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Susurros y gritos

Susurros y gritos

martes 04 de septiembre de 2018, 01:00h

En distintos grados de intimidad Amaia Villa, Portugalete (Vizcaya), miembro del equipo de redacción de la Revista MoonMagazine y del Grupo Cultural Di-versos, nos acerca a la confesión íntima del amor en su ópera prima, tras haber con \"Selección natural\", avalada por el premio José Antonio Ochaíta 2016, convocado por la Diputación de Guadalajara, publicada en la editorial Raspabook.

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Esta entrega lírica es un vaivén de emociones, fruto de una colección de experiencias y de poemas, que al alimón espiga la autora con sumo cuidado. El sujeto poético nos comunica su deseo y su angustia de un modo cercano que parece susurrarnos al oído.  Alcanza una extraña cota este libro, pues, se trata de una primera obra. Como bien señala la escritora Itziar Minguez Arnáiz en el prólogo, puede entenderse «como si sus poemas hubieran estado mucho tiempo cociéndose a fuego lento». Es el sentido manifiesto en este título, que nos recuerda a la indicación de un paquete de café, diferente a la de mezcla. Responde a uno de los criterios universales de todo escritor, la labor que lleva implícita tras la escritura: la compilación de lo más destacado tras un proceso dedicado a la reflexión. Pero, a pesar, de la duración del proceso, estos poemas mantienen ese sabor de lo auténtico frente a lo preconcebido, de modo que no espera el lector el lugar común sino una salida diferente, nueva. Persigue Villa «poesía sin red, que salta al vacío después de mucho meditar».

Tras dos citas iniciales de Antonio Praena y Zweig, Selección natural está conformado por cinco partes de distinta extensión y un poema-epílogo, introducida por una cita, cuya impresión es de que la suma hacen del conjunto lírico un bloque armónico sin fisuras.

La primera, «Sin red», contiene más o menos regulares: la primera, «Cada instante, un pájaro», contiene en trece poemas breves distintas definiciones propias de la vida, lo que crea un fuerte vínculo unitario. Imposible resistirse a no enunciar las revelaciones de la vida: «es como un péndulo», («Sentencia»), «Aunque la vida sume cicatrices», («Alta y bella traición»), «se retuerce» («La vida a quemarropa»), sin embargo  «es preciosa y muy terca / y su tibia locura desquebraja el cemento» («Bajo el sol de la Toscana»), de ahí que «Para poder vivir, hay que ignorar la red» («Equilibristas»). Esta concepción de la vida tiene su particular visión del amor «huidizo», por eso, y pese a que «la báscula se inclina hacia la muerte» («Contrapeso»), está siempre permanentemente en busca del equilibrio: «Sobre la cuerda floja / hacemos equilibrios / dejando que la sed alumbre nuestros pasos» («Equilibristas»).

Tras haber saltado sin red, tras ese reconocimiento introspectivo, la segunda parte, «Luces de emergencia», la más extensa, recapitula poemas en continua contradicción o incertidumbre a la que se expone al amor: tan pronto las palabras (en la genial analogía «Inmersión lingüística») como en la música de jazz; o bien, tomando conciencia de lo real por medio de la lluvia («Te atreviste a mojarte / […], y nada es para siempre») o en los instantes previos «que preceden al caos». En ella se encuentra, significativamente, el título homónimo del libro, donde propugna la fortaleza en el último verso («solamente lo logran los más fuertes») y el del apartado, donde la explosión con el otro devenga  acaso en un nuevo modo de nacer y crecer («Cerré los ojos, y estallé contigo»).

La crítica a las distintas formas elevadas de poder y al capitalismo, incluso el descreimiento en los cambios electorales convierten a la tercera parte, «Medidas de seguridad» en un foco posmoderno de rebeldía y desencanto social, plenamente vigente en nuestra sociedad por desgracia, por ello la fe es depositada en la identidad y el aprendizaje, como dirá, con la mayor humildad, al final del poema «Anti-ismos»:

 

Creo en la identidad sin exclusión,

en poder elegir sin imponer.

 

Soy aprendiz eterna

del más radical y extremo respeto.

 

La voz se alza en grito en la cuarta parte. «On the rocks», conformada por poemas cuya extensión no superan los seis versos, da la impresión de constituir la parte aforística del poemario, en que induce a la reflexión y, en ocasiones, a la imagen sonora («Eres una canción intempestiva»). Estos versos, que imprimen energía, recogen un abanico de la existencia, de ahí los consejos que, lejos de ceder a la autocomplacencia, el sujeto que ha preferido decantarse por desatarse («Busca a otra desdichada para poner tu soga»), busca ese ser libre en el último, «Efímero»:

 

Dejarse sorprender por el instante,

soltar amarras, lastres y prejuicios,

y defender tan sólo la verdad

de que toda certeza va a extinguirse.

 

En «Poemas asimétricos» el grito es sostenido contra los malos tratos («Plan de evacuación») y contra el capital («La partida»), llama a la solidaridad («Codo a codo») en un grito a la libertad (en «Contadme bien el cuento»), libertad con matices: «no me vendáis una libertad / que aplaude grilletes ajenos. // Nací libre por derecho propio» («Libertad revisada»). A pesar de todo, el sujeto asume la derrota ante el fluir temporal en analogía con el vestuario: «Sabe que cuando vayas a vestirte / te encontrarás tan sólo los harapos» («Fondo de armario»).

Y, provocando gran unidad argumentativa y coherente, en estructura acumulativa, cierra el «Epílogo», en un único poema, «Efecto Zapping», donde el sujeto se muestra irónico donde funciona bien el poder del mando de la tele con el estreno del mundo, pero, con el paso del tiempo, las cosas se revierten: «A los cincuenta asumes / que es la vida quien pulsa los botones», y entonces, como mecanismo existencial, no hay opción de volver atrás:

 

y en la tirantez floja de la cuerda

que te enseñó a mirar con otros ojos,

ensayas equilibrios

hasta que el artilugio calle

por quedarse sin pilas.

 

Es elegante la sonoridad de cada uno de los poemas y en conjunto produce en el lector. Cada frase musical va enmarcando el ritmo endecasilábico: los heptasílabos, endecasílabos, alejandrinos (y algunos pentasílabos), cuyo efecto produce la armonía. Los poemas breves contribuyen al arte de sugerir a través de juegos semánticos; terminan por conectarse el microcosmos del sujeto y el cosmos de todos los lectores que deseen acercarse a este poemario.

En Selección natural hallaréis versos como dulces susurros y versos afilados como gritos, el respeto por la palabra bien dicha y bien ubicada en el encuadre del poema. Si lo ha hecho así de bien en su primer libro de poemas, habrá que estar atento a las próximas entregas líricas de Amaia Villa.

Puedes comprar el libro en:

 

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