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Leila Guerriero
Leila Guerriero (Foto: Javier Velasco Oliaga)

Entrevista a Leila Guerriero, autora de "Una historia sencilla"

"Trato de meterme en la cabeza del entrevistado para entenderle"

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

La periodista y escritora argentina Leila Guerriero ha estado unos días en España para presentar su nuevo libro "Una historia sencilla" que acaba de publicar la editorial Anagrama. El libro es una historia de "no ficción, absolutamente real" que nos cuenta una de esas vidas sencillas en las que el espíritu de sacrificio y la ilusión de un sueño la pueden transformar en el triunfo de la humildad y el esfuerzo.

Leila Guerriero
Leila Guerriero (Foto: Javier Velasco Oliaga)

"En un principio iba a ser una crónica larga destinada a la publicación colombiana Gatopardo", nos cuenta en la entrevista que hemos mantenido con ella en un recoleto hotel madrileño, cerca de El Ateneo. Pero la historia tomó tal entidad que se transformó en un libro. Su obra anterior, Frutos extraños, era un libro de reportajes a cual más increíble, pero esta historia sencilla tiene la suficiente entidad para un libro sólo, un libro que le llevó a la autora tres años de elaboración y que bien podría haber quedado en agua de borrajas si el final no hubiese sido el esperado y deseado.

Una historia sencilla es la historia de Rodolfo González Alcántara, malambista profesional que ganó el Festival Nacional de Laborde en su modalidad principal. El malambo es un baile en el que los danzantes zapatean y bailan a una velocidad inusitada, algo parecido a las bailes irlandeses, sólo que con más energía y fiereza; la fiereza áspera del gaucho que recorre la pampa con el orgullo de que sabe que su arte va a prevalecer para siempre. Tamizado por el ímpetu y el arrojo del bailador flamenco.

Los concursantes tienen que bailar dos malambos, el del norte y el del sur, ambos parecidos pero de características distintas. El uno más lento, el otro más rápido y contundente. Rodolfo se encuentra más a gusto bailando el estilo del norte, por algo es de la pampa, pero la conjunción de los dos estilos dará el ganado. Luego no puede fallar en ningún estilo si quiere proclamarse campeón.

"Rodolfo se esfuerza para lograr algo, se enfrenta al fracaso. Hay que ser un valiente para hacer lo que hace", así describe Leila Guerriero al protagonista del libro, un gigante, le pareció la primera vez que le vio sobre el escenario, un joven de poco más metro y medio de estatura en su vida normal. Una persona que en ocasiones puede ser o un doctor Jekyll o un mister Hyde, pero con "una única idea fija. Ser el campeón de Laborde. Lo que puede parecer un historia muy local puede realmente convertirse en una historia universal", añade la periodista argentina y universal.

Cuando Leila llegó a Laborde por primera vez desconocía la complejidad a la que se iba a enfrentar. "El festival es un universo muy acotado, un mundo que no ves en los programas de televisión, pero donde todos los participantes se esfuerzan de una manera demencial para conseguir una fama para un grupo de gente muy chiquitito y restringido", nos cuenta la escritora. Un grupo de personas reducido, pero para el que el malambo es una religión y los campeones de cada año sus profetas.

En esta disciplina el campeón, el que triunfa un año, es campeón siempre, toda la vida. Aquí no existen excampeones. El bailador que gana no puede participar nunca más en otros certámenes. Si lo hiciese y no ganase sería un desdoro para Laborde, de ahí que tengan un acuerdo tácito en no volver a bailar en los mismos. Además, muchos de esos campeones bailarán su último malambo el año siguiente después del triunfo cuando entreguen el título al ganador, al que les va sustituir en la fama. A partir de ese momento, se dedicarán a entrenar a otros malambistas, a bailar en otras disciplinas, como en baile en parejas o a enseñar en facultades o escuelas de danza o ser jurados en distintos festivales.

Cuando Leila llegó a esa población alejada 500 kilómetros de la capital Buenos Aires, le esperaba la jefa de prensa del certamen, Cecilia Lorenc Valcarce. A ella dedicó el libro y a ella debe el conocer los primeros entresijos de esa población de 6000 habitantes donde todos los años a mediados de enero se celebra un festival único. Un festival donde los ganadores hacen lo mismo que los alacranes a la tortuga que les cruza el río, la pican aún sabiendo que van a morir. Los malambistas van a Laborde sabiendo que si ganan ya no volverán a bailar. He ahí la grandeza de un baile único y de unas personas que, nunca mejor dicho, mueren de éxito.

En Laborde se mide todo, se juzga cada cosa que sucede. "El jurado de la competición es súper serio, apegado a la tradición; aquí la fusión está prohibida, se juzga cada movimiento, el acompañamiento musical, la vestimenta, los gestos de la cara, la eficacia de una mirada", cuenta la periodista. En el malambo no hay nada improvisado, todo está medido, los pasos que se ejecutan a la derecha, se deben repetir hacia la izquierda y así en cada una de las mudanzas en que consiste el baile. Que son la serie de movimientos combinados que se ejecutan rítmicamente hasta el siguiente cambio de movimientos.

El malambo está muy vivo en las provincias argentinas, en la capital no tanto. Es en la Pampa donde toma su verdadera dimensión, donde los gauchos, los cowboys argentinos, danzaban cerca de las hogueras y donde "entraban en una suerte de trance que les transporta al otro lado", dice Leila, donde se transportan al otro lado de la realidad donde no se piensa, sólo se ejecuta un baile. Por eso, refiere la escritora en la charla que cuando se les pregunta qué piensan cuando bailan, "los malambistas se convierten en jugadores de fútbol que sólo responden vaguedades".

A muchos ha preguntado y pocos responden esa cuestión, sólo Rodolfo analiza su técnica, sus pensamientos. La escritora tiene un secreto para conocer realmente a los protagonistas de sus reportajes o libros, "trato de meterme en la cabeza del otro para entender", de ahí, una vez que ha entendido, el lector recoge la esencia de sus escritos y entiende las emociones que Leila transmite sin caer en la ñoñeria y ella tiene la paciencia y el buen hacer de quedarse "con la gente el tiempo necesario para entenderlos", de ahí que siguiese a Rodolfo durante casi tres años para entenderle, con el riesgo de que el final deseado no fuese el real.

Leila Guerriero cree que "las personas se diferencian hasta en las cosas más nimias", por eso pregunta y pregunta, hasta las preguntas más chiquititas para "entender el ecosistema de los entrevistados". Cuando empezó a preparar el libro le costaba anclarlo, cómo enfocarlo, había muchas historias, muchos personajes y muchas sensaciones, "pero Rodolfo era ese anclaje que me dio la clave de la historia", recuerda la escritora argentina.

"Rodolfo fue una persona muy generosa conmigo. Me ha aguantado tres años. Siempre va a ser una persona que me importe. Él y su familia", se sincera. Y eso que cuando Cecilia la informó de los pormenores del festival, a Rodolfo no le dedicó una sola palabra. "Me armé una agenda de entrevistados y Rodolfo no entraba en ella. Pero cuando le vi bailar la primera vez fue como un deslumbramiento, siempre desde la ignorancia, porque al principio no entendía el malambo, pero se me disparó algo. Fue como una llamada de atención", cuenta.

Pese a la ignorancia que ella dice, algo debió notar, porque Rodolfo, ese año 2011 quedó subcampeón. Ahí fue cuando decidió "anclar" la historia y le siguió todo el tiempo para "entenderle", creyendo que al año siguiente sería el campeón. Pero las dudas a los escritores vienen y van y en esos vaivenes se preguntaba: ¿habrá realmente una historia? "Me dio como un vértigo cuando iba llegando la fecha del certamen", recuerda. Incluso pensaba que Rodolfo se podía sentir responsable de lo que podría ocurrir, responsable de si el libro no tendría el final pensado. "A mí no me hizo partícipe de sus pensamientos. Por eso pensaba ¿cómo estará manejando este hombre todo esto?"

La posibilidad del fracaso era real, ese peso podía encogerle en el momento cumbre. "Antes de salir a bailar en la final de 2012 experimenté la soledad ajena. Pocas veces he estado con una persona que estuviese tan sola. No había compañía posible", recuerda Leila Guerriero. Momentos de tensión se sucedieron, momentos en que Rodolfo abría la Biblia y rezaba en la más absoluta soledad, momentos como los de los toreros antes de enfrentarse a una fiera de 600 kilos de peso, cuando la responsabilidad y la soledad les embarga, el miedo se incrusta en los tuétanos de los huesos y viven momentos a cámara lenta, como los del muerto que ve pasar su vida ante sus ojos antes de fallecer. En ese momento, se sale a bailar y se es o no se es. Rodolfo lo es. Es el último héroe posible. "Es como un antiguo griego o como el gladiador romano. La gloria les espera. No hay nada más importante. Es la Copa Mundial del Malambo la que le espera", reflexiona.

Y al final la gana, con la ayuda de Fernando Castro a la guitarra, campeón de 2009 y Gonzalo "el Pony" Molina al tambor, campeón de 2011, conforman un "dream team" del malambo. Todo salió como lo esperado. Hay libro con final feliz, pero si no hubiese sido así, también hubiese habido libro porque son muchas las historias que Leila Guerriero cuenta con sentido y pasión.

Ahora el protagonista de Una historia sencilla, Rodolfo González Alcántara, que durante la escritura de este texto tuvo su primer hijo, Benicio León, que nació frisando el domingo pasado, podrá contarle su historia; la historia de un esfuerzo y de una ilusión de una persona que se jubila, de lo que más le gusta hacer a la edad de 30 años. Quedan otros gustos, otras historias, pero la del malambo la recordará cada vez que pasee con su mujer, Miriam Carrizo, y su hijo y alguien le palmee la espalda y le diga ¡Hey campeón!

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