Autor prolífico, todoterreno, ha cultivado la narrativa, la poesía, el ensayo.
Acepto que soy prolífico. Recuerdo que Rubén Darío en Prosas profanas decía que era un autor que “dejaba a las musas embarazadas”, y continuaba, “rabie el eunuco”. Hago lo que me sale y no supone un esfuerzo. La escritura me sale natural. Me parece ridículo que se estime a un autor que publica cada quince años. Esto es una estupidez del medio literario español, tan pacato y envidioso. Mújica Láinez decía que una persona que tarda quince años en escribir una novela es un genio o no es novelista.
¿Esta le costó mucho?
Tenía el argumento pero no tenía el tono, no tenía la voz. Desde el 81 empecé a escribirla, la dejé porque no encontraba el tono y la volví a reemprender por lo menos cuatro veces. No obstante no he parado, he hecho muchas cosas en estos años, nunca me he detenido, no está en mi carácter. "Majestad caída" es la que más he tardado en publicar, si eso quiere decir algo bueno, no lo sé, ya hay lectores que me han dicho que sí. Esta novela surge a finales de los 70 como un cuento dentro de Para los dioses turcos. Intenté hacer una novela tradicional, con un narrador en primera persona, llegué a escribir 60 folios por las dos caras. Cuando el año pasado después de terminar un libro de poemas me acordé de esto, apareció el tono. Al encontrar el tono, lo demás lo tenía sabido, la novela está escrita en menos de un año. Sin embargo, me han dicho muchos colegas que parece una novela muy elaborada, y esto es porque ha ido elaborándose en mi cabeza durante muchos años.
Muchos de los personajes los conoce porque los ha visitado en otras novelas.
Y alguno de ellos porque los conocí en persona. Sólo hay una persona viva, Amelina Correa. Los demás, la gran mayoría, son personas que han existido y yo he tratado. Pepe Bianco, secretario de la revista Sur, y Juan José Hernández, poeta y narrador argentino ya muerto, fue muy amigo mío. A Melchor Almagro no lo he conocido pero es un escritor real sobre el que Correa ha hecho una investigación. Muchos datos son fidedignos, las aventuras homosexuales de este señor en los años 10, en un barco que va a Colombia y en el Berlín de la I Guerra Mundial son verídicas.
Y sin embargo esto parece lo menos creíble.
En esta novela es muy difícil distinguir… Hay textos reales y los hay ficcionales, lo más ficcional es el personaje principal, Anibal Turena, que es pura ficción. Es la imagen del perdedor que siempre me ha gustado en la literatura, alguien con todas las posibilidades para ganar, y sin embargo termina perdido en la Argentina de 1950. Esa idea de un hombre con todas las condiciones para ser magnífico y que sin embargo termina olvidado, me parece una metáfora de la condición humana. Meto personajes poco conocidos que Turena conoce en Buenos Aires como Antonio Porchia, uno de los grandes, un autor argentino de origen italiano, yo presento un encuentro entre Turena y Porchia en un cafetín. En ese momento Porchia no es conocido, ni quiere serlo. Es un libro con múltiples historias alrededor de Turena que es lo que verdaderamente lo hacen más rico.
Muchos de ellos dan para un libro.
Y muchos lo tienen, Melchor Almagro, Antonio Porchia. Por supuesto Boldini, uno de los mayores retratistas del siglo XX, un exquisito del art-deco mezclado con el simbolismo.
Y Antonio de Hoyos y Vinent.
Fue un personaje curiosísimo de los 20. Fue popularísimo, sus novelas se vendían en los quioscos, a pesar de que hablaba principalmente de homosexualidad y de prostitución, siendo marqués y grande de España, se hizo anarquista, militó en la FAI. Su hermano, que había sido el último ministro de Gobernación de Alfonso XIII no lo salvó, lo dejó en la cárcel, donde murió de enfermedad. Esto es todo real. Y me parece que este juego entre verdadero y falso es una de las cosas más atractivas, la mezcla entre realidad y ficción, por supuesto ficción verosímil. La verisimilitud es muy importante para que el lector las crea o crea que son creíbles.
La duquesa de Dato, también personaje real, escribe en 1931: “Nuestra patria, siglo tras siglo, solo se ha salvado por el arte y la literatura, lo demás es pura bazofia”.
Esa frase la pongo yo en su boca, inventada por mí. La II duquesa de Dato existió. Hija de Eduardo Dato, a quien asesinó un anarquista. Se marchó de España y no regresó, se fue a París y no volvió nunca, nunca se desdijo de ser española, pero pensó que en España fallaba algo esencial, algo profundo que impedía la marcha del país. Creo que han sido siempre las injerencias de la Iglesia Católica en la sociedad española, la jerarquía católica es muy culpable de los males de España. España se agotó como nación ayudando al catolicismo y nos lo han pagado mal. España pone todo su imperio, su dinero para que el catolicismo venza a los protestantes. No lo vence y la iglesia católica se dedica a empobrecer y cerrar España, a convertirla en un país misérrimo como era la España del siglo XIX. Siendo niño, un profesor mío de Historia decía que los españoles se han pasado toda la vida detrás de un cura, bien sea con un palo bien sea con un cirio, tenía razón. Hay que dejar la vela y dejar el palo. Somos un país con una gran tradición cultural, pero somos uno de los más incultos de Europa. El mal de la cultura española es que es una cultura importante pero produce mucho más de lo que el público consume, un público que está sufriendo planes de estudio muy malos, y todo esto lo vamos sufriendo. Vuelve a ser verdad lo que decía Larra de que ser escritor en España es llorar.
Y es una novela a caballo entre Madrid y Buenos Aires, entre los años 20 y los 60.
Argentina ha sido un gran país que ha tenido la desgracia de caer en el Peronismo, y persiste en el error. Podría ser uno de los grandes países del mundo. La Argentina que va de los años 20 al 55 era una nación espléndida, es la Argentina de Borges, de la revista Sur, de Bioy Casares, era un país excepcional, en esa época, mejor que España. No logran levantar cabeza. La Argentina de hoy no me gusta. Incluso en la época de la Reina Victoria había muchos emigrantes ingleses en Argentina como aparece en Maurice de E. M. Forster.
¿Es una novela sobre perdedores?
Sobre todo uno, Anibal Turena. Aunque todos pierden un poco, por ejemplo la duquesa de Dato, que muere con la sensación de que pertenece a un país destruido. El prototipo es Turena, que además tiene esa mezcla, su padre es un perdedor. Hay una metafísica del perdedor, el perdedor no se propone perder. Tiene algo genético, en la pérdida hay algo muy limpio, el que gana se ha ensuciado un poco. Todo ganador tiene una parte sucia. El perdedor, en cambio, se resiste a caer en esa suciedad del triunfador, no por moral, más bien por elegancia.
¿Cómo surge el título?
Es un poema de Yeats, cuando se me ocurrió el libro leía una antología de Yeats. El título, Majestad caída, va muy bien porque alude al perdedor que quiero contar, es un hombre importante. Es “el hombre que pudo ser Rey”, pero que no lo va a ser.
En el epílogo dice: “Soy el último romano… ¡Desterrado sí me siento!”
Me siento cada vez más lejano de la vida contemporánea, no del arte o la literatura, me siento lejano de la política, de un mundo que se autodestruye, de la confusión de valores, de una humanidad que por ganar hace cualquier cosa. El mundo actual me parece sórdido, inmensamente vulgar. A Boecio le llamaron el último romano, yo siempre he imaginado qué haría Boecio entre los bárbaros, entre los ostrogodos, cuando leyese a los filósofos antiguos y luego fuese a contar estas historias al Rey de los ostrogodos. Esto nos está pasando hoy en día a muchos escritores.
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