www.todoliteratura.es
Parece que fue ayer: el siglo XX según Lukacs

Parece que fue ayer: el siglo XX según Lukacs

jueves 02 de agosto de 2018, 01:00h

John Lukacs nació en 1924 en Hungría, pero, nacionalizado estadounidense, ha desarrollado prácticamente toda su carrera como profesor en universidades del gigante norteamericano. Es considerado como uno de los grandes maestros vivos de la Historia, la disciplina a cuyo estudio además ha dedicado algunos de sus mejores textos, convertidos en obras maestras de la historiografía por tanto, y es por supuesto un admirado y reputadísimo especialista en la investigación y la divulgación de la historia, principalmente de los tiempos en que transcurrieron la Segunda Guerra Mundial y su correlato, la Guerra Fría.

\n

Así empezaba mi artículo para Anatomía de la Historia titulado ‘La Historia, tarea de historiadores’, donde escribía yo sobre un libro de Lukacs excelentemente traducido para la editorial Turner por María Sierra en 2011, el mismo año de su publicación original: El futuro de la Historia.]

A continuación, paso a hacer una breve recensión de otro libro para Turner de John Lukacs: Historia mínima del siglo XX, publicado en 2014.

El siglo estadounidense

El siglo XX supuso “el fin de la Edad Europea”, fue “un siglo corto, de setenta y cinco años, que discurrió de 1914 a 1989, marcado por las dos guerras mundiales (seguramente las últimas), de las que fueron consecuencia la revolución y el estado comunista de Rusia, con la caída del mismo, al final, en 1989”. El siglo XIX “histórico” había durado “desde la derrota en 1815 de Napoleón hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914. En el siglo XX, la tendencia en el arte y la literatura fue “abandonar los cánones del pasado”.

\"XX\"“El siglo XX fue un (¿el?) siglo estadounidense” (mucho más que cuando consideramos que el XIX había sido británico o el XVIII francés). Y no sólo por el poderío naval y militar de Estados Unidos. “Los acontecimientos decisivos del siglo XX, las dos cordilleras que determinaron en gran parte su paisaje, fueron las dos guerras mundiales; la segunda consecuencia en buena medida de la primera, y la llamada Guerra fría casi enteramente consecuencia de la segunda”. Las alianzas que permitieron que Estados Unidos y Reino Unido (y Francia y Rusia) derrotaran a Alemania y sus compinches nos hablan “del final de la Edad Europea”. El impacto estadounidense en el resto del mundo fue mucho mayor que el de España en el XVI y XVII o el de Francia en el XVIII y Reino Unido en el XIX. Estados Unidos (prácticamente “ya en 1914 la primera potencia mundial”), que desde su nacimiento venía representando “el progreso de la democracia”, simbolizó desde su poderío en el siglo XX “la evolución desde las edades aristocráticas hacia una edad democrática, desde unas edades en que gobernaban las minorías a otra en que gobernaban (o lo pretendían al menos) las mayorías. Un cambio en la estructura misma de la historia”. Fue un siglo estadounidense, no sólo porque Estados Unidos ganara las dos guerras mundiales y la Guerra Fría posterior, “sino también porque su influencia en todo el mundo, en la guerra y en la paz, creció hasta incidir en la vida y en los hábitos de cada vez más países, con sus pueblos”.

“En 1914, la mayoría de estadounidenses se enorgullecía de comparar su país progresista y democrático con la vieja Europa, que se encontraba otra vez en el trance doloroso de una gran guerra. En 1917, estaban ya convencidos en su mayor parte de que el deber de Estados Unidos era arreglar el Viejo Mundo”.

“El nacionalismo ha sido el sentimiento político más popular y populista del siglo XX, casi en todas partes, y lo sigue siendo”. “Alemania tenía la potencialidad de convertirse en la nación más poderosa del siglo XX”. La conciencia de identidad nacional tenía más importancia que la conciencia de clase: los nacionalismos ganan a la lucha de clases. De hecho, a lo largo del siglo XX se volvió más aceptable e incuestionable “la idea de la democracia, la de la soberanía popular”, pero paradójicamente, al tiempo, todo se tradujo a menudo en “la atracción por el nacionalismo y el populismo”.

“El anticomunismo fue (y sigue siendo en muchas partes) la ideología más popular del mundo occidental”. La influencia estadounidense “fue y seguirá siendo mayor, mucho más extensa y a veces hasta más profunda que la de Rusia, comunista o no”.

Entre los extremistas de derechas y los de izquierdas subsiste una diferencia fundamental: a los primeros les mueve el odio, y a los segundos el miedo.” Y para Lukacs, “el odio es más fuerte que el miedo”. No olvidemos que “los hombres y las mujeres no tienen ideas, las eligen”.

La principal consecuencia de la Primera Guerra Mundial fue la modificación del mapa europeo, la otra lo gravoso de los tratados de paz.

La Segunda Guerra Mundial, “en su sentido estricto, comenzó el 7 de diciembre de 1941”, el momento en el que la guerra europea dejaba de ser la expresión mayoritaria de aquella realidad, fue “el gran punto de inflexión de la guerra en su conjunto”, justo cuando la URSS contenía a la Alemania nazi y empezaba a empujarla hacia sus confines. Lukacs coge el toro de la nariz de Cleopatra por los cuernos y afirma rotundo que “sin Hitler, no se hubiese producido la Segunda Guerra Mundial”, ni la resultante ocupación soviética posterior de la Europa del Este. Considera que el nacionalsocialismo tenía muchas posibilidades de hacer lo que hizo, de comportarse como lo hizo, pero que de no haber existido Hitler nada habría sido así. “Hitler no quería realmente una Segunda Guerra Mundial, desde luego no con Reino Unido”, pero “su espantosa simplicidad” deudora de la utilidad que supo ver en el odio para catalizar su liderazgo político acabó llevando al mundo a aquel espanto… y él a la derrota.

Pese a que el XX fuera un/el siglo estadounidense, “Europa siguió siendo el centro de la historia mundial (en la Guerra Fría junto a sus protagonistas, Estados Unidos y la URSS) hasta 1989”. Pero, eso sí, sin contar ni con su predominio ni con su preminencia. La esencia de la Guerra Fría, “ese fenómeno peculiar del siglo XX, fue la de las relaciones entre dos estados gigantes, la Unión Soviética y Estados Unidos, y no entre el comunismo y el capitalismo, ni entre el totalitarismo y la democracia, ni entre el ateísmo y la religiosidad, etc.”. “Durante el siglo XX se mantuvo la importancia de primer orden de Europa, aunque ya había empezado a decaer. El XX fue un siglo provisional: el final de una era, y muy probablemente el comienzo de otra”. Un cambio de eras sobre el que Lukacs no se atreve, como buen historiador, a vaticinar-especular nada concreto.

Al mismo tiempo que Estados Unidos se comprometía “a proteger Europa Occidental política y militarmente”, tras la Segunda Guerra Mundial comenzó “la tendencia de los europeos occidentales sensatos a proceder a una integración, o a una posible unión incluso, de Europa Occidental. Este movimiento, o aspiración, ya existía débilmente en la década de 1920, pero se lo llevaron por delante las conquistas de Hitler. Resurgió poco después de 1946, de un modo más amplio e importante que la causa paneuropea de la preguerra (uno de sus promotores declarados fue Churchill). Durante el medio siglo posterior a 1948, fue avanzando poco a poco la creación de una Europa institucional” que hasta ahora ha fructificado en lo que quiera que sea la Unión Europea (una organización que, a mi juicio, cuenta como único gran éxito indiscutible la razón por la que íntimamente fue creada: la paz europea entre los grandes países europeos).

A partir del final de la Segunda Guerra Mundial, “los cambios más radicales y siniestros en la geografía política, social y racial del mundo tuvieron lugar en África”, un continente casi al margen de los dos grandes conflictos del siglo. A la descolonización africana de la segunda mitad de la centuria, “le siguieron en casi todos los casos desórdenes sangrientos”.

Con la desintegración de la URSS, “la Guerra Fría se acabó, el siglo de las grandes guerras se acabó, la división de Europa se acabó, pero también se acabó la Edad Europea, la primacía de Europa sobre el resto del mundo”. Al finalizar el siglo XX ya se había producido el ocaso del dominio de las potencias europeas en otros continentes.

¿Quién se acuerda del siglo XX?

Cuando apareció esta síntesis tan discutible como incitadora, le solicité al editor Ismael Gómez García que escribiera una crítica de la misma para Anatomía de la Historia. Me interesaba el punto de vista de alguien sin formación como historiador pero de la perspicacia de Gómez García, quien finalmente escribió un artículo soberbio (titulado ¿Quién se acuerda del siglo XX’?), donde pudimos leer lo siguiente:

“Escribir una historia del siglo XX que no supere las 250 páginas debe de ser un encargo complicado. Lo digo desde la perspectiva de quien solo ha vivido como testigo con suficiente conocimiento los últimos 15 años del mismo.

¿Beneficia la brevedad de la obra a la objetividad de un libro así? Podría pensarse que lo reducido del número de páginas llevaría a un historiador a concentrarse en los hechos y olvidar las apreciaciones personales, un lujo cuando cada palabra elegida deja fuera otra, quizá no esencial, pero sí lo bastante sustancial para que el resultado sufra.

En Historia mínima del siglo XX, su autor, John Lukacs, que menciona en varias ocasiones a lo largo del libro la necesidad de concisión del encargo, no tiene sin embargo reparo alguno en ser personal, y hasta en desdeñar la exigencia de objetividad de su relato […].

La idea de que todos los hombres somos iguales, que cada día choca más con una sociedad dividida y un mundo que se inclina cada vez más hacia la barbarie, ha dejado de extenderse por el mundo, como afirma Lukacs.

Puede ser cierto que hay más democracias en el mundo hoy que hace un siglo. Sin embargo, igualmente cierto es que en aquellos países donde no ha habido un desarrollo histórico de las ideas que sostienen un sistema político tan poco evidente, la democracia es solo un episodio fugaz y siempre imperfecto y violento. La democracia no solo no se está extendiendo por el mundo, como no se está propagando la idea de la igualdad de los hombres, sino que se puede afirmar que en la Europa donde nació esa idea, cada vez menos ciudadanos creen en ella.”

Ismael Gómez García no acababa de estar de acuerdo con la esencia de lo que de futurista tenía el libro de Lukacs. Precisamente, donde más fácil es discrepar con el historiador. En cualquier caso, gracias a historiadores como Lukacs podemos hacernos preguntas, las mejores. sobre lo que fue el siglo pasado y, a veces, hasta responderlas bien.

\n
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios