapaz de hacerlo. Además, mi padre tenía un don especial para la palabra”. Por algo, fue periodista toda su vida.
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