Pero Antonio Mercero es una persona inquieta que sabe de las servidumbres de las series. “El mundo de la televisión es muy servil y muy esclavo, donde no se puede crear en libertad debido a los muchos filtros que hay”, se queja. De ahí que haya dado el salto a la novela, que es mucho más independiente y libre en cuanto a creación. La cuarta muerte fue su primera novela, con la que no obtuvo el éxito que esperaba. La segunda, es una obra madura; él cree que todavía está en fase de aprendizaje, pero la verdad es que le ha salido una novela redonda, con un juego de personajes muy meritorio.
“La vida desatenta es una reivindicación de la vida afectiva a través de una familia de abogados. Una revisión de las relaciones familiares sobre las únicas personas que no escogemos, que estamos obligados a convivir con ellos”, explica el escritor en la conversación que mantuvimos en un céntrico hotel madrileño. En esas relaciones pueden surgir muchas fricciones, a la vez que momentos de armonía, lo cual “es muy bonito para explorar literariamente” y más en una familia tan peculiar como la de Vildsvin.
La familia del abogado es como todas las de hoy en día, “son como un aglutinador de emociones, un refugio ante la crisis económica y que gracias a ella emergen con toda su importancia. Es una batería que se recarga con las emociones y los afectos. Yo quiero reivindicar, también, ese papel de la familia como refugio ante todo lo negativo que estamos viviendo”, especifica.
Ignacio Vildsvin -el apellido lo sacó de un pub barcelonés- es un veterano abogado al que llega un caso de pederastia de un obispo de la Iglesia Católica. “Los abogados son testigos privilegiados de la sociedad en la que vivimos. El tema que le llega es un poco lúgubre y que se ha silenciado durante décadas por la Iglesia. Afortunadamente, el Papa Francisco está dispuesto a limpiar ese tipo de comportamientos”, dice el escritor madrileño.
“Si hay dos cosas que me irritan sobremanera son los curas pederastas y los políticos corruptos”, apunta Antonio Mercero. A su parecer, ambas instituciones, la religiosa y la política, deberían de dar ejemplo y no consentir dichos comportamientos. “Ambas son figuras totémicas que tendrían que estar a salvo de esas desviaciones”, recalca con seguridad y convencimiento.
La novela tiene varias tramas. Una de ellas es la de los juicios. “En España los juicios suelen ser muy aburridos y casi nunca se llega a ellos. Se arregla todo en los despachos”, cuenta. Por eso las series españolas de juicios suelen saldarse con fracasos estrepitosos, salvo la que dirigió su padre, que aún permanece en nuestros recuerdo como lo mejor que hemos visto del género en televisión.
Otro de los temas del libro es la vejez, el cómo aparcamos a las personas mayores en los asilos. Un periodo de nuestra vida que todavía puede ser rico en vivencias, en “cómo se tiene todavía capacidad de ser feliz con los recuerdos. Aquí Chejov me ha influido mucho. En cómo la sociedad desprecia a sus mayores”, evoca el escritor. Está emparentado con las personas que viven de forma diferente, que viven con sus recuerdos, porque “la realidad es muy áspera, muy antipática, y a veces el recordar es un ejercicio de masoquismo, pero Herminia, la protagonista víctima de un error médico, es todo lo contrario, una loca maravillosa que vive en su mundo haciendo el bien a todos los que conoce”, cuenta.
En la novela hay también una bonita historia de amor “de dos personas que no quieren enamorarse, pero que al final triunfa ese amor que es como un huracán”, evoca. Tiene pues, la novela, muchas historias que se van mezclando y entretejiendo con mano maestra y decidida, formando un retrato de una sociedad actual a través de diversos personajes muy diferentes entre sí. Desde el padre, volcánico y autoritario, a unos hijos dependientes emocionales que no están suficientemente explorados en la literatura actual.
Es ante todo, Antonio Mercero, un escritor de personajes, un constructor de personajes que no quiere caer en el clasicismo ni hacer retratos psicológicos. “La complejidad del ser humano es muy difícil de retratar”, reconoce y añade que “es muy difícil que un personaje esté en puntos extremos del espectro de la personalidad. De ahí que quiera recorrer todo el espectro de las personalidades de sus protagonistas”.
“Desconfío de las personas que tienen una voluntad granítica, que se conducen siempre igual. Las personas tenemos muchos bordes, muchas aristas”, opina. Por eso sus personajes son muy humanos, muy apegados a los tiempos que vivimos. Y a todos los retrata con lucidez y con trazos ágiles y directos.
En cuanto a la actualidad, se muestra muy dolido con lo que estamos viviendo, con la deshumanización que están provocando los políticos. “Tengo la sensación de que están desmontando el sistema de vida que teníamos. Están demoliendo los logros conseguidos a base de recortes tanto sociales como culturales. Falta sensibilidad por parte de nuestros gobernantes”, cree convencido.
También está convencido de que “soy un escritor en plena fase de aprendizaje. Me siento muy torpe todavía. Pero dentro de la imperfección de mi novela estoy satisfecho con su resultado”, concluye. En estas palabras se muestra demasiado duro consigo mismo, porque La vida desatenta es una muy buena novela de un escritor que domina a la perfección la técnica narrativa y estamos seguros de que nos seguirá deleitando con buenas obras. Aquí el olfato de María Casas, editora de Debolsillo anduvo fino. Es una lástima que esta obra haya salido en una edición de bolsillo, merecía haber salido en una edición normal. “Le han quitado una de las dos vidas que tiene un libro”, dice sin quejarse. Y tiene razón. Su próxima novela seguro que tendrá esas dos vidas con todo merecimiento.
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