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Lope de Vega
Lope de Vega

"¿Tiene substancia lo bello?" por Edvardo Zeind Palafox

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Decía nuestro maravilloso Lope de Vega, autor para quien lo grande era pequeño y la ceniza ladrillo, que la grandeza y la pequeñez sólo pueden equipararse soñando. En el sueño, donde lo posible se hace imposible, donde la incoherencia y el dislate toman cariz de programa político, donde lo imperativo se hace problemático, donde lo fácil tórnase difícil, no hay grandeza o pequeñez substancial, sino temporal.

Es memorable el sueño largo y deleznable el corto. El sueño pobre, siendo luengo, impresiona, aterroriza o glorifica, acucia a la interpretación; el rico, siendo pernicorto, mueve al bostezo, al grito o a la carcajada. Tales fortunas hacen del siglo una hora y del suspiro un sollozo que termina en salmo; tales trocamientos obligan a preguntarnos qué sea la belleza o al menos de qué está hecha, si de substancia o de tiempo.

El "Eclesiástico", libro recitado por los piadosos judíos, los "jasidim", revela que el "temor" es la fuente de la sabiduría. La sabiduría, supongo, nos lleva hasta la virtud, que es aprecio de lo bello, siempre conveniente. ¿Qué es temer? Es esperar inermes. El versículo 27 del capítulo 1 del "Eclesiástico" afirma que "temor" es "fidelidad" y "mansedumbre". Yo creo que nuestros sueños son cortos cuando andamos mansos, como abejas laboriosas, y largos cuando rebeldes, como moscas.

Dios, que con estrafalarios modos se manifiesta al hombre, según decir de George Bernard Shaw, habla sucintamente al buen entendedor y largo al necio. Una palabra o una sonrisa bastan al penetrante, ha explicado un aeda chileno. Así las cosas, atrevámonos a aseverar que lo "amable", sencillo, se hizo para el entendedor, y que lo "bello", complejo, para el necio. Es Santo Tomás partícipe, creo, de esta idea. La "blancura", leemos en el Capítulo XLII del Libro I de la "Suma contra los gentiles", es una abstracción, cosa absoluta.

Las entendederas agudas, las capaces de distinguir, que es filosofar, diría Platón, ven la "blancura" de la piel, la "blancura" del alma, la "blancura" de la leche, y las duras ven la "piel" blanca, el "alma" blanca y la "leche" blanca. Las primeras distinguen antes el rasgo que la substancia y las segundas lo contrario. Las primeras, que sueñan blancor que se recubre de piel, blancor animado o un blancor recipiente de leche, transforman la "blancura" en substancia y la substancia en accidente. Precioso lustre da a nuestro humilde razonar el Soneto XVIII de Garcilaso, adalid de la poesía despreciador de las cosas y adulador de las ideas; oigamos su sencillo plañir:

"el ancho campo me parece estrecho;
la noche clara para mí es escura;
la dulce compañía amarga y dura,
y duro campo de batalla el lecho".

Afirmamos que los sueños son largos cuando presentan copiosa cantidad de escenas, muchos campos, muchas noches, variados amores, amistades, odios y recelos, usando la jerga teatral; y decimos que son chicos cuando no. ¿Una sola escena caminada lentamente nos parece larga? ¿Miles de escenas fugaces nos parecerán sueño duradero? ¿Será posible soñar miles de escenas largas? ¿Existe gente capaz de contemplar la "blancura" por cuatro, seis u ocho horas? ¿Habrá hombres capaces, como Funes el Memorioso, de registrar en la memoria mil escenas más rápidas que la Fama, plaga la más veloz, según Virgilio?

Santa Teresa, a decir verdad, pensaría que sueños, pasiones, imágenes y palabras son "baraterías" con las que nos entretenemos y excusamos de no entrar en las moradas de nuestro ser. Lo bello, según sacamos en limpio de todo lo dicho, es simple, unitario, blancor que se levanta y no torre que se blanquea.

Tres siglos de blancura celestial serán, no lo dudo, horribles, y dos segundos una mera y dolorida ilusión. ¿Cuándo ha de durar algo para ser bello? Puede allegarse la respuesta pensando sin soñar. El lector ha aceptado el maridaje entre "sueño" y "belleza"; el lector no ha razonado, y me incluyo entre los que no lo habían hecho, que lo bello no es quimera, ni ideal, sino una realidad. El realista Aristóteles, en voz del Menéndez Pelayo de la "Historia de las ideas estéticas en España", mejóranos la torpeza, diciendo: "La belleza de todo compuesto, ya sea animal, ya de cualquier otro género, consiste en cierto orden de partes y en cierta extensión. Un animal muy pequeño no puede ser bello, porque la visión no es distinta cuando dura poco; y al contrario, en un animal de diez mil estadios la percepción no puede ser completa ni abarcar el conjunto".

Don Marcelino, español, que es decir caballero cristiano o gran conocedor de Santo Tomás, afirmaría que hay bellezas humanas y bellezas divinas, que unas son compuestas y otras simples. Soñar, como escribir, pintar o esculpir, por de pronto, siempre será componer. La palabra "compositio", término muy manejado en los talleres de la Edad Media, sugería la idea del "equilibrio", de la armonía de miembros, de partes, de tamaños. La hermosa no era hermosa sólo por tener manos de ensueño, pero la fea sí era fea sólo por sus piernas cortas. Y atendiendo los platónicos arbitrios de don Marcelino digamos que lo vicioso, siempre cónsono en un mundo de vicios, se distingue más fácilmente que lo virtuoso.

Los medievales, como armiños, elogiaban antes lo "blanco" de la insulsa que el gracejo de la morena. Mas sensibilicemos la cuestión recordando el "suave" coloquio del capítulo XIII de la segunda parte del "Quijote", donde Sancho confiesa ser descendiente de catadores de vino finísimos, tanto, que cierto día conocieron con sólo oler y usar la punta de la lengua que un vino había sido contaminado con "cordobán" y "hierro". ¿Por qué los catadores se interesaron mucho por el defecto y poco por el linaje del vino? ¡Ya lo hemos dicho! El vicio se manifiesta sin tapujos en un mundo que ya no castiga el vicio.

¿Por desgracia adánica nos parecerá bello lo que no lo es? ¿No creía Sancho Panza que el vino y la empanada del escudero del Caballero del Bosque eran manjares sólo porque él, propiedad del Quijote, desayunaba vientos de la mañana, descalabrador queso y avellanas? ¿Cree quien siempre sueña pobres figuras geométricas que sueña romances y épicas cuando a la media noche, por influjo de los accidentes colectados en el día, el triángulo se le hace pirámide y el círculo cara de amondongada mujer? Bien puede fingir el círculo ser rostro en tanto dura el sueño, diría Lope de Vega, y bien el olor a ajo puede pasar por ámbar para el enamorado, que es enfermo, comedor de manzanas de Tántalo.

¿Es la belleza hija de lo relativo? ¡No, por cierto! Hay manera de saber que lo bello existe, y esa manera se llama "unicidad". La "blancura" que no se acaba, que jamás se adhiere a algo, esto es, que no se une a algo, no es blancura, sino alud de nieve imaginada por un mediocre; y el rojo eterno sin labios no es rojo, sino sangre, objeto sin concepto, diría Kant; y el verde infinito sin pupilas no es verde, sino pasto, o el borroso recuerdo del perdido pasto del Edén. Bello es eso en donde mansamente, sin imposiciones de unas u otras, notas y formas se unen. ¿Y donde está "eso"? ¿Es la piedad, mansedumbre activa, "eso"?

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