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Salid sin duelo, lágrimas, corriendo

Reseña de la obra de Martín Sivak, "La llorería". Buenos Aires: Alfaguara, 2025, 280 pp.
lunes 01 de diciembre de 2025, 14:13h
La llorería
La llorería

I

Así pasaron los días (que es lo que al fin no pasa)
Leopoldo Lugones, “Juan Rojas” (1928)

Con el privilegio que otorga la perspectiva de un cuarto de siglo, no es difícil advertir h0y que desde su autorizada necrología del general boliviano Juan José Torres o su biografía del autoritario doctor argentino Mariano Grondona hasta su deslumbrante pavana para un socialismo difunto Vértigo de lo inesperado, cada libro publicado por Martín Sivak ha aliado, como si esto fuera de suyo, novedad y singularidad. Menos fácil resulta disimular la sorpresa y la incomodidad que crecen paralelas al progreso de la lectura por las páginas de "La llorería"; es muy difícil dejar de preguntarse, y más todavía responderse -porque es operación intelectual y no moral- cómo definir la ductilidad de una escritura que ha adoptado las formas de la anotación diarística pero que rehúye de toda calificación genérica a la vez que las convoca numerosas.

A primera vista, La llorería muestra y demuestra que la etiqueta diario es un compromiso. No por frágil, deshonrado. Un pacto, como de caballero o señorito, entre las exigencias de un horizonte público de escucha y la íntima libertad de una palabra que se aviene mal con los modelos reconocidos.

Sabemos que el género diario personal, género indócil a los movimientos de la vida -que por ello, resistente, registra-, es dócil a una ‘regla de arte’ mayor, la de respetar el calendario. Las primeras páginas del capítulo Uno (“2018. Primer final”) de los Once que componen La Llorería siguen sin lugar a dudas el orden de una anotación diarística. Sin embargo, apenas llegamos al capítulo Dos (“2002. El inglés”) no sólo se impone una disrupción temporal sino que también queda expresa la necesidad de incorporar la memoria del pasado, acaso guiada por la certeza de que el no hacerlo -el hacer semejante omisión- puede llevar al narrador a un callejón sin salida, y dejarlo allí abandonado. La integración ilumina una secreta tensión, una misteriosa ilación, entre las notas del diario y el relato de experiencias anteriores: que cumple el derrotero de toda Ilustración: el sueño de la Razón engendra monstruos, la luz es enemiga de secretos y misterios.

La disrupción temporal entre 2018 y 2002 prenuncia una voluntad compositiva alternada en dos ritmos o dos series que se manifiesta en los sucesivos capítulos. Hasta el último cierre del libro que es, a un tiempo, un distinto amanecer: “Once. 1969-2025. Final, final”.

Leemos La llorería en este marco variable en el cual resplandece un punto luminoso móvil que refiere a una experiencia individual que ni aspira ni puede enunciarse sino de maneras irreducibles a las fórmulas, en lo suyo eficaces, de las memorias o los relatos autobiográficos. La prosa de anotación diarística de Sivak se sitúa en las antípodas de tal tentación narrativa: como la esfera de Pascal -maestro científico de autoficción-, cuyo centro está en todas partes pero su circunferencia en ninguna. Una prosa táctica: menos diferenciada, más flexible, cruza los límites pero ni viola las fronteras ni menosprecia las convenciones literarias. Un pudor viril le inhibe el jogo bonito: la de Sivak es una perpetua posición adelantada que sin embargo jamás olvida las leyes del off-side.

II

Todos los pensamientos que no aparecen en el momento justo y al día siguiente no dejan de aparecer.
Martín Sivak, La Llorería (2025)

En el principio era la Incertidumbre, y la Incertidumbre engendró la Angustia. En el capítulo Uno, en vísperas de la Nochebuena de 2018, el narrador se encuentra en la provincia argentina de Catamarca y desde la remota Patagonia recibe una noticia muy poco navideña. Su pareja, N. le comunica por mensaje de texto que ha decidido romper la relación.

Unos días después se reencontrarán en Buenos Aires; en la casa que fue la “sede central del año que pasaron juntos” no negociarán paritarias. A la despedida rápida, el 31 de diciembre siguió la rápida partida del enamorado abandonado rumbo a Estados Unidos. “Empecé a escribir este diario después de que retiraran las bandejas de la cena. El piloto anunció el Año Nuevo… mire la escena de lejos sin envidia ni rencor. Como si el dolor lo hubiera consumido todo”.

Esta manera de comenzar -de decir el comienzo- sugiere, por ahora, el inicio de una narrativa que ordenará linealmente acontecimientos -y reacciones a esos acontecimientos- que suceden y se suceden. Muy pronto esta ilusión de contar simple se verá cubierta y recubierta por un tiempo heterogéneo ni progresivo ni circular: por un presente absoluto, el de la voz que está contando. Será en esta voz que las dos series alternativas se fundirán pero nunca confundirán.

III

Nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti
John Donne, Devotions upon Emergent Occasions (1624)

Desde las primeras páginas, desde la última semana de 2018, ya enterado el lector, ya sufriente el narrador del abandono de N., “las costillas” duelen “de tanto llorar en la madrugada”. El llanto marca y baña los días de todos los meses siguientes, según anota el diarista en las entradas de los capítulos fechados en 2019. Llora en EEUU, donde se encuentra con Camilo, su hijo de ocho años nacido en Nueva York y criado en Buenos Aires. El registro paternal de los logros del niño, las actividades que realizan juntos, no hacen cambiar al narrador ni de idea ni de tema: escribe porque quiere “delinear a N para que se vea, para que los demás la vean, pero también para volver a verla”, escribir es el instrumento de “la disección del detalle del detalle para encontrar la cifra que resuelva el enigma de su abandono”, “escribo esto -dice- para no olvidarme del dolor”.

Un dolor cuyo signo y heraldo visible son las lágrimas. En el Zoológico del Bronx, leemos, “lloro frente a los lémures, a los cocodrilos, a los pingüinos, a los tigres, a los mandriles. A todos les quiero mostrar mi devastación”.

El narrador llora por el abandono de N. Las lágrimas son contagiosas: Camilo llora porque extraña a su mamá y a los primos.

El narrador también llora cuando el hijo le pregunta por la muerte del abuelo: “Lloro al hablar de papá. Nunca termino de decirle cómo murió y él nunca termina de preguntarme. Su abuelo tenía una frase para los que protestaban al perder un partido de fútbol: A llorar a la llorería”. El salto de papá: las palabras del padre han saltado al título del libro. Sombra, fantasma, ausente siempre presente que dicta un deber. ¿Por quién lloramos? “¿Por quién doblan las campanas?”

En el universo de Sivak, poblado de generales asesinados, de dictadores elegidos, de jefazos vertiginosos, de periodistas decanos y sonoros empresarios periodísticos, con los padres se compite: “Había algo de crecer rápido, de ser grande y maduro, de pretender entrar al mundo de papá”. Un castillo cuya divisa es la del de Diderot, Ya estabas aquí antes de entrar y cuando salgas no sabrás que te quedas: “En el avión, Lanata no paraba de transpirar y fumar pese al aire acondicionado y las prohibiciones. En esos desbordes se recortaba la figura de papá -la gordura, el cigarrillo, la desmesura, las risas exageradas. Era un punto de intersección: el gusto de mamá”.

De regreso a Buenos Aires, otra noticia devastadora para el ya devastado narrador. Por un diario se entera (y nosotros nos enteramos) de que N. está en amores con el Turco Jonatan Madero. Queda como vía de escape, además del Rivotril, cumplir a rajatabla un programa autoimpuesto: “Las cuentas son una posibilidad de control, de una medida en ítems variados; los llantos, los tramos de maratón, la cantidad diaria de frutas que como y las palabras que redacto, y los golpes en la bolsa, las semanas sin tomar”.

IV

Empecé a avistar el recuerdo
Jorge Luis Borges,La escritura del dios (1941)

El diario se escribe en el tiempo y contra el tiempo, doble y conflictiva conciencia de la temporalidad. Para cumplir este pacto Martín Sivak recorre los lugares de la memoria, los espacios donde el yo se encuentra tratando de discernir cuáles otras vivencias han sostenido y sostienen la acción temporal.

De ese largo tiempo recobrado, emerge lo que pasó antes de escribir el diario. Una arqueología de amores desafortunados (Casos C; T. y A.). La posibilidad del recupero de aconteceres donde de manera protagónica conviven y convergen todas las circunstancias que rodean la figura de su madre, su enfermedad y su muerte. Su relación con el documentalista británico Sean Lagan, que filmó diez películas -en su mayoría sobre Medio Oriente en situación de guerra-, a quien acompaña como traductor e intérprete en el viaje latinoamericano que realizan juntos. Los nombres de los lugares que recorren y los incidentes locales; los distanciamientos y reencuentros.

Lagan es el antagonista o deuteragonista quien escribe el diario. Sivak el narrador conoce a Lagan en el Hotel Castelar de Buenos Aires: “Tenía 25 años, 4 años que trabajaba en la revista y quería cambiar de trabajo. Mamá tenía un cáncer de pulmón que aparentemente había remitido”.

En un contexto marcado por la crisis argentina del año 2001, por el golpe de Estado contra el presidente venezolano Hugo Chávez, por la novedad del populismo de izquierda y el antinorteamericanismo de 2002, emprenden Sean & Martín parten de viaje para filmar historias mínimas de personas anónimas: mineros de Oruro, niños en los cafetales de Guatemala, trabajadores de las maquilas en Honduras, mexicanos que cruzan ilegalmente la frontera de Tijuana a San Diego. Un recorrido arbitrario con un centro preciso: el film Travels of a Gringo.

El rodaje se inicia en las provincias argentinas de Córdoba y Salta. Sigue en las ciudades de La Paz, Caracas, México, Tijuana. De manera directa conocerán a nuevos líderes de la región, Evo Morales y Hugo Chávez.

En Honduras los orienta el propósito de contar cómo el país centroamericano pasó de enclave bananero a tierra de maquilas, enormes factorías casi impolutas de legislación laboral. De comprobar “que la pobreza no es un cliché”. Lo prueban y comprueban. El narrador anota: “Pienso en mi hijo, ¿para esto Occidente impulsa el libre comercio?”.

En Caracas, Martín Sivak conoce a T. “Pude ver ese estado de enamoramiento súbito: en menos de medio día una persona a la que no conocía y con la que hablé unas pocas horas se había convertido en el centro principal del mundo”. La relación no prosperará: “encontré el correo en que me pedía que termináramos ahí. Borré ese mail pero encontré uno posterior en Hotmail, la cuenta que es el pasado del pasado”. “Mi cabeza solo trabajaba para esa respuesta imaginaria a T. y para la frase final Solo me queda decirte Buenas Navidades y buena suerte en tu vida”: “palabras casi idénticas con las que despedí a N. 16 años más tarde”. Llora: “Me vaciaba en llanto por T y seguía la marcha”.

V

Todo el mundo conjetura —así lo siento— el grado de intensidad de un duelo. Pero imposible (signos irrisorios, contradictorios) medir hasta qué punto alguien ha sido herido.
Roland Barthes, Diario de duelo (octubre 1977 - septiembre 1979)

Nora Araujo, la madre que “intentó lo que papá no quiso o no pudo, quedarse”, ha muerto. “No quise ver el cuerpo”, Martín escribe a sus amigos el 23 de diciembre del 2002: el día en que su madre habría cumplido 60 años. Evoca la última conversación con su madre, a quien “nunca le dije mamá sino enana o negrita”, horas antes de su deceso. “Ella nos dijo que nos quería tanto como una gran montaña”; “No hubo día en estos tres meses de dolor irremediable que no haya pensado en esa montaña”.

La tía Pity fue quien despidió a su hermana Nora, que no pudo vencer al cáncer. Lo hizo en Juan Araujo alborada del socialismo en Andalucía, donde se reconstruye el árbol genealógico materno. Los Araujo eran judíos galaicos, sefarditas, no habrá datos sobre conversión forzosa “el hallazgo de tía Pity me convertían en hijo de una madre y un padre de origen judíos, mamá declarada atea, en una casa de hombres ateos y madres católicas”.

VI

Sé que estoy trabajando sobre un material que se me escapa; por eso, además, tengo que escribir en primera persona, ayudar personalmente al escritor para logar una estricta comprensión de los datos que mi vida ofrece.
Guillermo Meneses, El falso cuaderno de Narciso Espejo (1952)

De manera sucinta, la variada temática de La llorería, comprende tanto el diario donde se registra lo que pasa en ese presente como la narración centrada en la memoria o los recuerdos que le brinda esa memoria de aconteceres que vivió antes de escribir el diario. Un profuso archivo que acoge episodios relacionados con los compañeros de colegio de la adolescencia, el enamoramiento con C., “la victoria de amor puro”, los amigos que permanecen, el trabajo como periodista, el suicidio de su padre, el basket, el aprendizaje del acordeón, la relación con la madre, los estudios en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, el viaje a Londres con una beca del British Council (“En un mes cambié de estado civil, cumplí 30 años, publiqué un libro, me fui de la Argentina”).

En este orden, su reencuentro con Sean -Escribiría un libro de nuestro viaje y anotaría cada detalle del reencuentro de esa noche”-, el divorcio con A., la reaparición de Sean después de dos años de ausencia.

Aquí se intercala el relato de un viaje al fin de la noche: el secuestro de Langan que permanece tres meses en manos de los talibanes de la red Haqqani, una de las organizaciones insurgentes más combativas y sofisticadas de Pakistán.

Un secuestro que el mismo Sean remite al de Osvaldo Sivak, tío de Martín. Luego, el reencuentro en New York, la cotidianidad del autor de La Llorería. “Una vida ordenada y monótona que nada tenía que ver con lo que yo quería cuando viajaba con Sean por América; un periodista que pudiera decir que empezó a los 18 y se retiró de las redacciones a los 70”.

Entre tanto, Sean es un sobreviviente. Sin la felicidad del sobreviviente, “era más bien el dolor de un hombre roto, que no podía estar en ningún lugar, ni en aquel cuarto oscuro ni en la vida, después”. En los siguientes 10 años mantuvimos relación epistolar. En 2019, reencuentro en Londres, visita al club Front Line: “las vitrinas y fotos del lugar como si tratara de un museo de ciencias periodísticas de la guerra. Una de las vitrinas ‘El camarógrafo Mohamed Amin y su prótesis de brazo’ y ‘Retratos de los 12 socios del club que murieron en coberturas periodísticas, en Libia, en Siria, en Gaza’”.Si ninguna nota de prensa cambia el curso de los acontecimientos bélicos ni delas relaciones internacionales” anota el narrador, “en ese club ⌠…⌡ el consenso era otro”. Habrá un último paseo en Londres, una ceremonia fúnebre que recuerda a Carlos Marx: “desarrollé un especial interés en qué decir frente a la muerte”.

VII

Cuando quiero llorar no lloro
Y a veces lloro sin querer
Rubén Darío, “Canción de otoño en primavera” (1905)

La atención con que el diarista apunta lo que sucede y lo que ha sucedido lleva a una revelación cuando descubre: “He escrito sobre las pérdidas inmateriales, como la relación con N. para retenerlas durante un tiempo. La organización es más bien mental, recordar, revisar, después volcarlo en un documento de Word, tocar icono del diskette cerrar el archivo. N. fue algo así como una invención: el período que estuvimos juntos y acá en este diario, la posibilidad de cambiar esos recuerdos. Agregarle y quitarle cosas sin entender del todo ni lo existente, ni lo inventado”.

Una visión de conjunto va perfilando un autorretrato hasta fijar la imagen de un hombre joven que se reconoce en sus aflicciones, en sus mudanzas, en sus encuentros y desencuentros.

“Durante las primeras semanas de enero le pegaba a la bolsa y lloraba pensando en N.”, “Seis meses después de lo que creía que era la pena más grande de mi adultez siento un alivio indescriptible por estar lejos de N.” No habrá más lágrimas, desaparece el llanto: porque mientras Martín llora el fracaso amoroso por el abandono de N. (y también de otras mujeres), sabíamos o intuíamos que la narración continuaría. Sin las lágrimas pareciera que no hay más qué contar/ anotar de esas relaciones amorosas.

VIII

In my End is my Beginning
T.S.Eliot, Four Quartets (1942)

El capítulo Once. El diarista revela una relación más compleja con su proyecto y consigo mismo. La suerte de todo lo escrito (y vivido) se juega en este último capítulo y gira en torno a las preguntas ¿cómo se encuentra el sentido de lo mismo que se ha escrito (vivido)? ¿cómo conjurar los fantasmas de quiénes hemos sido amados y hemos amado y ya no están?

La respuesta se encuentra en otros textos / textos de otros. En las cartas intercambiadas entre la madre N(ora) – entonces de 19 años- y el padre (preso en Devoto por razones políticas en la dictadura militar presidida por el general Juan Carlos Onganía), que Martín Sivak encuentra en la mudanza de la casa natal.

El intercambio epistolar descubierto comparte la inclusión temporal del diario íntimo. Lo que pasó queda dentro de la escritura, la lectura que realiza el hijo conjura el espacio en el tiempo y el pasado se instala en el presente. Las cartas reúnen al hijo con su padre y su madre en una sola biografía/ autobiografía que enfrenta al protagonista de La llorería.

El juego con la información autobiográfica comienza desde la tapa del libro que reproduce una fotografía de archivo familiar. Un niño pequeño que luce sombrerito de cotillón, acompañado por una joven: se trata del autor y de su madre. Una puesta en escena de una figura central, la madre vista por su hijo adulto: un lugar emblemático donde se cifra una primera interpretación a La Llorería: quién sale de ese pórtico y acompaña al narrador y a nosotros lectores.

Por cierto, y como hemos visto, la presencia de la madre no se agota con la sola ilustración gráfica. Está presente explícita o implícita en cada tramo y trama de la narración. En tono sencillo y con cuidada familiaridad, Sivak nos revela a nosotros, sus lectores y acaso también a él mismo, la identidad de ese personaje contando las circunstancias en que fue escrito. Y no solo para la madre, sino también para otras mujeres y para los otros personajes del libro entre ellos la figura privilegiada de Sean.

Un discurso paradójico y no poco irónico atraviesa la escritura de la experiencia del narrador/autor. Asentada en referencias personales, al mismo tiempo nos recuerda insistentemente que es una visión, ’su’ visión de los hechos, presentados en primera persona, que continúa la voz del protagonista que es la del narrador: un narrador y protagonista, decidido a vivir lo que la vida le ha ofrecido y él no ha rehusado: amores, viajes temerarios, estudios en el exterior. Cualquier lector no puede menos que identificar estas y otras referencias que forman parte de la biografía real de Martín Sivak. Cada uno declina una imagen posible del autor: el que es, el que hubiera podido ser, el que fue o el que será a partir de La llorería. Sin embargo, creo que muchos podrán decir que el personaje más necesario e interesante que nos ha dado la última obra de Martín Sivak, es, ahora sin sorpresa, el escritor Martín Sivak.

Sobre el autor: Martín Sivak (Buenos Aires, 1975). Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Historia de América Latina (Universidad de New York). Trabaja como periodista, docente universitario y editor. Ha publicado: El asesinato de Juan José Torres (1997), El Doctor (2005), Santa Cruz: una tesis (2007), Jefazo. Retrato íntimo de Evo Morales (2008), Clarín. Una historia (2013), Clarín. La era Magneto (2015), El salto de papá (2017) y Vértigo de lo inesperado (2024).Sus obras se tradujeron al franés, chino, inglés e italiano.
Sobre la autora de la reseña Susana Santos. Investigadora y docente universitaria en grado y posgrado, Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Autora de los libros, Homenaje a Pablo de Rokha (1995), Arte Revolución y Decandencia: revistas vanguardistas en América Latina (1924-1931) (2009). México, centenario y revolución (2010). Autora de ensayos y artículos sobre la literatura, la historia, las sociedades y su cultura en publicaciones dentro y fuera de su país.

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