Como todo caballero andante, Don Quijote debe estar enamorado de una hermosa mujer, que tiene siempre en el pensamiento cuando inicia cualquiera de sus aventuras (y a ella alude, por ejemplo, en estos términos: “¡Oh Dulcinea del Toboso, día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura” (primera parte, capítulo XXV). Pero en verdad, la dama de sus sueños -Dulcinea del Toboso- no pasa de ser una sencilla campesina -Aldonza Lorenzo-, de la que Sancho Panza, desde su visión rústica de la realidad, elogia sus virtudes como mujer que pertenece a su misma condición social; una mujer que contrasta con la visión idealizada de Don Quijote. Merece la pena recordar este fragmento (primera parte, capítulo XXV), en el que Cervantes, echando mano de fina ironía, descubre quién es Dulcinea del Toboso: la hija de Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales:
Alusión a Don Quijote
A fe que le viene bien el nombre: el caballero de la triste figura. ¿Has reparado, amigo lector, que una vez, solo una vez, se asocia la sonrisa a su rostro en toda la extensión del texto? Y, para ello, ¡en qué malhadada situación! ¡Qué ofensa a su arrojo! ¡Qué desprecio a su valentía! Hasta el punto que, acaso, no estaría de más recordarle al autor que no descuide y atienda bien a su función, pues es bien sabido que “el cálamo puede ser más cruel que la espada”.
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Don Quijote de la Mancha
En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lantejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mismo, y los días de entre semana se honraba con su vellorí de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de «Quijada», o «Quesada», que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba «Quijana». Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad.
El día de ayer tuve que explicar qué es la diégesis, tecnicismo que pretende, aunque sin lograrlo, explicar cómo es la estructura de una novela, sea descriptiva, psicológica, sea narrativa, de aventuras. Decía el sabio Borges que toda novela psicológica tiene algo de acción, decía que toda novela de acción tiene algo de circunspección imaginativa, es decir, "psicológica", como dicen hoy los modernos.
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