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Esther Tusquets publica “Pequeños delitos abominables”

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

«En este libro planteo (a veces con desenfado y a veces con absoluta seriedad, pues hay algunos temas que no puedo tomarme a la ligera) una serie de cuestiones cotidianas —que no suelen ser tratadas en los libros, ni siquiera en los medios de comunicación—, donde se muestra, entre otros muchos delitos más o menos abominables, la mala educación, la falta de sensibilidad y de sentido del ridículo, el egoísmo, la indiferencia ante el dolor ajeno, la tacañería, la vanidad, el arribismo y la incultura.»


Así resume Esther Tusquets su intención al escribir Pequeños delitos abominables, “un catálogo que tal vez pueda ayudar a reducir la lista de delitos y a establecer una sociedad más cómoda, más agradable, más justa y más vivible para todos”. El resultado es un libro lleno de lucidez y sentido común, que se atreve a llamar a las cosas por su nombre y en el que la ironía de la autora hace sonreír en más de una ocasión al lector.

Inspirada por los libros de urbanidad del siglo XIX —la autora recuerda con nostalgia haber dedicado algunas tardes de su infancia a una colección de novelitas llamada Lecturas para la niña que se hace mujer—. Esther Tusquets repasa las costumbres irritantes y de mala educación con que nos topamos a diario.

Pequeños delitos abominables
se divide en capítulos cuyo título lo dice todo y que suelen servir a la autora para recordar alguna anécdota o reflexionar sobre su experiencia personal. De este modo, en Dar las gracias, Tusquets se lamenta de la fea costumbre de dar por supuesto que el autor de un libro está deseando regalar ejemplares del mismo a sus familiares, amigos y vecinos “aunque tenga la certeza de que no van a leerlo, de que les importa un pimiento y de que lo verá después en una librería de viejo”.

En La invasión del tuteo la autora rememora su sorpresa al viajar por primera vez con una compañía aérea de bajo coste que tiene por norma tutear a sus pasajeros, independientemente de su edad o condición, mientras que en Arrogarse el derecho a ser antipático, se admira de que entre los “profesionales de la antipatía” se encuentren escritores “famosísimos, que ganan una fortuna y que entraron en la Real Academia con apenas quince años cumplidos”.

Las relaciones familiares y la educación (o más bien la mala educación) de los niños merecen varios capítulos del libro. Tusquets nos habla de los padres “que se llaman recíprocamente papá y mamá”, del “sospechoso exceso de superdotados” y de los “padres que permiten, impasibles, que sus hijos incordien en lugares públicos”. Sin renunciar al tono divertido que se mantiene en todo el libro, estas páginas contienen una acertada reflexión sobre la dificultad de educar a los hijos en la sociedad actual (y es que cuando unos padres llevan a un niño a un restaurante donde puede molestar a otros comensales suele ser porque no tienen con quién dejarlo).

Los taxistas antipáticos —“Subes al taxi. Saludas. Recibes el silencio o un gruñido por respuesta. Si es el silencio, vuelves a saludar, hasta que a la tercera surge el gruñido”— inspiran a la autora páginas tan divertidas como críticas (por supuesto, sin olvidar a los clientes groseros que te roban el taxi “delante de tus narices”). Otros gremios conflictivos incluidos en el libro son los “dependientes que se obstinan en no vender” y los “camareros que te condenan a la invisibilidad”.

Un libro lleno de lucidez y sentido común, que se atreve a llamar a las cosas por su nombre. Un tratado moderno de buenas costumbres, de la mano de una «vieja dama indigna».

Esther Tusquets nació en 1936 en Barcelona, donde ha residido casi permanentemente. Cursó estudios de Filosofía y Letras (especialidad de Historia) en las universidades de Barcelona y Madrid. Dirigió durante cuarenta años Editorial Lumen. Tiene dos hijos: Milena y Néstor. Se inició tardíamente como escritora, en 1978, con la novela El mismo mar de todos los veranos, a la que siguieron El amor es un juego solitario, Varada tras el último naufragio, Para no volver, Con la miel en los labios, Correspondencia privada y ¡Bingo!

Ha publicado, además, dos volúmenes de relatos (Siete miradas en un mismo paisaje, La niña lunática y otros cuentos), Confesiones de una editora poco mentirosa, la recopilación de textos ensayísticos Prefiero ser mujer y varios libros para niños. Sus novelas han sido traducidas a diversos idiomas, obteniendo un notable éxito de crítica. Habíamos ganado la guerra (Bruguera, 2007) y Confesiones de una vieja dama indigna (Bruguera, 2009) integran sus memorias.
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