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José Manuel Echevarría Mayo
José Manuel Echevarría Mayo (Foto: cedida por el autor)

Entrevista a José Manuel Echevarría Mayo: “La fe religiosa ponía trabas a las nuevas ideas sobre la Vida y las siguió poniendo hasta el siglo XX”

Autor de “El caballero de Dios”
Por Javier Velasco Oliaga
viernes 29 de enero de 2021, 21:06h

José Manuel Echevarría Mayo es un reputado virólogo y científico del Instituto de Salud Carlos III hasta su jubilación en 2017. Continúa su actividad docente en la Facultad de Biología de la Universidad Complutense de Madrid. Acaba de publicar la segunda novela de su trilogía “Naturalistas” titulada “El caballero de Dios”, sobre el médico y sacerdote danés Niels Steensen, más conocido como Nicolás Steno.

El caballero de Dios
El caballero de Dios

Sus avances científicos se sitúan en una época que guarda similitudes con la actual y que dividieron al mundo entre quienes aceptaban los avances de la ciencia y la razón y quienes consideraban dichos avances peligrosos o parte de algún plan “maligno”, lo que ahora se conoce como negacionistas. En la entrevista, el profesor Echevarría nos da muchas claves del genial científico danés que cambio la ciencia por la religión convirtiéndose al catolicismo y haciéndose sacerdote.

¿Cómo surgió la idea de escribir una trilogía sobre los principales naturalistas de los siglos XVI, XVII y XVIII?

La idea surgió mientras escribía el capítulo 2 del libro “Selección Natural y Sociedad”, que se publicó en 2017. Analizaba en él la evolución y el estado de las ideas sobre historia natural en el momento en el que Darwin partía a bordo del Beagle para dar su vuelta al mundo. Para hacerlo, me basé en parte en un libro que leí de adolescente y que me enganchó: “Antes del Diluvio”, del gran divulgador alemán Herbert Wendt. Lo que escribí entonces hubo de ser necesariamente breve y me supo a muy poco, así que unos meses después decidí intentar contarlo mejor en una serie de relatos novelados. Y así empezó “Naturalistas”.

El caballero de Dios” es la segunda entrega de la trilogía. Pónganos en antecedentes. ¿Quién fue Niels Steensen?

Niels Steensen –más conocido como Nicolás Steno- fue un gran anatomista danés cuya vida se desarrolló en el siglo XVII. Estudió Medicina en Copenhague y se especializó en Anatomía en Ámsterdam y Leyden. No tuvo buena suerte en su país al terminar sus estudios, así que hizo las maletas y, con solo veintiséis años, se marchó a París portando excelentes referencias de Thomas Bartholin, su profesor en Dinamarca, para el bibliotecario del Rey Sol. En la Francia de Luís XIV, Steno triunfó y, ya como un especialista de prestigio, llegó dos años después a Florencia porque el gran duque Fernando II de Medici le hizo una oferta de esas que no pueden rechazarse. Allí continuó con sus experimentos anatómicos al tiempo que ejercía como médico del duque.

¿Qué motivaciones personales le hicieron fijarse en el padre de la Geología?

Lo primero que me llamó la atención fue saber que un anatomista consagrado pasara a interesarse de lleno por las rocas y los fósiles cuando el azar quiso que un enorme tiburón blanco muriese muy cerca de la desembocadura del río Arno. Tras diseccionar su cabeza por deseo del duque, fue la semejanza que encontró entre los dientes del gran blanco y las entonces llamadas “lenguas de piedra” (dientes fósiles de tiburones extintos) lo que le movió a entrar de lleno en la vieja cuestión del origen y naturaleza de los fósiles. Esa impresionante pirueta mental me sugirió que su cabeza debía ser muy poco común. Lo segundo, enterarme de que, en la cumbre de su carrera y disfrutando una vida de privilegio, decidiese hacerse católico, ordenarse sacerdote y abandonar la ciencia para pasar a una vida pobre en lo material. ¿Cómo puede no provocar a un novelista un personaje como él? Lo de sus valores personales llegó cuando comencé a sumergirme en su biografía y a tratar de penetrar en esa desconcertante mente.

Como anatomista, ¿era difícil lidiar con la Iglesia?

En realidad no. La disección de animales estaba ya perfectamente admitida por las iglesias cristianas europeas –la Católica y las reformadas- en aquélla época, y los anatomistas investigaban básicamente con cadáveres de animales. Diseccionar cadáveres humanos era más difícil, pero tampoco era imposible si contabas con el apoyo de las autoridades y se te ponía a tiro el de algún reo de muerte que no fuese reclamado por nadie tras la ejecución. Aunque situamos a la Ilustración en el siglo siguiente, lo cierto es que comenzó ya en el siglo XVII con el triunfo del racionalismo cartesiano y la física de Newton.

¿Cuáles fueron sus mayores logros como anatomista?

Su primer éxito, que le llegó cuando era todavía un estudiante, fue descubrir el conducto que libera la saliva en la boca, una estructura que lleva su nombre desde entonces. El segundo, que realizó casi inmediatamente después, demostrar la naturaleza muscular del corazón. En realidad, él mismo reconocía que ninguno de esos dos descubrimientos era por completo original, pero pienso que fueron sus novedosas y audaces técnicas de disección y su objetividad y rigor en la tarea de demostrar los hechos lo que hizo que sus conclusiones fuesen ampliamente aceptadas. El tercero, demostrar que la glándula pinneal del cerebro humano no es móvil. Quien no sea capaz de medir el alcance que tuvo entonces esa demostración, lo comprenderá muy bien al leer la novela.

¿Tuvo problemas con sus profesores en la Universidad?

Sí, con uno de ellos, y bastante grave. Sucedió al descubrir el conducto de la saliva mientras estudiaba en Ámsterdam con el profesor Blaes. Por alguna razón, Blaes quiso apuntarse ese mérito y le acusó formalmente de haberle robado a él el descubrimiento. Su carrera anduvo cerca de terminar antes de empezar, pero finalmente se impuso la verdad y se le admitió como alumno en Leyden, donde terminó de formarse junto a un gran especialista en el cerebro: el profesor Sylvius, el de la “fisura de Silvio”. Creo que ese tremendo episodio asentó su carácter y afirmó sus valores morales.

“Los científicos de los siglos XV y XVI tuvieron que trabajar en secreto”

¿Por qué era tan complicado hacer disecciones de animales y de humanos? ¿Qué papel jugaron las creencias religiosas?

Como dije antes, las disecciones de animales no eran ningún problema a mediados del XVII, y las de cadáveres humanos no eran imposibles. De hecho, Steno demostró la inmovilidad de la glándula pineal humana realizando una disección semipública en la propia casa del señor Thévenot, el bibliotecario de Luís XIV, y publicó sus resultados a continuación. Los científicos de los siglos XV y XVI sí tuvieron que trabajar en secreto por esa razón. Leonardo da Vinci disfrazó sus investigaciones sobre el desarrollo fetal entre las páginas de un libro sobre pintura, porque ni la Iglesia Católica ni las autoridades civiles toleraban esas cosas. Por otro lado, las disecciones del aparato cardio-circulatorio se contaron entre los argumentos que esgrimió Calvino para quemar por hereje a Miguel Servet en Ginebra. Por fortuna, Steno trabajó al margen de esa presión.

¿Fueron tiempos para la heterodoxia científica?

No los mejores, qué duda cabe, pero no faltaron los heterodoxos en la Europa de la época. De hecho, uno de ellos aparece en la novela. Cuando el inglés Robert Hooke planteó la idea de la extinción de especies, que entonces era prácticamente una blasfemia, se armó la marimorena en Inglaterra, pero pudo defenderla sin que peligrase en ningún momento su destacada posición en la Royal Society de Londres. Hooke, que tenía un carácter de armas tomar, se confesaba ateo sin el menor rubor, y eso le sentaba mal a mucha gente pero nada más. Al parecer, a él no le afectaba lo más mínimo. Es cierto que la fe religiosa ponía entonces trabas a las nuevas ideas sobre la Vida y que las siguió poniendo hasta en el propio siglo XX, pero no siempre en el mismo sentido. Charles Darwin tuvo que enfrentarse al anglicanismo a mediados del XIX cuando planteó la evolución por selección natural. Seis décadas después, el jesuita Georges Lemaître fue prácticamente silenciado por el anti-catolicismo reinante en la ciencia de los años 20 cuando planteó por primera vez la idea del Big-Bang para explicar el origen del universo, porque a los ojos de muchos (Einstein entre ellos) olía demasiado a “instante de la Creación”. El prejuicio religioso adopta muchas formas…

Como médico fue llamado por la corte del gran duque Fernando II de Medici. ¿Por qué acepto dicho reto?

Cuando Steno aceptó la oferta del duque, Florencia era todavía uno de los grandes centros de la cultura europea. La corte de Fernando II era un muy buen lugar para un científico. Primero, porque el propio duque era un apasionado de la ciencia. Segundo, porque su hermano Leopoldo lo era todavía más, aún siendo al mismo tiempo un católico más que ferviente. Por consiguiente, Florencia era un buen sitio para trabajar, e imagino que la oferta material del duque fue muy buena. Este es otro aspecto de la personalidad de Steno que merece ser destacado: nació en Dinarmarca y era luterano, pero fue también un europeo en el sentido más amplio del término que no rechazaba vivir en un país católico. Europa estaba ya naciendo de la mano de la ciencia.

Niels Steensen dejó la ciencia por la religión. ¿Qué fue lo que le impulsó a un cambio tan radical?

Él nunca lo aclaró, así que todo se basa en unas especulaciones cuyo sentido suele reflejar la religiosidad de quien las formula. Steno fue beatificado por Juan Pablo II, así que los católicos defienden que su conversión respondió a las conversaciones sobre teología que mantuvo con un sacerdote y una monja mientras estaba en París. Otros biógrafos menos comprometidos con la religión católica piensan que fue convertido por doña Lavinia Arnolfini, una dama florentina casada con el embajador de la ciudad de Lucca que era muy piadosa y con la que, tal vez, mantuvo una relación sentimental de alcance desconocido. Como novelista, yo me he apuntado a ojos cerrados a la segunda opción, porque me cuadra más y porque pienso que la mayoría de los lectores lo agradecerán.

Una vez ordenado sacerdote católico, ¿abandonó totalmente la ciencia?

Eso fue lo que aseguró Leibniz cuando escribió que “incomprensiblemente, Steno renunció a seguir siendo un excelente científico para convertirse en un teólogo mediocre”. El alemán le conoció personalmente y no hay razones objetivas para dudar de su testimonio, salvo la sospecha que pueda concebirse por tratarse de la opinión de un luterano fiel sobre otro converso al catolicismo. En todo caso, su ordenación supuso el fin de sus publicaciones científicas, lo que parece avalar a Leibniz.

¿Cómo fueron sus últimos años de vida?

Parece que no se sabe mucho concreto sobre eso, pero sí lo suficiente como para poder decir que no fueron buenos. Por lo demás, ¿qué podía esperarse para un obispo católico en la Alemania luterana del siglo XVII más que una vida difícil? La cuestión estriba en saber por qué le enviaron allí, y eso no está nada claro. Quien lela “El caballero de Dios” encontrará una propuesta.

La novela discurre por muchas ciudades de Italia, Francia, Países Bajos, Amsterdam o Londres. ¿Ha querido dar una panorámica de cómo estaba la ciencia en esas ciudades?

Un objetivo común a todas las novelas de la serie es describir el estado de las ideas sobre la historia natural en la época del personaje protagonista. En mayor o menor medida, todas son novelas corales, con personajes históricos entrando y saliendo del relato. Además, Steno fue un viajero infatigable que acabó por ser más ciudadano de Europa que de Dinamarca, y eso me brindó la oportunidad de viajar con él a varias ciudades europeas. Esos viajes por Francia, Italia, Holanda y Alemania, en los que conoció a varias figuras de la ciencia del momento que tienen así la oportunidad de darse a conocer al lector, fueron otro gran aliciente para escogerle como solista principal del coro.

Cualquier paralelismo que quiera hacerse entre esta epidemia que vivimos y las grandes epidemias del pasado proviene del desconocimiento

¿En ese tiempo cómo se encontraba la ciencia médica en España?

Desgraciadamente, la historia de la ciencia española anterior a Cajal está en gran parte por ser investigada y contada al gran público. En “Fracasología” (Premio Espasa 2019), Elvira Roca Barea trata sobre las razones de este largo olvido al hablarnos sobre la existencia de los “novatores” de la España de los Austrias. Entre los médicos, cita a José Lucas Casalete (1630-1701), Juan Bautista Juanini (1632-1691), Nicolás Francisco San Juan (1640-1687), Francisco de Elcarte (segunda mitad del XVII)… De San Juan dice que fue autor de una de las primeras topografías médicas modernas. También cuenta que dos siglos antes de que el marino británico James Lind publicase su tratado sobre el escorbuto (1753), fray Agustín Farfán ya aconsejaba el uso de cítricos para prevenir esa plaga de los marineros. ¿Por qué los españoles hemos ignorado tanto la historia de nuestra ciencia? ¿Acaso esperábamos que la contasen por nosotros los franceses o los ingleses? El libro de Roca Barea trata sobre las raíces de ese problema tan español que consiste en depreciar lo propio frente a lo ajeno, y su lectura resulta, en mi opinión, más que recomendable para cualquiera. Si se me pidiese ahora mencionar algún científico español anterior a Cajal, poco podría añadir yo a Miguel Servet, Celestino Mutis y Jaime Ferrán.

En 1654 hubo un contagio de peste. ¿Qué similitudes hubo con la actualidad?

Absolutamente ninguna. Ni por la letalidad del agente causal, ni por la vía principal de transmisión, ni por el segmento de población más afectado por la enfermedad grave. Tucídides nos cuenta, por ejemplo, que el gran Pericles murió a los sesenta y tantos años durante la llamada “Peste de Atenas”, una epidemia que pudo corresponder a la primera entrada del virus de la viruela en Europa. Pienso con toda sinceridad que si se hubiese tratado del coronavirus que ahora nos afecta, lo más que nos hubiese dicho el historiador es que Pericles falleció de un mal pulmonar sin hacer referencia a epidemia alguna. En la Atenas del siglo V a.C. la gente no solía llegar a edades avanzadas, y los enfermos crónicos casi no existían porque sobrevivían muy poco a su enfermedad. Sinceramente, y lo digo como especialista en el tema, cualquier paralelismo que quiera hacerse entre esta epidemia que vivimos y las grandes epidemias del pasado proviene del desconocimiento y de una lectura muy simple y superficial de las cifras.

En el libro incluye algunas cartas al profesor Bartholin. ¿Qué aportan dichos documentos y por qué los introdujo en su libro?

Aportan algunas de las pocas cosas que sabemos de Steno por su propia pluma al margen de lo que escribió en sus trabajos científicos. Cuando inicié “El caballero de Dios” tuve la fortuna de toparme en Internet con un extenso artículo sobre Steno publicado en inglés por el danés Jens Morten Hansen en 2009. Ese material estaba ahí, así que no dudé en aprovecharlo en los momentos oportunos. Por ejemplo, al tratar sobre su problema con el profesor Blaes.

Escrita la primera y la segunda parte en tercera persona da un giro en la tercera para escribir en primera persona. ¿Pedía la narración ese cambio?

Lo que pedía la narración era algún buen recurso para novelar una parte de la vida de Steno para la que encontré poquísima información. Confieso que por unos días me sentí perdido, pero tuve la gran suerte de recordar a un personaje que había pasado fugazmente por el relato cuando Steno viajaba de Florencia a Dinamarca en las semanas anteriores a la muerte del duque Fernando. Entonces me dije que si yo no me veía capaz de contarlo, tal vez pudiese hacerlo él, así que le cedí con gusto la voz narrativa a partir de ese momento. Y bueno, creo que tengo mucho que agradecer al señor Vincent Praet, mercader de Ámsterdam, por la gran ayuda que me prestó.

¿Cómo encontró la voz narrativa en su novela?

En mi modesta experiencia como escritor de ficción, dar a la voz narrativa la forma más adecuada al relato es una cuestión crucial para que todo lo que sigue luego transcurra con comodidad. Esto también depende de la capacidad de cada escritor para contar las cosas de una forma o de otra, y pienso que yo funcionó mejor cuando asumo yo mismo la voz narrativa desde fuera. Por eso me bloqueé un poco ante la tercera parte de la novela, y por eso le debo tanto al señor Praet. Él fue una voz narrativa externa dentro del propio relato, así que se trata, a la vez, de un personaje y un escritor. Fue una experiencia muy interesante que nunca había abordado antes.

Tendremos pronto la tercera y última entrega de su trilogía “Naturalistas”.

Si todo va bien, “El lunático de Lichfield” se publicará dentro de este año y la serie quedará así completa. Bernard Palissy, Niels Steensen y Erasmus Darwin han sido para mí los guías turísticos que me han llevado de aquí para allá en mi recorrido personal por la historia del naturalismo europeo de los siglos XVI a XVIII, que es una parte muy importante de la historia de la ciencia. Espero que los tres relatos que salieron de ahí ayuden a muchos otros a realizar el viaje. Cada uno a su manera, naturalmente, porque los relatos se escriben de nuevo cada vez que alguien los lee.

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José Manuel Echevarría Mayo
José Manuel Echevarría Mayo (Foto: cedida por el autor)
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