La autora es la única directora de instituto que se negó a entregar las llaves del centro el 9 de noviembre de 2014 para que en su interior se celebrara “la consulta”, esto es, el simulacro de referendo organizado y dirigido por CIU-ERC, contrario a la legalidad constitucional. Dolores Agenjo cumplió la ley, comportamiento poco frecuente en la Cataluña gobernada por el nacionalismo; precisamente en esa escrupulosidad para con la legalidad, radica el carácter heroico de su acción. De hecho, ella misma así lo reconoció meses después, cuando recibió el premio otorgado por la plataforma Movimiento Cívico de España y Cataluña: “que el simple hecho de cumplir la ley pudiera convertirse en un acontecimiento daba realmente la medida de la situación de incomparecencia total del Estado en Cataluña” (págs. 252-253).
La obra va más allá de condenar los liberticidios recurrentes del nacionalismo catalán. En efecto, otro de los grandes objetivos de Agenjo es demostrar la indefensión en la que se hallan quienes no son nacionalistas en Cataluña. Este fenómeno quedó constatado el 9-N de 2014: “el Estado no iba a hacer acto de presencia para proteger de ese escarnio a aquellos que, como yo, aún creíamos en la legalidad democrática” (p.17).
Así, concluido este acto de desacato, fueron muchos los que vociferaron que el “suflé independentista” estaba bajando. Esta afirmación, y el tufo victorioso que desprende la misma, no la comparte la autora. Tiene sus razones. En primer lugar, porque de “la consulta” no se derivó ningún efecto jurídico en forma de sanción para los convocantes. En segundo lugar, porque desde entonces, el gobierno de Cataluña y quienes lo apoyan en el Parlamento, han intensificado el ritmo de sus acometidas inconstitucionales.
Dolores Agenjo es buena testigo de lo que viene sucediendo en Cataluña durante las últimas décadas. Al respecto, resulta pertinente recordar que ha nacido y ha vivido en la citada Comunidad Autónoma, pudiendo comprobar en primera persona los modos del nacionalismo, ahora mutado en soberanismo. La lengua ha sido el pilar sobre el que ha cimentado una supuesta nación catalana: “sin duda alguna, el objetivo de la inmersión lingüística está estrechamente ligado a la meta de construir una nación. El nacionalismo catalán, anclado en el romanticismo alemán, se sustenta sobre la idea de que la lengua es el espíritu (volkgeist) de la tierra, de la nación. La lengua es para la tierra como el alma para el cuerpo en el ser humano” (p.124).
La autora, que se confiesa de izquierdas, profiere duras críticas al socialismo catalán no sólo por cómo renunció a plantar batalla al nacionalismo, sino por compartir el credo y las aspiraciones de aquél. Sin embargo, no ha sido el socialismo el único aliado de peso que ha tenido el nacionalismo. En efecto, un lugar sobresaliente lo ha ocupado el denominado “charnego agradecido” (de cuya figura se citan varios ejemplos a lo largo de la obra como Pepe Rubianes o Justo Molinero) y los sindicatos, los cuales han colocado el ideal nacional por encima de la defensa de los intereses de la clase trabajadora.
Como se va deduciendo, la estrategia del nacionalismo se ha mostrado impecable (aunque también cínica): cuando comprobó que había perdido la batalla demográfica, buscó atraer para sí a la inmigración. Para tal fin, recurrió a la premisa de que aquél que compartiera los dogmas nacionalistas, tendría asegurado el progreso económico y social (p. 154). Por tanto, “los llegados de otras regiones se libran de la marginación y de las despectivas etiquetas de charnegos o murcianos y, en cambio, son rebautizados como <>, pero sólo a condición de abrazar en exclusiva la identidad y la lengua catalana que personas bien pensantes e integradoras, (…), ponen a su alcance. Es el precio que deben pagar para hacerse perdonar su condición charnega” (p.74).
Con todo ello, la capacidad del nacionalismo para penetrar en el tejido social, político y cultural de Cataluña se encuentra fuera de toda duda. De hecho, incluso en las manifestaciones del I de Mayo, Dolores Agenjo ha podido constatar que los rituales son cada vez más parecidos a las exaltaciones nacionalistas del 11 de septiembre. Con sus mismas palabras: “la izquierda catalana se transmutó en izquierda nacionalista de forma total y absoluta. Las palabras <> y <<española>> parecían ser incompatibles. Ni un solo partido de izquierdas quedó en Cataluña que no abrazase incondicionalmente el nacionalismo, dejando la defensa de España y de la españolidad para la derecha” (p.111). El resultado cabe caracterizarlo como desolador: quienes en Cataluña se sentían (y sienten) de izquierdas y españoles, fueron apartándose de la participación política, siendo el ejemplo más evidente de esta afirmación su creciente abstención electoral.
En definitiva, una obra muy necesaria en el momento actual. Los testimonios de la autora deberían servir como materia prima para combatir la estrategia divisiva del independentismo, el cual ha fracturado a la sociedad catalana, creando ciudadanos de primera y de segunda categoría.
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