En esta zona, se mantuvieron durante muchos meses los frentes paralizados. Se ha dado a conocer como la “guerra olvidada”, pero aunque eso es cierto, la verdad es que esa batallas sirvieron para mantener estático durante muchos meses el avance de las tropas franquistas. “Hasta la fría Alcarria llegaron para defenderla la Brigadas Internacionales y, posteriormente, un batallón de jóvenes catalanes que defendieron las posiciones casi sin ninguna preparación previa. Tuvieron que aprender lo que era una guerra casi sobre la marcha”, apunta el historiador. Luis A. Ruiz Casero (Alcalá de Henares, 1985) es doctor en historia por la UCM y arqueólogo por la Universidad de Alcalá, habiendo cursado dos másters en Arqueología y Educación. En 2015 publicó una monografía sobre la olvidada batalla del sur del Tajo durante la Guerra Civil española, conflicto que ha centrado su actividad investigadora. Es miembro de la Asociación Española de Historia Militar. Entre sus líneas de investigación pueden mencionarse el estudio de la contienda civil, la pervivencia de la mujer en primera línea tras la militarización de las milicias, la materialidad del conflicto y la didáctica del patrimonio. Tras el cruento ciclo de batallas en torno a Madrid que se sucedieron durante el primer invierno de la Guerra Civil española, parecería que la lucha en los flancos de la capital se había extinguido. Pero en los frentes estabilizados de Toledo y Guadalajara la matanza no había hecho más que empezar. Madrid nunca dejó de ser un objetivo militar de primer orden para los ejércitos en lucha, que ansiaban defenderla o expugnarla a cualquier precio. En consecuencia, en los sectores del Centro se libró a lo largo de dos años una guerra olvidada, a una escala hasta ahora desconocida, que causó un enorme sufrimiento a quienes la vivieron. En Toledo y Guadalajara se sucedieron los golpes de mano, los bombardeos, y las razias hasta el final de la guerra, y en ocasiones tuvieron lugar allí operaciones importantes, en las que intervinieron miles de hombres apoyados por abundante artillería, carros y aviación. Con contadas excepciones se trató de un conflicto sordo, desdibujado, librado en lugares remotos, sin aparente influencia en el desarrollo global de la guerra. Las fuentes dibujan de manera inequívoca un escenario de terror cotidiano más allá de las grandes batallas bien conocidas de Brunete, Teruel o el Ebro, que poco tiene que ver con los «frentes en calma» que algunos historiadores han descrito. En el libro Sin lustre, sin gloria. Toledo y Guadalajara, frentes olvidados de la Guerra Civil, Luis A. Ruiz Casero, con una prosa que sitúa a su obra en la mejor tradición de los grandes autores de historia militar, retrata esta guerra cruel, áspera, en la que los combatientes morían en el páramo sin la pátina gloriosa de las grandes maniobras. La muerte no entiende de gestas. De este relato de las operaciones libradas en los frentes de Castilla, estos frentes olvidados, emerge una nueva narrativa de la Guerra Civil, con despliegues violentísimos aún en los sectores más apartados, y unos oponentes porfiados que libraron un combate sin cuartel. Con el autor de “Sin lustre, sin gloria” visitamos algunos enclaves de alcarreños del Tajuña. Concretamente el Vértice Sierra y la población de Abánades, de 61 habitantes, que tiene un curioso Museo Histórico Municipal de la Guerra Civil Española. Muchos de los objetos que allí se encuentran han sido donados por los habitantes del pueblo que fueron encontrados en el antiguo frente. Aunque muchos llaman a estos “secundarios” e incluso, la guerra olvidada, el museo viene a mantener viva la memoria de las batallas que se produjeron en esos campos. La defensa de estas tierras la llevó a cabo la 33ª División del Ejército Popular de la República, mandado por el comandante Eduardo Medrano Rivas, veterano de Marruecos. La división estaba formada por jóvenes catalanes sin preparación alguna, el experimentado artillero se encargó de someterlos a una dura instrucción, que les salvaría la vida. “Estos chavales no estaban ni acostumbrados a las armas y mucho menos al frío de la sierra”, señala el autor. Uno de estos integrantes era músico de profesión y compuso una sardana titulada “Catalans a l´Alcarria” que les servía para darse ánimos durante las batallas. Los sublevados estaban dirigidos por el coronel Santa Pau, que demostró su impericia. En pocas horas tiraron unos 6000 proyectiles y comenzaron el avance. Los legionarios tuvieron unas 330 bajas y las jóvenes tropas catalanes aguantaron los envites pese a estar mal equipados. “La única escaramuza de los rebeldes que tuvo éxito la dirigió el comandante Blas Piñar Arnedo, defensor del Alcázar de Toledo, padre del político del mismo nombre de la Transición”, recuerda.
Para el autor alcalaíno, “buena parte de la historia bélica de la Guerra Civil tuvo lugar en los frentes estabilizados, lejos de las grandes batallas que acapararon portadas en el momento de los hechos y que hoy siguen llenando estanterías en publicaciones sobre el conflicto. Los hechos narrados en mi libro trascienden el interés local. Son una ventana a lo que ocurría allí donde nadie miraba durante las batallas de Brunete, Teruel o el Ebro. Allí donde aparentemente nunca pasó nada. Quizá mi interés inicial llegara de la curiosidad por saber si eso era cierto, si aquellos frentes no tenían nada que ofrecer desde un punto de vista histórico. Gradualmente me di cuenta de que con ellos sucedía lo que con tantos otros temas marginales de la historia o la arqueología: la ausencia de evidencia no era sinónimo de la evidencia de ausencia. Allí tuvieron lugar hechos de gran relevancia para muchos miles de personas, que en ocasiones llegaron a afectar el desarrollo general de la guerra, solo que nunca habían despertado interés”. En estos frentes olvidados, se dieron escenas como la que vimos en la película de Berlanga “La vaquilla”. “Se dieron, pero la documentación nos dice que no fueron la norma. La ficción, o incluso alguna literatura académica, han transmitido la imagen de que la guerra en primera línea fue algo así como un picnic en el que no se disparaba ni por casualidad. Las fuentes nos hablan de una guerra sin cuartel. En los dos años de estabilización se han contabilizado hasta media docena de batallas en toda regla y al menos tres auténticas ofensivas, así como cerca de una veintena de ataques en los que al menos uno de los dos bandos empleó fuerzas superiores a un batallón. Se emplearon carros, aviones, artillería en gran número. Y los combatientes sufrieron el terror de la guerra moderna, heridas físicas y psicológicas de las que muchos no se recuperarían nunca. Los momentos de calma estuvieron marcados por el miedo y las privaciones en mayor medida que el tedio o el ocio, por no hablar de los ocasionales bombardeos o los disparos de los francotiradores”. Evidentemente, en estos frentes olvidados no hubo tantas bajas como en las grandes batallas, pero sí fue alta. “Si tenemos en cuenta la cantidad de bajas, sin duda se trató de la ofensiva del Alto Tajuña, en marzo-abril de 1938. Rivalizó en número de muertos, heridos y desaparecidos con la famosa batalla de Guadalajara, un año antes. Pero si tenemos en cuenta la ratio entre combatientes y bajas, la más feroz fue la del sur del Tajo, en mayo de 1937, en la que hubo en torno a un 20% de bajas en conjunto en las unidades desplegadas, una auténtica exageración. Si nos referimos al padecimiento de los combatientes, probablemente el choque más duro fue la ofensiva de la Jara, librada en mitad de una ola de calor en uno de los puntos más cálidos de Europa en el verano de 1938, en la que llegó a haber varios casos de saharauis retirados de la línea por insolación”, expone. Para finalizar, preguntamos a Ruiz Casero si en esos frentes secundarios hubo militares preparados, de primera fila. “Podemos afirmar que no hubo ningún Napoleón en ellos. Pero, sí hubo mandos competentes. Quizá los únicos destellos de un mando efectivo, con concepciones modernas en torno a las operaciones, que pueden encontrarse en los frentes de Guadalajara y Toledo, sean los del republicano Perea y el sublevado Esteban-Infantes. Hubo también un número considerable de mandos que, si bien no se mostraron brillantes a la hora de operar, sí lograron transmitir un espíritu combativo a los efectivos a su mando y mejorar las condiciones de los frentes, como Mera o, sobre todo, Pertegaz, jefe republicano de la 9.ª División en la última etapa de la guerra. En el otro extremo encontramos figuras que resisten mal el análisis, como el mitificado Miaja, como Saliquet, o como el general Ponte, clave en el frente toledano a partir de 1938. Las fuentes caracterizan su figura como arbitraria y presuntuosa, con una despreocupación sobre las vidas de sus propios hombres rayana con la incompetencia”, concluye el historiador y profesor universitario. Puedes comprar el libro en:
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