—¡Ta, ta! —dijo Sancho—. ¿Que la hija de Lorenzo Corchuelo es la señora Dulcinea del Toboso, llamada por otro nombre Aldonza Lorenzo?
—Esa es —dijo don Quijote—, y es la que merece ser señora de todo el universo.
—Bien la conozco —dijo Sancho—, y sé decir que tira tan bien una barra [1] como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador [2], que es moza de chapa [3], hecha y derecha [4] y de pelo en pecho [5], y que puede sacar la barba del lodo [6] a cualquier caballero andante o por andar que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa [7] qué rejo [8] que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho [9] de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: [10] con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. […]
NOTAS
[1] Tirar una barra. Ejercitar el juego que se ejecuta con la barra, consistente en tirar una pieza alargada de hierro desde un sitio determinado para que caiga a la mayor distancia posible.
[2] ¡Vive el Dador! El Dador es Dios. La expresión es una forma plebeya de juramento.
[3] Moza de chapa. Joven sensata y formal.
[4] Hecha y derecha. Que se comporta como una persona madura.
[5] De pelo en pecho. Locución referida a la persona -especialmente a un hombre-, con el significado de vigorosa, robusta y valiente.
[6] Sacar la barba del lodo a alguien. Sacarle de apuros o del mal trance en que se halla.
[7] ¡Oh hideputa! Por antífrasis [lo contrario de lo que se debiera decir], la expresión reviste un carácter ponderativa con respecto a lo que seguidamente se afirma.
[8] Rejo. Complexión fuerte, talle robusto.
[9] Barbecho. Tierra labrantía que no se siembra durante un año o más.
[10] Cortesana. Puede adquirir el significado tanto de “mujer cortés”, como de “mujer que ejerce la prostitución, especialmente si lo hace de manera elegante o distinguida”. Esta dilogía [dos sentidos distintos dentro del mismo enunciado] se extiende a la expresión “burlar con alguien, que además de “ridiculizarlo” significa también “tener trato amoroso”.
Muy distinta es la imagen que Don Quijote se hace de Dulcinea del Toboso, cuya hermosura nadie puede poner en duda. Así se lo hace saber (primera parte, capítulo IV) a los mercaderes toledanos que se dirigen a Murcia a comprar seda, y a los que impide el paso, provisto de sus arreos bélicos –lanza, adarga, espuelas y celada–: “—Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay, en el mundo todo, doncella más hermosa que la emperatriz de La Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso”. Más aún: Don Quijote pretende convertir en verdad de fe la hermosura de Dulcinea, y por ello exige a los mercaderes, so pena de retarles en combate, que confiesen algo que deben creer sin haberlo visto, y así tendrán el paso franco: “La importancia está en que sin verla [a Dulcinea] lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender [que es la doncella más bella del mundo]». Adviértase que los verbos han sido cuidadosamente seleccionados y ordenados por su significado en un clímax ascendente de gran eficacia expresiva.
Y en el intercambio dialéctico de palabras entre Don Quijote y uno de los mercaderes —“que era un poco burlón”— tenemos ya algunos rasgos del aspecto físico de Dulcinea del Toboso:
—Y aun creo que estamos ya tan de su parte que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre [1], con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.
—No le mana, canalla infame —respondió don Quijote encendido en cólera—; no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia [2] entre algodones; y no es tuerta ni corcovada [3], sino más derecha que un huso de Guadarrama [4]. Pero ¡vosotros pagaréis la gran blasfemia que habéis dicho [5] contra tamaña beldad como es la de mi señora!
El episodio concluye con un arrogante Don Quijote molido a palos por uno de los mozos de mulas, que “llegándose a él, [le] tomó la lanza y, después de haberla hecho pedazos, con uno de ellos comenzó a dar a nuestro don Quijote tantos palos, que, a despecho y pesar de sus armas, le molió como cibera” (es decir, que lo dejó hecho harina).
NOTAS
[1] Es tuerta de un ojo y que del otro lee mana [a Dulcinea] bermellón y piedra azufre. Le supura pus rojizo (bermellón: cinabrio reducido a polvo) y amarillo (piedra azufre), que son sustancias venenosas.
[2] [Le mana a Dulcinea de un ojo ] ámbar y algalia. [Le manan] sustancias aromáticas muy preciadas que se utilizaban para la confección de ungüentos y perfumes.
[3] No es tuerta ni corcovada. Ni está torcida ni tiene corvaduras anómalas. (En este contexto, “tuerta” no significa «que le falta un ojo»).
[4] Más derecha que un huso de Guadarrama. La locución verbal coloquial ser alguien más derecho que un huso significa «ser muy derecho o recto», ya sea en el aspecto físico –como es el caso– o moral. (El huso es el instrumento que sirve para hilar torciendo la hebra y devanando en él lo hilado, es decir, dándole vueltas sucesivas a su alrededor). La referencia a Guadarrama se justifica por el hecho de que los husos se fabricaban con madera procedente de los hayedos de la Sierra de Guadarrama.
[5] Pagaréris la gran blasfemia que habéis dicho. Convertida para don Quijote en diosa Dulcinea, decir algo contra ella tiene la consideración de blasfemia.
Saltemos al capítulo XIV de la segunda parte. Ahora es el Caballero del Bosque, también llamado Caballero de los Espejos —que no es sino el bachiller Sansón Carrasco, convertido en caballero andante, en ardid preparado con el cura y el barbero con el único propósito de derrotar a don Quijote y obligarle a volver a su casa para que pueda curarse de su aparente locura— quien presume de estar enamorado de la sin par Casildea de Vandalia. “Llámola sin par porque no le tiene, así en la grandeza del cuerpo como en el extremo del estado y de la hermosura”.
Y en su parlamento a Don Quijote añade:
En resolución, últimamente me ha mandado [Casildea de Vandalia] que discurra por todas las provincias de España y haga confesar a todos los andantes caballeros que por ellas vagaren que ella sola es la más aventajada en hermosura de cuantas hoy viven, y que yo soy el más valiente y el más bien enamorado caballero del orbe, en cuya demanda he andado ya la mayor parte de España, y en ella he vencido muchos caballeros que se han atrevido a contradecirme. Pero de lo que yo más me precio y ufano es de haber vencido en singular batalla a aquel tan famoso caballero don Quijote de la Mancha, y héchole confesar que es más hermosa mi Casildea que su Dulcinea; y en solo este vencimiento hago cuenta que he vencido todos los caballeros del mundo, porque el tal don Quijote que digo los ha vencido a todos, y habiéndole yo vencido a él, su gloria, su fama y su honra se ha transferido y pasado a mi persona.
Ante semejantes desafueros, Don Quijote y el Caballero de los Espejos entran en combate —Don Quijote ha de hacer valer su identidad y la superioridad en hermosura de Dulcinea sobre Casildea—, y sin atender a la imposibilidad de moverse, por puro cansancio, del caballo del Caballero de los Espejos, “Don Quijote le hizo venir al suelo por las ancas del caballo, dando tal caída, que, sin mover pie de mano, dio señales de que estaba muerto”.
Y llega el momento glorioso para Don Quijote: el Caballero de los Espejos ha de reconocer la superior belleza de Dulcinea con respecto a Casildea y, además, confesar que ha sido derrotado por Don Quijote de la Mancha, ya que “aquel caballero al que vencisteis —declara Don Quijote —no fue ni pudo ser don Quijote de la Mancha, sino otro que se le parecía”. Este es el diálogo entre Don Quijote y el Caballero de los Espejos, que también tiene un punto de comicidad:
[En esto, volvió en sí el de los Espejos, lo cual visto por don Quijote, le puso la punta desnuda de su espada encima del rostro y le dijo:]
—Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso se aventaja en belleza a vuestra Casildea de Vandalia; y demás de esto habéis de prometer, si de esta contienda y caída quedárades con vida, de ir a la ciudad del Toboso y presentaros en su presencia de mi parte, para que haga de vos lo que más en voluntad le viniere; y si os dejare en la vuestra, asimismo habéis de volver a buscarme, que el rastro de mis hazañas os servirá de guía que os traiga donde yo estuviere, y a decirme lo que con ella hubiéredes pasado; condiciones que, conforme a las que pusimos antes de nuestra batalla, no salen de los términos de la andante caballería.
—Confieso —dijo el caído caballero— que vale más el zapato descosido y sucio de la señora Dulcinea del Toboso que las barbas mal peinadas, aunque limpias, de Casildea, y prometo de ir y volver de su presencia a la vuestra y daros entera y particular cuenta de lo que me pedís.
—También habéis de confesar y creer —añadió don Quijote— que aquel caballero que vencistes no fue ni pudo ser don Quijote de la Mancha, sino otro que se le parecía, como yo confieso y creo que vos, aunque parecéis el bachiller Sansón Carrasco, no lo sois, si no otro que le parece y que en su figura aquí me le han puesto mis enemigos, para que detenga y temple el ímpetu de mi cólera y para que use blandamente de la gloria del vencimiento.
—Todo lo confieso, juzgo y siento como vos lo creéis, juzgáis y sentís —respondió el derrengado caballero—. Dejadme levantar, os ruego, si es que lo permite el golpe de mi caída, que asaz maltrecho me tiene.
Y si en el capítulo IV de la primera parte la proclamación de la hermosura de Dulcinea le comporta, en su enfrentamiento con los mercaderes, no pocos quebrantos físicos a Don Quijote —en un episodio que reviste gran fuerza cómica—, hay que llegar al capítulo LXIV de la segunda parte —este de gran dramatismo y altura ética—, y situarse en la playa de Barcino [Barcelona] para que, de nuevo la proclamación de que “no ha habido ni puede haber belleza que con la suya [la de Dulcinea] comparar se pueda”, ahora ante el Caballero de la Blanca Luna —de nuevo el bachiller Sansón Carrasco—, le cause problemas a Don Quijote, quien derrotado por dicho caballero en combate autorizado por el visorrey —contraviniendo la prohibición de Trento—, deberá dejar la andante caballería y volver a su lugar de origen para vivir en paz, lo cual —a juicio del Caballero de la Blanca Luna—, es conveniente tanto para el buen cuidado de su fortuna como para la salvación de su alma (que son las condiciones que, como derrotado en duelo, Don Quijote se había comprometido a aceptar). Estos son los momentos cumbres de tan singular episodio:
Como era más ligero el caballo de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza —que la levantó, al parecer, a propósito–, que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída. Fue al punto sobre él y, poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:
—Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.
Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
—Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no está bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.
—Eso no haré yo, por cierto –dijo el de la Blanca Luna–: viva, viva en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso; que solo me contento con que el gran don Quijote se retire a su lugar un año, o hasta el tiempo que por mí le fuere mandado, como concertamos antes de entrar en esta batalla. [...]
Sancho, todo triste, todo apesarado, no sabía qué decir ni qué hacer: parecíale que todo aquel suceso pasaba en sueños y que toda aquella máquina era cosa de encantamiento. Veía a su señor rendido y obligado a no tomar armas en un año; imaginaba la luz de la gloria de sus hazañas oscurecida, las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas, como se deshace el humo con el viento. Temía si quedaría o no contrahecho Rocinante, o dislocado su amo, que no sería poca ventura si dislocado quedara.
Don Quijote queda sumido en un estado de total abatimiento tras su derrota —Sancho Panza, más adelante, asumirá su responsabilidad, por hacer cinchado mal a Rocinante—. No obstante, su confesión (“Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad”) se mantiene en la línea de sus planteamientos filosóficos vitales: la verdad está por encima de los triunfos o de los fracasos; por muy dura que haya sido la caída de su Rocinante; por encima de las convenciones, la verdad, que no es acomodable a los intereses personales de cada cual según las circunstancias. Y aquí queda de manifiesto la genialidad de Cervantes, no solo como artista, sino también como persona de gran calado humano, capaz de cuestionar el relativismo moral. Ni tampoco debe pasar desapercibida la actitud de Sancho Panza, al creer que todo aquel artificio “era cosa de encantamiento”. En esa negación a admitir el fracaso de los ideales de don Quijote se vislumbra el reconocimiento expreso de su completa «quijotización». Su temor de “si quedaría dislocado su amo, que no sería poca ventura si dislocado quedara” encierra una dilogía: “dislocado” y también “desalocado” (es decir, curado de su locura).
Hasta ahora hemos hablado en abstracto de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la que Don Quijote está enamorado platónicamente. Pero en el Capítulo XIII de la primera parte es el propio Don Quijote quien ofrece su descripción física, de acuerdo con los tópicos literarios de la época, y que se han venido recogiendo en el lenguaje poético desde Petrarca hasta el comienzo del Barroco. Es Vivaldo, gran conocedor de la literatura caballeresca, y compañero de camino de Don Quijote hasta el lugar designado por Grisóstomo para que «le depositasen en las entrañas del eterno olvido», quien origina la animada conversación en la que Don Quijote se explaya describiendo cómo en su portentosa imaginación ve a Dulcinea del Toboso. Reproducimos el fragmento.
—Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado —dijo el caminante—, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues es de la profesión. Y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como don Galaor [1], con las veras [2] que puedo le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama; que ella se tendría por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece.
Aquí dio un gran suspiro don Quijote, y dijo:
—Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga [3] gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento [4] se me pide, que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser de princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas: que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos [5], sus cejas arcos del cielo, [6], sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blancura nieve, y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas.
NOTAS
[1] Galaor, personaje del ciclo caballeresco de Amadís de Gaula, hermano de Amadís y, por tanto, hijo de del rey Perión de Gaula y de la princesa Elisena de Bretaña. En el cuarto libro, contrae matrimonio con la joven Briolanja, reina de Sobradisa.
[2] Veras. Celo, entusiasmo.
[3] La dulce mi enemiga. Un tópico procedente del amor cortés y de la poesía de cancionero es considerar a la dama como “enemiga”.
[4] Comedimiento. Moderación prudencia.
[5] Campos elíseos. Lugar delicioso donde, según los gentiles, iban a parar las almas de los que merecían este premio. Metafóricamente se alude al bondadoso lugar donde residen los pensamientos de Dulcinea.
[6] Sus cejas arcos del cielo. Si las cejas son “arcos” y, por tanto, “armas de amor”, las saetas serían la mirada femenina.
Cervantes procede en esta descripción identificando (mediante el verbo “ser”) el termino real (A) con el termino irreal o imagen (B), de acuerdo con el esquema A = B (cabellos/oro, frente/campos elíseos, cejas/arcos del cielo, ojos/soles, mejillas/rosas, labios/corales; o bien B = A (perlas/dientes, alabastro/cuello, mármol/pecho, marfil/manos; para concluir la enumeración nuevamente con el esquema A = B (blancura [de la piel]/nieve). En todos los casos es evidente el fundamento objetivo de tales símiles, convertidos en metáforas impuras, así como el carácter embellecedor que crea una atmósfera de sublime esteticismo.
Puede tener su interés comparar esta descripción de la belleza femenina que encarna Dulcinea con la que, en la escena cuarta del acto primero de La Celestina, le efectúa, de Melibea, Calisto a Sempronio, tras un primer encuentro con Melibea, que lo deja embelesado. Loas puntos de contacto son evidentes, aunque la expresión sea diferente. Este es el diálogo que mantiene Calisto con un sarcástico Sempronio:
CALISTO.- Comienço por los cabellos. ¿Ves tú las madexas del oro delgado que hilan en Arabia? Más lindos son, y no resplandecen menos. Su longura [1] hasta el postrero assiento de sus pies; después, crinados [2] y atados con la delgada cuerda como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras. [3]
SEMPRONIO.- (Aparte). ¡Más en asnos!
CALISTO.- ¿Qué dizes?
SEMPRONIO.- Dixe que essos tales no serían cerdas de asno.
CALISTO.- ¡Veed qué torpe, y qué comparación!
SEMPRONIO.- (Aparte). ¿Tú cuerdo?
CALISTO.- Los ojos, verdes, rasgados [4]; las pestañas, luengas; las cejas, delgadas y alçadas; la nariz, mediana; la boca, pequeña; los dientes, menudos y blancos; los labrios, colorados y gro[s]sezuelos; el torno [5] del rostro, poco más luengo que redondo; el pecho, alto; la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podrá figurar? ¡que se despereza el hombre cuando las mira!; la tez, lisa, lustrosa; el cuerpo suyo escurece la nieve; [6] la color mezclada, qual ella la escogió para sí.
SEMPRONIO.- (Aparte). ¡En sus trece está este necio!
CALISTO.- Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las uñas en ellas largas y coloradas, que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción que veer yo no pude, sin duda, por el bulto de fuera, juzgo incomparablemente ser mejor que la que Paris juzgó entre las tres deesas. [7]
SEMPRONIO.- ¿Has dicho? [8]
CALISTO.- Quan brevemente pude.
NOTAS
[1] Longura. Largura, longitud.
[2] Crinados. Peinados, como las crines de los caballos.
[3] No ha más menester para convertir los hombres en piedras. Alusión a la diosa del inframundo Medusa, monstruo femenino que convertía en piedra a aquellos que la miraban fijamente a los ojos.
[4] Ojos rasgados. Los que tiene muy prolongada la comisura de los párpados.
[5] Torno. Trazado, contorno.
[6] El cuerpo suyo escurece la nieve. El ideal de belleza femenino establecía que la piel debía ser muy blanca. Con esta expresión hiperbólica, Calisto ensalza la blancura de la piel de Melibea.
[7] Deesas. Diosas (dea+sufijo essa). [Las tres diosas son Hera, Palas Atenea y Afrodita, esta última elegida por Paris como la más hermosa, y al que había prometido el amor de la mujer más bella del mundo: Helena, esposa del rey de la Esparta micénica Menelao, hermano de Agamenón.
[8] ¿Has dicho? ¿Has terminado?
En ambas descripciones, tanto Fernando de Rojas —respecto de Melibea —, como Miguel de Cervantes —respecto de Dulcinea—, se fijan en los cabellos, los ojos, las cejas, los dientes, los labios, el pecho, la blancura de la piel y las manos. Cervantes repara, además, en la frente (“campos elíseos”), las mejillas (“rosas”) y el cuello (de “alabastro”) de Dulcinea. Y frente al estilo retórico y altisonante de Rojas y el carácter hiperbólico de la descripción de Melibea, Cervantes opta por un estilo más mesurado y sencillo, a base de construcciones sintagmáticas bimembres de nombre+adjetivo o adjetivo+nombre (los dos nombres en aposición referidos al cuerpo de Dulcinea —“blancura nieve”— tienen el valor sintáctico de nombre+complemento nominal con valor adjetival: “blancura de nieve”/nívea). Hay, no obstante, una notable diferencia entre las dos descripciones, relativa a la parte del cuerpo de las damas que permanece oculta por la vestimenta: frente a la procacidad de Calisto (“la redondez y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podrá figurar? ¡que se despereza el hombre cuando las mira!”), el sentido de la mesura y discreción de Don Quijote, que se limita a decir: “las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sólo la discreta consideración puede encarecerlas, y no compararlas”. Por lo demás, en el texto de Rojas, Sempronio recurre a los “apartes” (palabras que dice fingiendo que habla consigo mismo y dando por supuesto que no son oídas por nadie); lo que Don Quijote no hace en ningún caso, ya que, como género literario, La Celestina —a mitad de camino entre el teatro y la novela— difiere de la concepción novelística que tiene Cervantes.
Consideramos e interés la lectura del artículo de Carlos Mata Induráin "Ella pelea en mí y vence en mí: Dulcinea, ideal amoroso del Caballero de la Voluntad". Este es el enlace:
https://www.culturanavarra.es/uploads/files/08_PV236-0663.pdf