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"Me gusta Catalunya. Me gusta España" de Sergio Fidalgo

lunes 02 de marzo de 2015, 14:03h
'Me gusta Catalunya. Me gusta España' de Sergio Fidalgo

Pertinente, necesaria y actual son tres rasgos que caracterizan a la obra que tenemos entre manos. La deriva soberanista que impulsa y patrocina el gobierno de CIU y ERC ha generado una asfixia en Cataluña que podría también provocar una sensación de hartazgo en el resto de España.

En efecto, el nacionalismo catalán, merced al control de los medios de comunicación (vía subvención), propaga una mensaje cuya intención es publicitar Cataluña como sinónimo de sociedad homogénea, articulada alrededor de dos ejes: derecho a decidir e independencia. Se trata de un delirio que Sergio Fidalgo desmonta eficazmente.

Como el título refleja, no nos hallamos ante un alegato ni pesimista, ni derrotista. Por el contrario, la obra es un llamado permanente a la acción que, en última instancia, encierra un optimismo de cara a revertir el actual panorama.

En cuanto al contenido, el autor recoge el testimonio de 30 personalidades relevantes de Cataluña que explican las razones por las que se ha llegado al escenario actual, contra el que se rebelan y brindan argumentos para que nos unamos a su causa. Así, voces del mundo jurídico, económico, periodístico o cultural desfilan a lo largo de más de 350 páginas exponiendo sus ideas sin complejos.

Que el autor ejerce el periodismo rezuma por todo el libro. Al respecto, resulta habitual que entresaque frases y titulares de las respuestas que le han dado los entrevistados, lo que permite al lector asumir el mensaje y percibir la gravedad del asunto que denuncia.

Hay preguntas (temas) que repite a todos los entrevistados, por ejemplo, su modelo de España ideal, cómo y cuándo empezó “el procés”, si hay opciones aún de ganar el partido o qué implica el concepto de “España nos roba”.

Tratamiento pormenorizado recibe la actitud de los gobiernos de España hacia el nacionalismo catalán, permitiéndole incumplir reiteradamente partes de la Constitución. En íntima relación con esta idea, podemos concluir legítimamente que la deslealtad constitucional forma parte del adn del nacionalismo, fenómeno que Pepe Castellano explica en los siguientes términos: “mientras todas las demás fuerzas políticas han ido renunciando a sus programas máximos en beneficio del consenso y de la alternancia civilizada en los sucesivos gobiernos, los nacionalistas, sobre todo el vasco y catalán, han monopolizado el Poder en sus territorios y han alcanzado cotas de autogobierno próximas a su programa máximo, ese independentismo que ahora pretenden culminar” (pág. 9).

El resultado no ha sido la integración del nacionalismo periférico en nuestro sistema democrático. Por el contrario, CIU, ERC y PNV han apurado el victimismo al máximo. De hecho, en ciertos imaginarios políticos ha calado la imagen de que España está en deuda permanente con Cataluña y País Vasco.

Asimismo, esta asfixia provocada por el nacionalismo se ha cobrado víctimas y son muchos los catalanes que han abandonado su región natal buscando un clima de libertad en otras partes de España. Los testimonios de Anna Grau, Albert Boadella o Albert Castillón ilustran esta tesis.

Una de las conclusiones que comparten autor y entrevistados es que el Estado ostenta en la actualidad un protagonismo residual en Cataluña para regocijo del nacionalismo (que aún así, se muestra insatisfecho). Boadella enseña la fórmula para finiquitar esta anomalía: “si Cataluña sintiera mañana la fuerza del Estado, y no significa que aparezca un tanque en el límite de la provincia de Lleida, porque en este caso habría un orgasmo general de victimismo, me refiero a que si sintiera el peso de la aplicación de la ley, tengo mis dudas de si la gente no bajaría la cabeza y comenzara a pensar con cierto sentido común” (pág. 25).

Como apreciamos, la obra se sumerge en la historia porque el órdago lanzado por Artur Mas a partir de 2012 hunde sus raíces en el lejano 1980 (primer triunfo electoral de Jordi Pujol). A partir de ahí, CIU comenzó a modelar Cataluña a su imagen y semejanza. Acontecimientos recientes, como el Estatut de 2006, han sido simples etapas en una hoja de ruta cuyo destino final era y es la independencia.

Como respuesta, Sergio Fidalgo no se pone de perfil sino que denuncia, actitud esta última cada vez menos frecuente entre determinados sectores académicos que prefieren la comodidad que otorga la equidistancia, asumiendo voluntariamente la jerga del nacionalismo (por ejemplo, concebir a Cataluña como “nación” o “país” o utilizar expresiones como “encaje”).

Con todo ello, el panorama es complejo y la obra no lo oculta. Cuatro décadas de nacionalismo han lavado las mentes de las personas. El Pujolismo y el post-pujolismo ostentan las mayores cuotas de responsabilidad, afirmación compatible con señalar a otros cooperadores necesarios. De entre estos últimos, en el escenario catalán sobresalen el PSC e ICV con un discurso que prima “lo nacional” frente a “lo social”. Finalmente, los complejos sentidos por la población a la hora de manifestar la doble identidad (catalana y española) han influido significativamente. Nacho Juliá explica así este último fenómeno:

“Desde la entrada de la democracia en nuestro país, a la izquierda y evidentemente a los nacionalistas siempre le interesó relacionar la unidad de España con el fascismo. (…) Poco a poco empezamos a sentir vergüenza, dejamos nuestra bandera en casa. Y dejamos la labor de la defensa de España a los partidos de extrema derecha, lo cual fue perfecto para estereotipar aún más al que se siente español al idenfiticarlo con el fascismo” (págs. 273-274).

En definitiva, estamos ante una obra que ofrece la radiografía perfecta de lo que ha sido la política en Cataluña desde 1978, cuyo corolario momentáneo es “el procés”. Frente a ello, Fidalgo se moja en un alegato valiente que debería corresponderse con un apoyo a ultranza de todos aquellos que pensamos que juntos y mejor.

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