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BIGBUG, de Jean-Pierre Jeunet

Por Custodio Tejada
sábado 05 de marzo de 2022, 23:00h
BIGBUG
BIGBUG

La película nos plantea, de una manera equidistante y superficial, el pensamiento transhumano y las incertidumbres de un futuro posthumano que parece cada vez más cerca, aderezado todo con pinceladas de otros temas como las relaciones de pareja, pinceladas animalistas… La eliges porque al leer la sinopsis te crea muchas expectativas, pero el resultado final que ofrece no está a la altura esperada. Una película que quiere ser satírica y cómica, pero que se queda varada en los estereotipos y el tedio.

Las cosas no suceden por casualidad, tienen una correlación. Nuestro pensamiento y nuestra conciencia es fruto de muchas inercias que no siempre están decididas por nosotros mismos. ¿Cuánto hay de deconstrucción y re-construcción en nuestro día a día, estaremos viviendo un gran reinicio? El cine y la televisión en general, y las películas en particular, siempre han jugado un papel catequizador y adoctrinador importante en el siglo XX, y parece ser que mucho más lo va a seguir siendo en este siglo XXI. Y si no que se lo pregunten a Hollywood. Nada más catequista que los Western. Miremos la programación de sobremesa de Antena 3 en los fines de semana para comprobar cómo el “cine europeo” (con sus producciones alemanas, francesas…compradas por kilos) pretende dejarnos su impronta de “Arcadia Común” a la que aspiramos. A la vez que aparecen películas con un enfoque determinado y sibilino, los suplementos culturales de los periódicos se llenan de artículos y debates (como guías de conciencia) para reforzar con ahínco el matiz que nos lleva al terreno movedizo que siempre les interesa a los que deciden de veras y marcan nuestro destino.

Yuval Noah Harari nos advierte en “Homo Deus” que la inteligencia ya se está separando de la conciencia mediante los algoritmos. Elon Musk quiere conectar cerebros con los ordenadores. Klaus Shwab y otros economistas asocian transhumanismo y cuarta revolución industrial, y hablan del Gran Reinicio. Y otros nombres como los científicos Kevin Warwick o Neil Harbisson nos ponen de manifiesto que ese futuro transhumano ya forma parte del presente. Y el cine, que no se quiere quedar a la zaga, nos presenta películas como BigBug para estar a la “¿altura?” de su época.

Sin intención de hacer un destripe de la película, en su sinopsis/resumen podemos leer: “En 2045, los robot se encargan de casi todo tipo de trabajo y dan a los humanos una vida muy cómoda. Los habitantes de un barrio tranquilo disfrutan de esta paz hasta que las máquinas se rebelan e intentan tomar el control del mundo. Un grupo de robots domésticos encierran a los humanos en su propia casa para protegerlos mientras la rebelión de los androides Yonix amenazan su existencia”.

El director, Jean-Pierre Jeunet, desde las primeras escenas filosófico animalistas, donde los androides Yonix con sus risas sarcásticas sacan a pasear a los humanos como si fueran perros o se ponen a torearlos, intenta captar nuestra atención a través de la provocación, a través de un enfoque satírico (cómico-burlesco), para provocar en nosotros una reacción, una toma de posición autocrítica o autoculpabilizadora, en ese refrito de planteamientos y suma de “chistes-bromas” que al final resulta ser BigBug (con la intención quizá de advertirnos que el Humanismo ha muerto). Con los estereotipos de siempre (como el planteamiento sobre la tauromaquia, el consumo de carne o las pinceladas animalistas) busca caricaturizar en la misma dirección tópica típica de siempre. Podría haber elegido alguna escena de los Yonix a los pies de “Madame Guillotine” cortando cuellos humanos a lo Robespierre (que hubiera sido más adecuada y sugerente para el argumento propuesto), pero eso habría sido demasiada autocrítica para el chovinismo galo, especialmente a la hora de afrontar su historia. Lo que no sabemos con seguridad es si esta película también forma parte de la agenda 2030-2050.

El sello de Jeunet con su estética peculiar, ese toque juguetón de huella dactilar [diverguay]­ que el director le da a sus películas se percibe también en BigBug, pero no con el resultado y el éxito que consiguió en Amélie o en Delicatessen. Al mantener el mismo escenario durante todo el tiempo nos hace partícipes de esa claustrofobia que de alguna forma pretendía transmitir el director al espectador, aunque al final la verdadera claustrofobia está en el aburrimiento que provoca, aderezado con una histeria de emociones y sentimientos que como dice Luis de la Iglesia en Mondosonoro.com resulta ser “una extravagancia visual y narrativa” que “ni divierte ni emociona”. Haciéndole honor al título, podríamos construir el símil de que “errar es cinematográfico”. BigBug, aunque con atisbos de entretenida, no cuaja, es lenta y cansa, y por tanto decepciona las expectativas creadas. Incluso David Pérez en “noescinetodoloquereluce.com” afirma que “la espera no ha valido la pena”. Oscar Cabrera en el artículo titulado: “Bigbug: el chiste sin gracia del creador de Amélie” dice: “Y lo peor llega porque la acción del regreso a la ciencia ficción de Jeunet se reduce prácticamente a los decorados multicolor de una casa, con todos los personajes gritándose entre ellos y cuatro robots domésticos intentando poner algo de cordura cibernética. Robots marcados por una misoginia que esperábamos extinta en 2045: la cocinera sigue siendo la mujer y la vecina cotilla tiene un robot macho que la consuela”. En contraposición, Mariano González, en cinemagavia.es nos cuenta que “BigBug es como una película coral. Hay una buena cantidad de personajes, cuya caracterización no es muy profunda, pero sí distintiva… Jeunet ha vuelto con una notable y burlona película, que se sirve de un humor heterodoxo para censurar a una humanidad cada vez más fascinada y dependiente de la tecnología”. Y es que aunque Jeunet ha pretendido hacer un film ameno y divertido rociando su obra con gotitas de erotismo, de suspense, de terror, de humor, de ciencia ficción, de crítica social… al final el perfume conseguido es una implosión pop art de olores sin matices.

Sin llegar a ser apocalíptica, con una posición reflexiva equidistante sobre el fenómeno que ya estamos empezando a vislumbrar y a caballo de ser el ojo de un Gran Hermano que todo lo ve, la película con múltiples pinceladas temáticas pretende plantear un debate en las conciencias sobre la humanidad, el futuro de la ciencia y el progreso tecnológico que parece imparable en su llegada y quizá también en sus consecuencias. En el trasfondo último planea la relación sempiterna del poder y la cultura. Con una puesta en escena saturada de un colorido chillón que a veces roza la estridencia, igual que la caracterización de los personajes tan frikis que nos recuerdan al cómic, Jeunet nos pretende introducir en una aventura “cómico-filosófica” de un futurismo cada vez más de moda: El Transhumanismo y el Posthumanismo, aparte de otros temas como el animalismo, la Inteligencia Artificial... Con un argumento donde los robots del hogar actúan bien y desean ser como los humanos, mientras los rebeldes y revolucionarios androides Yonix planean exterminar a la humanidad, el director pretende plantear un debate en tierra de nadie, sin mojarse demasiado, políticamente correcto salvo en sus típicos chistes tópicos, quizá para no enfurecer a las élites que controlan y dirigen de forma absolutista, más allá de la democracia, nuestro futuro. La tecnología y la ciencia no entienden de democracia, sino de posibilidades, patentes y privilegios. Todo lo que la investigación nos permita será, independientemente de la conciencia y del tandem beneficios-perjuicios; los poderosos y los que deciden de verdad cambiarán una conciencia por otra si es necesario para sus intereses, de hecho ya ha comenzado la función.

Hay diferentes corrientes: Transhumanismo versus Posthumanismo. Aunque ya, cada día más, ambos conceptos confluyen. El catedrático de filosofía Alfredo Marcos define el transhumanismo como “una ideología que aboga por la transformación profunda de lo humano por medios tecnológicos”. Marcel Gaullet afirma que se está produciendo una “mutación antropológica”. Para el teólogo Eloy Bueno de la Fuente (en su artículo “la Teología dialoga con el transhumanismo y posthumanismo” publicado en el confidencialdigital.com): “Estamos inmersos en una revolución antropológica y en un cambio de civilización”. “El Transhumanismo aspira a potenciar al ser humano pero sin superar el nivel de lo humano. El segundo, (el Posthumanismo) busca superar el estadio actual de la evolución para generar una especie distinta y superior al homo sapiens”. También afirma que “es probable que la pandemia tenga algo que ver con esto”.

Robert Peperell, Hans Moravec y Marvin Minsky fundaron el movimiento intelectual transhumanista. Dice Peperell: “Los posthumanos serán personas de habilidades físicas, intelectuales y psicológicas sin precedentes, autoprogramados, autodefinidos y potencialmente inmortales” o que el humano “no estaría concebido como superior o singular y conviviría horizontalmente con robots y sería cíborg”. Solo hay que leer el “Manifiesto Transhumanista” para darse cuenta que estamos inmersos en un proceso que cambiará nuestra conciencia de una manera radical para poder dejar atrás el humanismo ¿lastre? y trivializar la identidad humana con la intención de poder hacer y deshacer a su antojo en el campo de la ingeniería genética, la inteligencia artificial… Sin plantearse siquiera si ¿lo que vamos a ganar compensa lo que vamos a perder? Solo nos atrae el “superpoder” jamás visto que ello nos otorgará en un planteamiento absolutista del futuro: Todo para la Humanidad, pero sin la Humanidad.

En el artículo “Posthumanismo y los cambios en la identidad humana” de Gabriela Chavarri Alfaro, publicado en la revista Reflexiones (scielo.sa.cr) podemos leer: “Para los transhumanistas, el hombre posthumano sería ya una persona de unas capacidades físicas, intelectuales y psicológicas sin precedentes, porque ya habrían sobrepasado los límites biológicos, neurológicos y psicológicos”. “Los defensores del posthumanismo como los representantes del transhumanismo no creen que exista ninguna esencia espiritual o alma en el ser humano y reafirman la idea que… la identidad humana es una identidad concebida como pura materialidad”. ¿Podría entenderse toda la ideología de género como una antesala o campo de experimentación para lo que nos espera en esa posrealidad posthumana? –pregunto. Gabriela Chavarri continua diciendo: “El pensamiento posthumanista debería ser parte del debate público y del debate académico porque sus ideas sobre el futuro de la humanidad promueven cambios radicales en las bases sobre las que está construido nuestro mundo, y porque es el pensamiento que se encuentra muchas veces sustentando la acción de compañías transnacionales, farmacéuticas, institutos de investigación avanzada, laboratorios, asociaciones médicas… Además, es parte también del imaginario del futuro de la humanidad que se propaga a través del cine y los grupos mediáticos”. “En este sentido, el posthumanismo pareciera encarnar más bien los deseos de una élite mundial postindustrializada y millonaria que tiene cubiertas sus necesidades humanas tan completamente que ahora puede ponerse a pensar en las diferentes formas para extender su existencia… Podría también ser el instrumento para crear otro tipo de discriminación, la discriminación genética”. Y ahí tenemos otras películas de androides que apuntan por ahí como “Vice” de Brian A. Miller estrenada allá por 2015, y otras que apuntan en dirección de las modificaciones genéticas como puede ser “Clifford, el gran perro rojo” de Walt Becker, estrenada en 2021 para el público más pequeño…

Dice Nietzsche en “La gaya ciencia” que “…guardémonos de afirmar que hay leyes en la naturaleza. No hay más que necesidades”, o “la humanidad es un prejuicio, de la que los animales no adolecen”. Incluso los políticos se permiten “bromear” haciendo declaraciones como la del primer ministro británico Boris Johnson: “Podríamos alimentar a los animales con seres humanos”, planteándola como una medida para atajar el cambio climático. Virtudes Azpitarte García autora del ensayo “Nietzsche y los animales” plantea que el animalismo es el nuevo humanismo, y que “la pregunta por el hombre es la pregunta por el animal”. Pero el posthumanismo va más allá, y es también “la gran cuestión en la filosofía de Nietzsche”. Javier de Lucas manifiesta que [Sin duda, Nietzsche ofrece una lectura corrosiva, debeladora de lo jurídico y aun de la noción de derechos humanos… A juicio de alguno de nosotros, creo que también de Virtudes Azpitarte, es una crítica certera, no tanto contra lo que entendemos por la igual garantía de necesidades básicas por las que no debemos dejar de luchar, sino frente a esa superchería que es la religión de los derechos humanos, con sus iglesias, sacerdotes y dogmas, con su antropocentrismo y también su patriarcalismo y eurocentrismo, una religión que se revela como un instrumento particularmente eficaz de domesticación, mediante esa falacia que consiste en proporcionar la buena conciencia propia de “hombres mejorados”] Y planteo yo: ¿No estaremos con el Transhumanismo/Posthumanismo justo en el mismo sitio cuántico que nos plantea la anterior cita, o en algo similar? Caminamos por una época en la que parafraseando la frase que nunca dijo Groucho Marx podemos creer: Esta es mi conciencia, pero si no le gusta tengo otra. Todo esto nos demuestra que el ser humano y la Humanidad misma están mutando, Nietzsche y su superhombre están cada vez más cerca (a pesar de que la experiencia nazi no nos vislumbre nada bueno), y aunque para ello tengamos que dejar de ser humanos, he ahí la paradoja, con permiso de Peter Sloterdijk mediante, ese filósofo posthumano continuador del sueño de Nietzsche, eugenesia de por medio. Para que el poshumanismo triunfe es necesario un mecanismo/proyecto eugenésico, una estrategia de ingeniería social que quizá ya haya comenzado y no seamos conscientes de sus efectos. Las élites no consultarán a la mayoría para seguir con sus planes, simplemente nos “convencerán con inmunidades de rebaño” de sus ventajas sin detenerse en los inconvenientes, apartando al disidente y al discrepante con pasaportes o cuarentenas si es preciso. Francis Fukuyama dice: “La amenaza más significativa planteada por la biotecnología es la posibilidad de que ella alterará la naturaleza humana y nos llevará a un estado poshumano de la historia. Esto es importante, yo diría, porque la naturaleza humana nos ha proporcionado una continuidad estable a nuestra experiencia como especie”. Y añade: “Es la idea más peligrosa del mundo”. En contraposición, Ronald Bailey comenta que el transhumanismo es un “movimiento que personifica las más audaces, valientes, imaginativas e idealistas aspiraciones de la humanidad”. El mercado está abierto, entren y compren su mercancía, el pensamiento que mejor les vaya en cada momento y según apetezca a cada conciencia.

Como por arte de sincronía, justo ahora, también se publica el ensayo “Breve historia de la especie humana. Hacia un nuevo modelo.” De María Zabay y Antonio Casado, en la editorial Berenice. Nos cuentan que “es ahora cuando vivimos el verdadero salto que está modificando nuestras vidas y nos transformará a nosotros como especie”. La ciencia en estado puro: Robótica, genética, inteligencia artificial, nanotecnología… “Los avances como la robotización, la automatización, el 5G, el 6G, el 7G y el transhumanismo van a cambiar el mundo en los próximos años. Por ello, debemos mirar a nuestro interior, analizarnos como colectivo y definir las fronteras de lo moral e inmoral para que científicos y tecnólogos sepan hasta dónde llegar y a dónde no acercarse…” En un artículo publicado en el suplemento ABC XLSemanal y firmado por Carlos Manuel Sánchez se dice que el transhumanismo además de una ideología es también un mercado y tiene un valor. Se estima que moverá 56.000 millones de euros en 2028 según el índice Global Biohacking Market. Y en ese interés de transformación de lo humano por la tecnología, ya aparecen nuevos términos como Cíborgs, biohackers, grinders… un laberinto de nuevas tribus “urbanas” que ya empiezan a estar aquí, y otras inimaginables que están por llegar.

La filósofa Francesca Ferrando dice en la revista Conecta: “El mensaje más importante del Posthumanismo es entender una coexistencia que no solo engloba al ser humano como múltiple, sino también la ecología con los animales, el aire, las plantas y el cosmos. La tecnología ayuda a entender quiénes somos”. “Debemos darnos cuenta del impacto de la tecnología que no puede entenderse como algo que estamos usando; ya no es solo un medio, es algo con un poder ontológico, que explica lo que significa el ser, la existencia”. Está claro, añado yo, que lo que nos plantea el Posthumanismo es un cambio de conciencia, un nuevo paradigma ético y moral con el que borrar nuestro pasado antropocéntrico para siempre. Para el Transhumanismo el hombre actual ha transcendido sus límites, como dice Ferrando es “interesente porque abraza la ciencia y la tecnología conocida y la que está por emerger; se habla de nanotecnología, biotecnología, inteligencia artificial y transferencia de la mente en la máquina; posibilidades radicales que cambiarán la genealogía de lo que se entiende por ser humano”. Y añade: “La especie humana necesita sentirse escuchada, necesita entender lo que está pasando y para ello no podemos solo poner millones de referencias, tenemos que explicarlo en un lenguaje que se entienda”. Y eso es lo que quizá ha pretendido Jean-Pierre Jeunet con BigBug, poner sobre el tapete un debate no muy bien urdido ni planteado y que pretendía ser inteligible. Así que como un aperitivo del tema que aquí planteamos no está mal ver BigBug, sabiendo que es decepcionante en muchos sentidos.

Si el posthumanismo nos plantea que animales, humanos y máquinas compartimos el mismo estatus ontológico, por tanto, el principio de Protágoras: “El hombre como medida de todas las cosas” ya no nos sirve, o al menos, eso es lo que nos están planteando y nos pretenden imponer desde todos los frentes. Juan José Millas también declara que “La Transferencia de identidad a la máquina me parece posible… ya no me parece irreal que nuestra conciencia pueda trasladarse a una inteligencia artificial. No es inverosímil y es una cosa deseable”. Y el físico Freeman Dyson dice que “la humanidad me parece un comienzo magnífico, pero no la palabra final”. Yendo por donde vamos ¿dónde quedará el materialismo científico o el cierre categorial de Bueno en la era posthumana? El ser humano siempre ha perseguido la inmortalidad o la fuente de la eterna juventud, pero ¿dejará a un lado la obsolescencia programada de frigoríficos, lavadoras… que tantos beneficios produce o la convertirá en una especie de control remoto o en una futurista versión eutanasia 2.0 de androides y posthumanos para seguir con la ganancia? Para terminar os voy a contar una anécdota que me ocurrió el otro día. Entro en un bar, pido una cerveza y oigo la conversación de unos jóvenes de no más de veinte años donde uno dice: “En algunas cosas vamos para atrás, pero nos venden la película como si fuéramos palante”.Y a lo mejor, digo yo, es que ha llegado el momento en la Humanidad de plantearnos La Gran Renuncia y no El Gran Reinicio. A los que habéis sido capaces de leer toda esta larga disertación os doy las gracias y os dejo una pregunta casi apocalíptica que retumba en mi mente y no espera respuesta, al menos de momento: ¿Nos llevará nuestra inteligencia a la extinción como especie? Confiemos en que la curiosidad no mate al gato. Pero mientras todo esto fragua Rusia invade Ucrania.

BIGBUG (“El gran error”: un título premonitorio). Un film de Jean-Pierre Jeunet, el director de la inolvidable y entrañable “Amélie” y de “Delicatessen”. Estreno el 11 de febrero de 2022 en la plataforma Netflix. Duración una hora y cincuenta minutos. Género: Ciencia Ficción, comedia, robots, Thriller futurista. Guionistas: Jean-Pierre Jeunet y Guillaume Laurant. Música: Raphaël Beau. Fotografía: Thomas Hardmeier. Producción francesa. Productora: Eskwad, Gaumont (Distribuidora Netflix). Reparto: Elsa Zylberstein, Isabelle Nanty, Claude Perron, Stéphane de Groodt, Youssef Hajdi, Claire Chust, François Levantal, Alban Lenoir, Marysole Fertard, Helie Thonnat, Juliette Wiatr, André Dussollier, Julie Ferrier, Nicolar Marié, Jean-Pierre Becker, Dominique Pinon, Cyril Casméze y Patrice Boisfer.

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