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"Azules y grises. Una historia de la Guerra de Secesión y sus combatientes españoles", de Joaquín Mañes Postigo

Editorial Salamina/Platea. 2020
martes 11 de enero de 2022, 21:00h
Azules y grises
Azules y grises

Tengo que felicitar a la editora, de nombre inteligentemente griego; además por partida doble, Salamina y Platea; por la presentación de esta obra extraordinaria sobre una guerra civil, todavía, rodeada de un halo de romanticismo, aunque pasaran a mejor vida cerca de un millón y medio de personas, y, que en muchos momentos, fuese de una crueldad terrorífica.

La obra se titula en función de cuáles fueron los uniformes de los dos ejércitos enfrentados; azules los unionistas o nordistas y grises los confederados o sudistas. En esta obra se realiza, asimismo, una aproximación más que necesaria, sobre cuál fue la implicación de la España de la reina Isabel II de Borbón, y de los propios españoles en esta guerra. Por consiguiente, se realiza un acercamiento fidedigno a la implicación española en esta conflagración civil.

En 1845, un periodista con la típica mentalidad norteamericana, se atrevió a escribir sobre el destino manifiesto, que conllevaba que los Estados Unidos de América llegarían a ser la nación más poderosa de La Tierra, y para ello los indígenas deberían ser apartados, más o menos brutalmente, y, por ende, la conquista voraz e imperialista del estado hispano o mexicano de Texas sería inmediata y necesaria. “Una nación, la estadounidense, que fue descubierta en lo más inmenso e indómito de su territorio por unos españoles que sobrepasaron su espíritu de lucha para realizar unos descubrimientos y conquistas realmente épicas, unos hombres que superaron tales peligros que bien podrían considerarse sus hazañas y proezas como las propias de héroes de leyenda. La epopeya de Alvar Núñez Cabeza de Vaca hace que su historia, de nueve increíbles años recorriendo el sur de Estados Unidos, sea casi de relato mitológico; Hernando de Soto fue el descubridor del río Misisipi; Juan de Oñate, Vázquez de Coronado y Menéndez de Avilés fueron hombres que anhelaban, buscaban, además de oro y riquezas, la fama, el reconocimiento de pasar a la historia de España y de lo que esta representaría, gracias a ellos, en el mundo; así de sencillo, el reconocimiento de su honra, su fama y su trascendencia”.

Pero, como es habitual en la prepotencia y en la ignorancia anglosajona y protestante de los norteamericanos, nunca se les ha integrado en la historiografía estadounidense. El apoyo indubitable del monarca-alcalde de Madrid, Carlos III de Borbón, a la revolución anti-inglesa de los coloniales fue enorme. La primera causa por la que no se reconoce el esfuerzo español, a favor de los norteamericanos, estriba en que las primeras Trece Colonias, conformadas por gentes venidas del norte de Europa, tales como ingleses, irlandeses, alemanes, etc, poco tenían o deseaban tener que ver con aquellos españoles, que tenían otra forma diferente de comprender la conquista de Las Indias Occidentales. Para agravar más la cuestión, si cabe, el Reino de las Españas se fue diluyendo, a los largo de todo el siglo XVIII, en la decadencia y mediocridad más absolutas, sobre todo con Carlos IV; y ya la desidia hispana se fue incrementando hasta límites insospechados a lo largo del siglo XIX, cuando la metrópoli se enfrentaba a la invasión napoleónica y sus americanos luchaban por ser independientes. Este siglo XIX es el de la eclosión absoluta norteamericana. Si en las Españas se discutió y se critica, acremente, hasta en la actualidad (¡verbigracia no saben quién es el almirante Cervera!), a sus hijos más destacados; no se puede pretender que el furibundo nacionalista estadounidense reconozca nada a los españoles. “Lo evidente es que, si España no se respeta a sí misma, no lo harán las demás naciones, lo que constituye un axioma en el estudio de la historia”.

En el siglo XVIII, los españoles siguen intentando colonizar y evangelizar territorios al norte del río Grande, verbigracia Texas y California; los muñidores de este hecho serán los franciscanos del poverello de Asís. Al contrario que ocurriría con los anglosajones protestantes, los españoles hicieron lo posible y lo imposible para tratar de asimilar y estudiar social y culturalmente a los indios de la zona. El ejemplo paradigmático de todo ello sería el del franciscano balear fray Junípero Serra. El español, que se debe mencionar en relación a la ayuda a las Trece Colonias contra los británicos, es Bernardo de Gálvez, quien se implicó total y absolutamente en la emancipación de esos territorios. La ayuda fue menor que la del reino de la Francia del rey Luis XVI de Borbón, pero no muy inferior.

Sea como sea, la cohesión de los Estados Unidos, con el inglés como idioma esencial, se refiere a ser blanco, anglosajón y luterano o reformado o protestante. España ya está en franca y triste regresión, para ello lo primero que hace es ceder la Luisiana a Francia en el año-1800, quien a continuación se lo vendería a los norteamericanos en 1803. Las Floridas serían vendidas, de forma irrisoria, en 1821, a los propios Estados Unidos, que realizaron una presión insoportable a España. En ese mismo año, los Estados Unidos mexicanos se independizaron del reino de España, y a la par se llevaron los territorios hispanos en el norte del río Grande: California, Nueva México, Arizona y Texas. “Fue durante toda esa centuria cuando España quedó borrada de la escena internacional, sumiéndose en un proceso de decadencia que le afectó a la propia autoestima como nación –lo que llevó al cuestionamiento incluso de su propia esencia y grandeza como entidad nacional-, y que culminaría en 1898 con la pérdida de sus últimas posesiones en Ultramar”.

Con estos mimbres nos encontramos cuando, en el devenir del siglo XIX, se crean dos territorios, absolutamente diferenciados, entre el norte industrial y abolicionista, y el sur agrícola y esclavista. El libro de ‘La cabaña del tío Tom’ de Beecher Stowe fue un revulsivo ético para dejar al descubierto las vergüenzas de lo que suponía la esclavitud en esa sociedad. En la Europa del momento, la esclavitud estaba abolida ya como intrínsecamente perversa, y solo España la permitía, pero solo para Cuba y Puerto Rico. En el año 1862, el general Juan Prim i Prats contempló la pujanza de la Unión, y como la Confederación sería aplastada, con el devenir de la guerra. Esto es lo esencial para poder leer este magnífico libro, que realiza un acercamiento conspicuo a la guerra civil entre los estados, y que recomiendo sin ambages.Ceterum censeo Cartaghinem esse delendam”.

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