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Fernando Sánchez Dragó publica sus memorias “Esos días azules”

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Por Javier Velasco Oliaga

Fernando Sánchez Dragó
acaba de cumplir 75 años, una buena edad para comenzar a publicar sus memorias, y Esos días azules es el primer tomo de ellas. Tiene pensado escribir, al menos, tres volúmenes más. Desde luego, su vida da para eso y mucho más. En Esos días azules nos descubre su infancia y adolescencia. Los días azules son para él los días de la felicidad, el recuerdo de los ojos azules de su madre y del vestido que más le gustaba de ella. “Mamá, ponte el vestido azul”, la decía cuando quería verla feliz.


Presentó el libro la editora de la editorial Planeta Ana Bustelo que señaló que “Fernando ha contado sus memorias de una forma muy original” y añadió que “él no necesita presentación”. Fernando se revolvió en su asiento y afirmó que “yo, sí necesito presentación y este acto da fe de ello”. La razón la tienen los dos, es lo suficientemente conocido para que no necesite presentación, pero toda obra necesita presentación para que las personas la conozcan y sus memorias merecen serlo.

En Esos días azules cuenta sus andanzas de su infancia y adolescencia, pero también introduca episodios posteriores que dan un cierto morbo a la obra. Ha pretendido quitarse las máscaras que normalmente utilizamos para que los demás puedan conocerle tal cual es, con sus virtudes y con sus defectos. Las virtudes las obvia, aunque de sobra las conocemos. Los defectos los enumera con una sonrisa pícara en los labios: “soy muy belicoso y el pecado capital que más cometo es el de la lujuria”, dice.

Por supuesto, que en el libro tenemos muchas pruebas de ello, sus experiencias sexuales ocupan una parte importante pero “no son unas memorias eróticas como ha señalado un periodista en un dominical de un periódico de tirada nacional”, afirma sin rubor, quizá un poco dolido porque dicho periodista se fije más en la anécdota que en lo realmente importante que contiene el libro. Son los riesgos de un periodismo que en ocasiones bordea el amarillismo con apariencia de periodismo de calidad.

Albert Camus escribió que “la infancia es la patria del hombre”. Sánchez Dragó hace suya esa frase y recalca que “lo que se ha vivido hasta los cinco años, se revive el resto de la vida”, lo que se aprende en esos años, no se olvida, lo que se vive se fija en la mente y nos condiciona el resto de nuestras vidas y él desde bien pequeño lo sabe. Ya con tres años una amiga de su madre le preguntó qué quería ser de mayor y él sin morderse la lengua le dijo: “yo voy a ser escritor”. Y vaya si lo ha sido. Sus más de treinta libros publicados lo atestiguan y todavía quedan unos cuantos, porque pese a su edad, él se encuentra joven, hecho un chaval, no aparenta más de cincuenta años.

Esa edad que reconoce tener, no es para él la real, “en la India se cuenta la edad a partir de la concepción. Yo, como nací un 2 de octubre, me gusta pensar que me concibieron en la Nochevieja de 1936, una noche especial, donde se hacen cosas diferentes e inusuales”, cuenta con ese tonillo irónico característico suyo y que parece que quiere provocar a los oyentes, pero sin mala fe.

Es tanto lo que tiene que contar que aparece en la rueda de prensa preparado con un montón de citas por si los periodistas no quieren preguntarle. El libro que trae viene con cientos de señaladores, igual que aparecía en el programa de televisión. Asusta ver lo bien que viene preparado. No sólo escribe, sino que disecciona su obra como si fuese él su más riguroso crítico.



“Óscar Wilde dice que sólo los mediocres evolucionan y yo he evolucionado”, dice tajante. De ahí sus cambios de ideología política o de religión. “Soy una persona versátil, no fui de izquierdas, ni soy de derechas, estoy enfrente de las izquierdas y de las derechas”, explica el autor madrileño aunque son cuatro los lugares donde él ha vivido y evolucionado principalmente: Soria, Alicante, una aldea gallega cerca de Ferrol y Madrid, aunque la India y Japón son también países donde ha vivido y le han marcado profundamente, de hecho reconoce que se arrepiente de haber abandonado en un momento dado esos países.

Países a los que fue gracias a su ansia de “búsqueda de la libertad” y su “amor a la soledad”. En España esos dos principios son difíciles de cumplir ya que es demasiado conocido y necesita el anonimato para vivir, para escribir y para crear, porque para Fernando “es muy duro escribir, me cuesta mucho porque soy muy minucioso y perfeccionista”, confiesa el autor de Gárgoris y Habidis.

“El libro no es sólo el retrato de una persona, es el retrato de una época, de un país, de una ciudad, de un barrio…”, explica el escritor afincado en Castilfrío. Y continúa explicando su idiosincrasia: “yo nací en un mundo femenino, fue muy relevante el deseo en mí de ser mujer, sin dejar de ser varón”. Para posteriormente decir que en el libro “cuento muchas cosas, pero no todas”. No se debe contar todo, hay cosas personales que es mejor no contar porque son patrimonio de uno mismo.

Aún así reconoce ser “muy machadiano”, aunque para él “Machado nació viejo y yo no me siento viejo”, apunta. “Realmente nací y crecí anacrónico, a destiempo”, afirma. Le hubiese gustado vivir en el siglo VI AC. Pero como no ha podido ser él vive en un mundo interior donde Pitágoras y Buda se dan la mano. Un mundo mágico como su personaje de ficción favorito que es el Barón Rampante de Italo Calvino.

En el libro cuenta muchas cosas y no habla mal de nadie vivo y de los muertos tampoco, sólo hace una excepción cuando se refiere a José Luis de Vilallonga al que califica de “miserable”. También se muestra sorprendido con la notoriedad que está teniendo Stéphane Hessel “un caradura indignado que ha escrito un librito infumable de no más de 27 folios con el que se está forrando a costa de los indignados”, afirma entre risas. Él, una persona que nunca ha estado indignada.

Estamos pues ante unas memorias sinceras donde cuenta sus primeros años sin máscaras ni tapujos, sin contemplaciones, sin querer gustar. Lo cuenta a su manera con la minuciosidad que a él le gusta. Sólo deja en el tintero la tinta de calamar que utiliza para ocultar lo que no quiere contar.



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