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Sale a la venta la nueva novela de Luis Racionero El Cráneo de Akenatón

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h


Escritor polifacético e intelectual de amplios intereses (del urbanismo al cine, pasando por la ciencia y la filosofía), Luis Racionero se descuelga en esta ocasión con una novela trepidante e irresistiblemente divertida, que no disimula la intención paródica hacia ciertos éxitos de la literatura y el cine actuales. ¿Un divertimento? ¿Por qué no? Pero pocas cosas hay tan divertidas y sugestivas como un divertimento sólidamente fundado, surgido de una cabeza intelectualmente bien dotada.


Racionero ha escrito una historia de intriga y acción, en la que mezcla con inteligencia y desparpajo (salta a la vista que se ha debido de divertir lo suyo escribiendo la novela) una buena cantidad de ingredientes: sectas que hunden sus raíces en un pasado remoto; teorías extravagantes, tan atractivas como disparatadas; los secretos del antiguo Egipto y los descubrimientos de la ciencia más moderna, humor, sexo, brillantes descripciones de ciudades como la selecta e intelectual Cambridge o la bulliciosa El Cairo. El cráneo de Akenatón es de esas novelas que no pueden abandonarse una vez abiertas; el lector va de sorpresa en sorpresa, sintiéndose como ante una película del tipo El secreto de la momia o de la saga de Indiana Jones, en la que todo es serio y todo es una gran broma a la vez. Sin duda, la principal clave del éxito que cabe augurar a esta estupenda novela es la maestría con que su autor se mueve por ese filo de la navaja, el modo de no tomarse absolutamente en serio lo que cuenta sin caer en una mera y burda parodia de brocha gorda.

El autor y la novela se mueven en ese filo de la navaja igual que su protagonista se mueve en el suyo particular; y ésa es otra clave importante de la novela. Lucas Gálvez, el protagonista, es un joven científico que confiesa aburrirse con la ortodoxia y prefiere un terreno fronterizo, pero “sin caer en el precipicio de la tontera ni quedarme en el páramo de la ortodoxia”. Como se dice en la novela, “aquella contradicción, al menos aparente, entre la perspectiva científica y el mundo mágico le resultaba siempre excitante”. “A Lucas le gustaba oír heterodoxias sólo de los que habían estudiado a fondo la ciencia ortodoxa”. Consideraciones aplicables al protagonistas y, seguramente también, al propio autor de la novela. Más o menos a eso es a lo que llamó Kipling soñar sin que los sueños nos esclavicen.

El autor parece seguir un modelo cinematográfico también por el modo en que aplica “el método Spielberg”: empezar con un terremoto o algo semejante, y de ahí, para arriba. El comienzo de El cráneo de Akenatón es impactante como un terremoto. Un grupo de tipos levantan la tapa de los sesos de un cadáver, trocean su cerebro y proceden a zampárselo, repartiéndose los trozos como en una eucaristía gore.

Tras ese arranque, la acción pasa a Cambridge, donde Lucas Gálvez -exiliado de España por haberse negado a hacer el servicio militar, ayudante de un importante bioquímico y fascinado por la tradición hermética de gnósticos y alquimistas- sufre mal de amores. “Lucas era hombre muerto ante la ternura femenina”, se nos dice.

Cambridge es una ciudad rebosante de cultura, empapada de anécdotas protagonizadas por los sabios más ilustres (como la de Francis Crick entrando en el pub en el que se reunían los colegas y anunciando que había descubierto el secreto de la vida), por la que circula -veloz en su silla de ruedas eléctrica y parlante, y seguido de su enfermera en bicicleta- Stephen Hawking; en la que se reúnen sociedades secretas, como los Apóstoles, a la que pertenecieron Keynes, E. M. Forster o Bertrand Russell, y en la que los sabios profesores tienen tanta afición al sexo como a sus investigaciones, hasta el punto de constituir un peculiar laberinto de pasiones.

Pero la ciudad más encantadora se vuelve inhóspita cuando se sufre de amores. De modo que se impone alejarse. Aconsejado a la vez por su ex gurú y por su jefe (qué coincidencia), Gálvez decide ir a Egipto. El ex gurú, Sandro Mallet, es una mezcla de Cagliostro, Cassius Clay y Aldous Huxley, un tipo que “puede disertar sobre cualquier rama de las ciencias o las humanidades hasta que le pidan tregua”, “metido hasta el cuello en cuestiones esotéricas, sobre todo de sociedades secretas y de conspiraciones”, físicamente fornido y de talante pendenciero. Con un personaje así, los problemas van a estar garantizados. Lucas Gálvez tendrá poco tiempo para añorar a la causa de su mal de amores, pero, desde luego, tampoco va a encontrar la tranquilidad de espíritu.

En la populosa y destartalada El Cairo, una ciudad que siempre parece haber salido de un bombardeo, Gálvez conoce a personajes oscuros, es testigo de extraños trapicheos y se adentra en algunos misterios que rodearon a Akenatón, aquel faraón hereje que quiso introducir el monoteísmo en el antiguo Egipto, y cuya aventura, aunque efímera, dejó algunas obras maestras en el terreno del arte, como el maravilloso busto de su esposa Nefertiti.

Naturalmente, como el lector irá sospechando, todo está conectado: Cambridge y El Cairo, el jefe de Gálvez y su antiguo gurú (además de algunas misteriosas damas que van apareciendo), el pasado y el presente. Hay –faltaría más- una secta, cuyos secretos y actividades –de nuevo, faltaría más- se remontan a esa antigüedad remota y se han mantenido a lo largo de los siglos.

Evidentemente, no conviene decir mucho más acerca de una trama absolutamente absorbente. Tal vez sólo apuntar algunas claves o líneas maestras. Fiel al género en que se quiere inscribir (y al que, a la vez, parodia), El cráneo de Akenatón sugiere una teoría sorprendente y rompedora sobre el origen de la humanidad (que, entre otros aspectos llamativos, relaciona el desarrollo de la inteligencia con la práctica del sexo), está llena de un culturalismo que resulta más divertido que agobiante, incluye espectaculares viajes hipnóticos al pasado o la descripción de una experiencia alucinógena; por supuesto, escenas de acción e, incluso, algún toque vodevilesco. Hay en ella vampirismo y canibalismo, se sigue la sugestiva hipótesis de Freud sobre Moisés y el origen del monoteísmo, y aparece el mismísimo Jesucristo como un mandado de la secta que articula todo el relato. ¿Hay quien dé más?

Ante El cráneo de Akenatón, habrá quien se ría a carcajadas, quien sonría a menudo y se quede pensando, y quien -¿por qué no?- se tome totalmente en serio lo que se cuenta. Todos harán bien; todo vale ante esta historia sencilla y compleja a la vez. Ninguno de esos lectores quedará defraudado, y ése es quizá el mayor mérito de esta novela estupenda y divertida a raudales.

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