Todos los personajes del Libro Sagrado van desfilando por sus páginas, en modo y manera de pequeños capítulos que definen su esencia. El centro del Antiguo Testamento es nada más y nada menos que el Ego Sum Qui Sum o Yahvéh, el Dios de Abrahám, de Isaac y de Jacob, el Todopoderoso Dios de Israel. Se puede indicar, grosso modo, que es la historia de las relaciones entre Yahvéh-Dios y los seres humanos, su evolución es tortuosa y compleja en varias ocasiones, hasta llegar al Nuevo Testamento en el que el Hijo de Dios nos trasladará el concepto de divinidad yahvista al cristianismo. Otro personaje de interés, en esta narración, es Moisés, desde su aparición en el Egipto de los faraones hasta su Éxodo a la Tierra de Canaán, “donde mana leche y miel”. Aquel pueblo de hebreos emigrantes y nómadas llegará a constituir un auténtico Estado, que en sus escritos magnificarán hasta la reunificación de las Doce Tribus (Rubén, Simeón, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, Efraín, Manasés y Benjamín) bajo el cetro del rey David y, sobre todo, de su hijo Salomón; verbigracia una auténtica delicia es la narración-comentario sobre las dos madres-prostitutas y el niño en común, que el monarca pretende dividir en dos con su espada. Este pueblo israelita estará enfrentado a sus enemigos cananeos y filisteos, e intentará ser diferente y, para ello, nada mejor que plasmar su historia en un libro, miel sobre hojuelas si está bendito por su Dios. El propio autor reconoce, en su Poemio, la pobreza del conocimiento bíblico que poseen los cristianos-católicos, muy por debajo del que poseen todos los cristianos-evangélicos provenientes de las enseñanzas de Martín Lutero. El vocablo “BIBLIA” significa: ”papiro para escribir”. En dicha obra se encuentra de todo, desde legislaciones, poesía, profecías, autoayuda y, sobre todo, la historia con mayúsculas del pueblo hebreo. Se considera que la obra fue escrita entre los años 700 y 100 a. C., sería en esta segunda época cuando los copistas retocaron y modificaron, desde el punto de vista del yahvismo, los libros más antiguos. Las lenguas utilizadas, por orden de antigüedad, serían el hebreo, luego el idioma del pueblo semita de Amurru o arameo, y, por fin, el griego. El hebreo seguiría siendo la lengua religiosa de los israelitas, pero su lingua franca sería el arameo, en esta última hablarían Jesucristo y sus contemporáneos. Entre los años 280 y 100 a.C. todos los libros del Antiguo Testamento fueron traducidos al griego vulgar, denominada esta versión como Septuaginta o Versión Alejandrina, porque se considera que fueron 70 los sabios judíos que lo llevaron a cabo, quien se encargó del patrocinio sería el faraón egipcio de la estirpe tolemaica-macedónica Ptolomeo II Filadelfo [308 a. C.-SEGUNDO FARAÓN DE LA DINASTÍA TOLEMAICA desde el año 285 a.C., hasta 246 a.C.], para ello se produjo un acuerdo expreso con el Sumo Sacerdote de Jerusalén. Hacia el año 405 d. C., San Jerónimo tradujo esta obra al latín vulgar y fue denominada como la Vulgata, aunque el santo eremita cometería bastantes errores, ya que su conocimiento del griego no era paradigmático; este es el texto oficial corregido de la Iglesia católica. El autor cita un error de San Jerónimo muy interesante: “Por ejemplo, cuando Moisés baja del Sinaí, después de entrevistarse con Yahvéh-Dios, la Biblia dice ‘la piel de su rostro se había vuelto radiante". En hebreo, el verbo irradiar (es decir, ‘emitir rayos’) es de la misma raíz que el sustantivo ‘cuernos’, así que san Jerónimo no se lo pensó dos veces y tradujo lo siguiente: ‘Et facies sua cornutus erat’, o sea ‘Y su rostro era cornudo’. Esto conllevó que el biblista Pinchas Lapide escriba: ‘Bibblia tradotta, Bibblia tradita’”. Los judíos de la Diáspora adoptaron la traducción griega. Para la Iglesia católica la Biblia está conformada por 46 libros del Antiguo Testamento y 27 en el Nuevo. Los protestantes indican la existencia de 39 libros en el Antiguo Testamento y 27 para el Nuevo. Mientras que para los judíos la Biblia solamente son los 39 libros del Antiguo Testamento, ya que no reconocen la divinidad y el concepto mesiánico de Cristo. No existe ningún manuscrito original conservado de la Biblia. El libro está dividido en 175 pequeños capítulos que resumen los hechos esenciales de la obra. Eslava Galán cierra su obra para escépticos con un apéndice, que titula YAHVÉ EN EL DIVÁN, donde realiza una demostración de sus intenciones y de sus pensamientos sobre la Biblia; en él mismo coloca calificativos poco respetuosos hacia Yahvéh, pero es la forma de ser del autor, y poco hay que decir sobre ello. Por ejemplo: “Muchos teólogos se han planteado una lacerante pregunta: si Yahvé, o sea Dios, es omnipotente e infinitamente bueno, ¿cómo es posible que exista el mal en el mundo? Un Dios bueno y omnipotente lo eliminaría, ¿no?”. Probablemente el autor olvida lo relativo al LIBRE ALBEDRÍO, que es decir el respeto de la divinidad hacia la libertad de los seres humanos hasta para hacer el mal. Existen una serie de normas de comportamiento dictadas por Dios, y luego los hombres son libres de seguirlas o no, por ello recibirán premio o castigo cuando llegue el momento oportuno. “La Biblia es la fuente remota de la que bebe la cultura occidental. Somos lo que somos por ella, así no estará de más visitarla e informarnos un poco mejor de lo que contiene”. Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? Puedes comprar el libro en:
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