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La estrategia y el error fundacional de los indignados, al descubierto

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Por Carmelo López Arias

"Endeble e inconsistente panfleto": así califica Enrique de Diego la obra de Stéphane Hessel. Y lo demuestra, en un trabajo necesario para que nada se dé por supuesto.
¿No estamos hablando en exceso de los indignados? No, mientras no esté claro para todo el mundo a qué objetivos sirven. Es posible que ya no engañen a nadie como movimiento, pero las consignas quedan, y muchas de ellas calan.


El "panfleto"

"No es conveniente permitir que las patrañas tomen carta de naturaleza; por esa dejación han sobrevenido grandes desastres en la historia de la Humanidad", afirma Enrique de Diego, y eso es este ¡Indignaos con razón!: un puñado de páginas que desvisten el muñeco de Stéphane Hessel hasta dejarlo desnudo en su inanidad.

Este "endeble e inconsistente panfleto" que ha dado la vuelta al mundo no resiste diez minutos de análisis. Su autor, recuerda De Diego, es en última instancia un militante del Partido Socialista Francés, algo en lo que se insiste menos de lo que se debiera para explicar el 15-M, en la medida en que reclame su paternidad.

Hessel es judío pero apoya al grupo terrorista palestino Hamas ("puede aspirar al récord mundial de la estupidez", sentencia sin tapujos De Diego); un burócrata de la ONU que presenta a Hegel, referente filosófico del totalitarismo, como inspiración para el progreso histórico de la libertad; un farsante que saca del cajón a ¡Jean-Paul Sartre! para "mentir con descaro a los jóvenes hablando de una supuesta aversión de la izquierda al stalinismo, que nunca existió".

Ahora bien, el problema no es Hessel, más citado –como suele ocurrir en estos casos- que leído. El problema es la sarta de ideas socialistas que caracterizan el indignacionismo incluso entre quienes ni pisaron Sol por comprender su naturaleza última de izquierda radical.

El socialismo mutante

Estamos, sostiene De Diego, ante una mera mutación del socialismo. No lo matamos convenientemente tras la caída del Muro de Berlín, y ahora resucita bajo una inquietante premisa: "El abandono definitivo de la racionalidad". Con "la degradación de las mentes de generaciones formadas en la adoración al Estado y el pesado bagaje de las consignas de lo políticamente estúpido, el socialismo está perpetrando una nueva mutación a fuerza de emotividad, intensificando la estupidez y el resentimiento".

Y es ahí donde el autor de ¡Indignaos con razón! lanza su contraataque. No critica por criticar, sino que anima a los jóvenes a rebelarse contra esa inversión de la realidad con la que les están carcomiendo el alma. Se ha fabricado un chivo expiatorio, "los mercados financieros", cuando, si todavía funcionan servicios públicos esenciales, es porque éstos compran la deuda que emiten los "expoliadores, manirrotos y gobiernos socialistas de todos los partidos".

Donde hay que subrayar, y De Diego lo hace: "De todos los partidos". Justo contra lo que dirige su libro es contra el riesgo de que, una vez más, el socialismo se convierta en un principio común –por más que modulado en distintos grados- del que nadie se atreva a salirse.

Lo que interesa a los jóvenes

Contra eso sí hay que indignarse y rebelarse. Por un lado, la "estafa piramidal" que es el socialismo ha endeudado a las nuevas generaciones hasta límites paralizadores de todo proyecto y toda inciativa creadora. Y, para que no reaccionen contra el culpable, alimentan su resentimiento, cuando "nada anquilosa más a las sociedades y aniquila más a la persona que el resentimiento social".
Los jóvenes son, pues, los más interesados en acabar con esta moderna versión del socialismo: "Las personas sólo salen adelante con el trabajo, y las sociedades con pocos políticos y bajos impuestos".

De Diego pide un proyecto ilusionante basado en la vida, la propiedad, la libertad, el esfuerzo, el trabajo, el sacrificio, el riesgo creador, la libre empresa. Y alerta contra la tentación de oponer a la ola indignada un mero "discurso de gestión", porque, si no propone una alternativa que "erradique el socialismo para salvar la civilización", conduciría a las sociedades "a la frustración y a la desesperación".

Quien lea este libro queda alertado: la violencia y el incivismo en que ha degenerado el indignacionismo será lo de menos si sus ideas, tentadoras como todo lo que suena a utopía, acaban dominando mentes en principio alérgica a sus expresiones callejeras.



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