Aquel Día de Todos los Santos del año del Señor de 1755 fue la peor jornada que se recuerde en la Ciudad de la Luz. La tierra tembló en al menos 4 ocasiones y, a continuación un gran maremoto, ahora lo llamaríamos tsunami, arrasó toda la ribera del Tajo, adentrándose en Lisboa arrasó todos los edificios y palacios que encontró, llevándose de por medio enseres y a personas que deambulaban por sus calles huyendo de la ciudad con los rostros desencajados y unas pocas pertenencias. Ahora que estamos atónitos viendo en directo por televisión las erupciones volcánicas de Cumbre Vieja en la isla canaria de la Palma, comprendemos como se sentirían los lisboetas al vivir lo que se les vino encima llegando desde el subsuelo. La madrileña Vic Echegoyen ama Lisboa. Es la ciudad donde se siente en plena libertad; donde vuela, ayudada por los aires del Atlántico, por unas calles que conoce a la perfección y que guarda en su cabeza el plano íntegro de la ciudad que era el 31 de octubre de 1755. También atesora en su memoria la maqueta actual de Lisboa, en su memoria archiva todas las modificaciones habidas en esos casi tres siglos que han transcurrido desde el terremoto hasta ahora y, estoy seguro, que nadie podría discutir con ella acerca de Lisboa sin salir trasquilado y con sus humillaciones entre las piernas. Sus ojos de color de miel guardan en sus retinas, como si fueran microfilms, los planos que han ido transformando esa ciudad señorial que ya no volverá a ser feudal -como decía la canción-, una ciudad que dejó de ser real para pasar a ser republicana un 5 de octubre de 1910, año y medio después del asesinato del rey Manuel II el Patriota y su heredero. Hoy 1 de noviembre, año 266 d. T. (después del Terremoto) recordamos esa catástrofe que destruyó Lisboa y que el futuro marqués de Pombal tuvo que reinventar con mano dura, pero diestra. Ayer 31 de octubre Vic Echegoyen recorría la ciudad de norte a sur, de este a oeste con la pena que da la celebración de un aniversario tan terrible, pero quizá con la ilusión de poder ver todos la transformación de una ciudad que tiene algo especial en su luz y en sus atropelladas calles en las que aún se pueden observar los costurones de sus cicatrices ya centenarias. Estoy seguro de que paseó entre las ruinas del Convento gótico do Carmo que ha quedado en medio de la ciudad como recuerdo y homenaje de aquellos sucesos que se llevaron por delante a casi 100.000 lisboeta, y que rezó por sus almas en todos los idiomas que conoce. “Creo que fue un acierto que no se reconstruyese la iglesia do Carmo. Gracias a Dios, las capillas quedaron en pie y entre sus muros se acoge el museo arqueológico de la ciudad, pero lo mejor es lo que no está. Sus bóvedas abiertas al cielo, sus rosetones resquebrajados por donde entra el sol sin filtros cristalinos y sus arbotantes desaparecidos de los que solo queda uno. ¡Todo esto es un homenaje a las víctimas que se refugiaron en esa iglesia creyéndose a salvo de la ira de Dios y encontraron su final mientras entonaban un miserere!", rememora la autora. Ese paseo, que creo doloroso, no la habrá aliviado, ni mucho menos, de la decepción del retraso, por unos meses, de la salida de su novela “Resurrecta” traducida al portugués y que hubiera dé a ver visto la luz el pasado 26 de octubre. Otro pequeño terremoto para Victoria Cristina y una gran catástrofe para la literatura y para Lisboa que tendrá que seguir esperando la gran novela sobre la ciudad y su terremoto por culpa de esa escasez de papel que sufrimos. “Lisboa es una grieta enorme”“Me gusta mucho la ciudad. Lisboa saca lo mejor que llevas dentro, es una ciudad onírica y sorprendente. Todavía se puede apreciar los efectos del terremoto en casi toda la ciudad. Es una grieta enorme toda la ciudad y cuando te asomas a esas grietas ves todos sus siglos de historia. La Lisboa romana, la musulmana, la cristiana…”, explica con su acento internacional en una tarde soleada de la pasada Feria del Libro de Madrid. Vic Echegoyen confiesa que tardó cien días con sus noches en escribir la novela. Ella, que quiere tanto a Lisboa, no pudo parar de escribir hasta concluirla. “El tema, para mí, es como un virus, si no te lo sacas de encima, te come por dentro. Y la literatura es como una droga buena, un chute de adrenalina, de endorfinas”, apunta. “Resurrecta” cuenta los 376 minutos del terremoto. “Lo he escrito minuto a minuto, no podía desperdiciar ningún momento. Cada minuto se corresponde a una página y cada minuto fue precioso, tal es así que me vi obligada a condensar al máximo cada escena y cada reflexión”, expone con seguridad. La novela está divida en 16 capítulos que sigue exactamente la misa de difuntos y tiene 24 protagonistas con su correspondientes tramas que se van dosificando a lo largo de sus páginas. Las tramas se van alternando y son protagonizadas desde los personajes más relevantes del reino hasta los más humildes y desdichados. Y todos sufren por igual. Las catástrofes no entienden de condiciones sociales. “Lisboa sufrió tres terremotos en diez minutos, las tres de fallas fueron en sentidos diferentes lo que provocó una mayor destrucción, después hubo un cuarto terremoto sobre las 11 horas y posteriormente tres maremotos, entre ellos el Tajo se vació y quedaron al descubierto pecios de los tiempos romanos. Algunas personas que creyeron que era un milagro como el del Mar Muerto y perecieron cruzando el cauce del río hacia Almada”, relata con emoción contenida, es difícil imaginar una situación así, pero ella parece que lo recuerda como si lo hubiese vivido. “El terremoto de Lisboa fue la primera catástrofe con cobertura mundial”Vic Echegoyen describe el terremoto como algo extraordinario. “Fue algo increíble, ha debido ser el tercer o cuarto terremoto mayor de la historia y fue la primera catástrofe donde hubo una cobertura mundial. La más mediática hasta esa fecha. Muchas naciones mandaron ayuda a Lisboa, en especial España, ya que ambas monarquías eran familia. José I de Braganza estaba casado con Mariana Victoria, hermana de Fernando VI, casado a su vez con Bárbara de Braganza. Fue tal catástrofe que se hundieron las bolsas de muchos países y se organizó un cierto turismo de catástrofe”, expone. Ocurrió algo pareció a los que está sucediendo en la actualidad en la isla de la Palma. Los periódicos fueron censurados y no dejaron dar noticias sobre las consecuencias del terremoto.
Entre todos los personajes que deambulan por la novela, el preferido de Vic Echegoyen es el general Da Maia, ingeniero jefe del reino y director del Archivo del Tombo. “Fue uno de las personas que mejor reaccionó ante la catástrofe. No sólo salvó vidas, también se erigió como el custodio de la memoria histórica de la ciudad al querer salvar sus archivos. Solía decir que: cada documento que arde es un pedazo de historia que se pierde, de ahí que quisiese salvar todos los documentos que podrían ser necesarios para la reconstrucción de Lisboa”, detalla la escritora. También señala que el rey José I y el ministro de Guerra y Asuntos Exteriores, José de Carvalho e Melo, el que años después sería conocido como el Marqués de Pombal, también hicieron una encomiable labor al organizar la ayuda a todas las personas de Lisboa. Los otros dos ministros del rey huyeron camino de Cascais, desertaron de sus puestos como auténticos cobardes. Sabedor de que la autora es una gran melómana que disfruta tanto con la música culta, como de la ópera –de casta le viene al galgo-, o de los fados lisboetas, la preguntó que si hubiese vivido el terremoto dónde la hubiese pillado y sorprendentemente me contesta que “me hubiese cogido en la plaza de la Explanada –hoy plaza del Comercio- junto a los poetas callejeros despotricando del rey”, se confiesa. “La música es mi talón de Aquiles”, afirma rotunda. Por eso, muchas escenas se desarrollan en el Teatro de la Ópera del Tajo, a espaldas del Palacio Real. “El rey adoraba la ópera. El edificio era grandioso tenía 7 pisos de altura y más de 60 metros de ancho. Tenía todos los adelantos técnicos de la época y el monarca lusitano se lo encargó a Giovanni Carlo Sicinio de Bibiena, el mejor arquitecto de aquellos tiempos para ese tipo de trabajo”, relata con la mirada perdida imaginando esa belleza que aguantó el terremoto, pero que el posterior incendio lo destruyó por culpa de los materiales inflamables que se guardaban en su almacenes como la trementina o el aceite para las lámparas. Podríamos haber seguido hablando sobre los acontecimientos de aquel 1 de noviembre de 1755 durante horas. Vic Echegoyen conoce casi todos los sucesos ocurridos gracias a una gran labor de documentación que se refleja en la bibliografía de las páginas finales del libro, pero quiero que el lector descubra por sí mismo las muchas historias que hay entre sus páginas. Creo que Vic ha realizado en “Resurrecta” un fiel reflejo de esa jornada. Después de la despedida me quedo pensativo ordenando mis notas en la mesa donde hemos tomado un café que se me ha quedado frió imaginando cómo podría ser un paseo por Lisboa, visitando los escenarios de esa catástrofe y teniendo como cicerone a la autora, pero eso ya sería otra historia.
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