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Jordi Gracia
Jordi Gracia

Jordi Gracia publica la biografía más completa de José Ortega y Gasset

La biografía del pensador y ensayista más moderno, estimulante y perdurable de la España del siglo XX

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Esta biografía narra numerosas batallas, pero sobre todo dos: la primera es la de Ortega contra todos; la segunda es la de Ortega contra Ortega mismo. Las dos son fulgurantes y en las dos, pierde Ortega. Pero esa es su forma de convertirse en el pensador y ensayista más moderno, estimulante y perdurable de la España del siglo XX y el de mayor difusión en Europa.

Jordi Gracia publica la biografía más completa de José Ortega y Gasset

Sin el celofán académico, el Ortega de esta biografía es un héroe intelectual valiente, frágil, irritable, transgresor, ateo militante y ruidosamente jovial. José Ortega y Gasset relata con nervio narrativo al hombre y al pensador, porque las causas profundas del pensador están en los avatares del hombre: sus petulancias y sus desfallecimientos, sus coqueterías sentimentales y su autoestima desatada. Ortega solo será Ortega visto desde dentro y desde fuera.

Y antes de que nadie tenga tiempo de preguntárselo, ser orteguiano hoy o no es nada o es lo que somos todos: partidarios de la racionalidad crítica, de la ética de la convicción y la libertad de la disidencia, de la imaginación como condición del pensamiento. Y aunque su megalomanía y su mesianismo confeso se prestan sin remedio a la ironía, lo relevante es que la España del siglo XX le debe un altísimo porcentaje de su mejor suerte. Nadie es orteguiano precisamente, porque en Ortega están las raíces de una modernidad tan obvia, tan natural y evidente, que ha borrado por el camino todo rastro de Ortega. Es su último fracaso —la disolución anónima— y es, por supuesto, su éxito absoluto.

Hablar de pensamiento y ensayo de filosofía en España es hablar de Ortega y Gasset, el maestro indiscutido de una generación, como reconocería la pléyade de sus discípulos a izquierda y derecha. Ortega fue, dice el autor al comienzo de este libro, «una inteligencia fulgurante, expansiva y contagiosa, mandona y celosa de su autoridad». Persona de «vitalidad congénita pero frágil». Estuvo «precozmente dotado del sentido de su propia eminencia, como también muy precozmente fue distinguido por parte de su entorno inmediato con esa misma atribución». «Insultantemente inteligente, imperialmente seguro de sí mismo… su excepcionalidad se supo desde el principio y lo supieron todos los que debían saberlo». Fue «una máquina de pensar».

Su historia es, sin embargo, la historia, al mismo tiempo, de una frustración y de un éxito insuficiente, pues «no llegó a publicar nunca los libros definitivos de la filosofía definitiva que había soñado».

Ortega, dice Jordi Gracia, no tuvo mocedad (ésa es una de las leyendas que esta biografía desactiva, como la de su franquismo o su complicidad con los fascismos, la de su marginalidad política o su impotencia como filósofo). En efecto, desde muy joven aparecen en él rasgos característicos de su personalidad y de su pensamiento. Así, la aversión a la iglesia católica, forjada al padecer a unos curas y frailes que «ni sabían educar ni sabían instruir» (no sabían y no sabían que no sabían) y que inocularon en él una perdurable e incombustible enemistad. También su estilo algo engolado y la aplastante seguridad en sí mismo, como muestran las cartas de sus doce años.

Ya en su primera juventud, desprecia la literatura de ficción y se hace «drogodependiente de Nietzsche». Pronto quiere ser el primer español que ha estudiado en serio a Kant. Tras la amistad con Francisco Navarro Ledesma, al que reconoció como «el único maestro que he tenido», no volvió a tener un amigo equiparable. Su camino lo hizo en adelante en solitario, tanto por la envergadura del proyecto imaginado como por la incapacidad e insolvencia de quienes pudieran ser compañeros de viaje y que serán sólo peones, instrumentos, cómplices o cooperadores suyos. Tras la muerte de Navarro Ledesma en 1905, Ortega tiene 22 años y siente que el que pasa a ser maestro es él, y el trato con sus colegas y coetáneos se adaptó a esa jerarquía tácitamente asumida, una forma de relación que excluía cualquier intimidad o confidencia.

La conciencia de su papel rector se manifiesta pronto. Con 22 o 23 años, llena sus «trojecillos mentales» con la idea de que «un día pueda labrar blanco pan de ideas para mis hambrientos paisanos». Aconseja a su padre en aspectos culturales o vitales. De hecho, le escribe un discurso, para los Juegos Florales de Valladolid de 1906, en el que está ya el laboratorio de ideas sobre lo que ansía decir, pero no tiene todavía la autoridad ni la firma ni el pedestal para hacerlo, y que irá repitiendo y modulando en los años posteriores: el nacionalismo del compromiso civil y cultural, la llamada a un ideal nacional propio y fuerte, la exigencia de la educación y la alta cultura.

Igualmente sermonea o echa reprimendas ―con 25 años― a colegas mayores, como Maeztu, Azorín o el mismísimo Unamuno, con el que fueron frecuentes las malas vibraciones.

Tiene «sobredosis de ideas e intuiciones» y llega a pedirle irónicamente a Rosa, su novia, que las apunte para que no se olviden y pueda retomarlas.

Jordi Gracia (Barcelona, 1965) es catedrático de literatura española en la Universidad de Barcelona y colaborador habitual de El País. Ha publicado varios libros de historia intelectual, entre ellos, Estado y cultura, La resistencia silenciosa, premio Anagrama de Ensayo 2004 y premio Caballero Bonald 2005, A la intemperie, con nuevas perspectivas en torno al exilio, y La vida rescatada de Dionisio Ridruejo. También ha escrito un ensayo sobre heterodoxos catalanes, Burgesos imperfectes, y es coautor con Domingo Ródenas del tomo de historia de la literatura española Derrota y restitución de la modernidad, 1939-2010. Y de 2011 es su panfleto contra el catastrofismo cultural El intelectual melancólico.

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