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Filoctetes

27/02/2024@11:11:00
Dos paradigmas incuestionables de la crítica literaria se ocuparon de la obra: la argentina María Rosa Lida en Introducción al teatro de Sófocles (Losada, Buenos Aires, 1944) y el norteamericano Edmund Wilson en La herida y el arco, (F. C. E., Breviarios, México, 1983). La historia se remonta a los Cantares ciprios (poema perteneciente a la literatura griega antigua, del cual se conservan apenas algunos fragmentos y que formaban parte del llamado “ciclo troyano”: conjunto de poemas que narraban los acontecimientos legendarios de la guerra de Troya y del cual han llegado hasta nosotros sólo dos: Ilíada y Odisea), se menciona escuetamente en Ilíada (canto segundo, 722-726), la retoma Píndaro en sus Píticas (Oda I) hasta que en manos de Sófocles se convierte en una obra maestra escrita a sus ochenta y cinco años.

Permítasenos otorgar un realce, acaso inmerecido para estos rudimentos, reproduciendo, a manera de introducción y resguardo, dos citas de incontrovertible ponderación; en La tragedia griega (Gredos, Madrid, 2011), la erudita Jacqueline de Romilly afirma: “Haber inventado la tragedia es una hermosa medalla de honor; y esa distinción pertenece a los griegos”. Por su parte, el padre dominico André-Jean Festugière, filólogo, filósofo y notable traductor, comienza su imprescindible ensayo La esencia de la tragedia griega (Ariel, Barcelona, 1986) con la siguiente aseveración: “Sólo una tragedia hay, y es la griega.”
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