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Valeria Iglesias
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“Valeria Iglesias o no quedarse quejando por falta de oportunidades”

Por Rolando Revagliatti
martes 14 de junio de 2022, 09:00h

Valeria Iglesias nació el 2 de abril de 1970 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Es Licenciada en Lengua Inglesa por la Universidad del Salvador. Publicó los poemarios “Papel reciclado” (2002) y “Restos de jukebox” (2009), así como la novela “Correo sentimental” (2012). Fundó blogs, editoriales y fanzines. Además de ejercer la docencia como profesora de inglés, dictó talleres de escritura creativa en centros culturales y otras instituciones.

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¿Qué podríamos ir sabiendo de vos, Valeria, hasta antes de tu acercamiento a la poesía?

Mi mamá tenía diecinueve años, había dejado su Paraná natal después de casarse con mi padre, porteño, de casi veinticuatro años cuando yo nací. Vivíamos en la Capital Federal, en “la casa de Aráoz” según siempre se refirieron cuando hablaban de esa época. Luego nos trasladamos a un montón de lugares que no recuerdo, uno de los cuales denominaban “la convivencia”, en una casa grande en la localidad de San Martín, provincia de Buenos Aires, que mis padres y yo compartíamos con otras familias de militancia peronista.

La primera vivienda que sí recuerdo, a mis dos años de edad, era un departamento que mis padres alquilaban en la suburbana Villa Ballester, “la casa de Almirante Brown”: la entrada del edificio, la disposición de los ambientes, mi madre embarazada de mi hermana, mi hermana de bebé. Y unas vecinas mellizas, mayores que yo, hijas de la dueña de todo el edificio —tipo PH, con pocos departamentos—, que a veces me invitaban a jugar y tenían una cocinita de miniatura que a mí me encantaba.

De ahí nos mudamos, dentro de la misma localidad, a la casa de la calle Las Heras. Mis padres la pudieron adquirir gracias a los préstamos otorgados en el último gobierno de Perón. Yo tendría cinco años y asistía al jardín de infantes del INTI Instituto Nacional de Tecnología Industrial, donde mi mamá trabajaba. De ese jardín evoco el traslado en el auto nuestro o de mi tía, quien también trabajaba allí. Viajaba con mi hermana, mi tía y mi primo todas las mañanas. ¿Qué más?: tuve mi primer perro, el Cuchi, un bóxer que regalaban unos chicos que pasaron por la puerta de mi casa y que no sé cómo me dejaron tener. Duró poco. Mi madre no tuvo paciencia con lo que él rompía, así que lo regalaron. Por ese entonces falleció Perón: en mi memoria las imágenes del velatorio en la TV blanco y negro y mi madre llorando. Poco después, la despidieron de su trabajo.

La primaria la cursé en una escuela parroquial donde mis compañeros iban a misa menos yo, ya que mis padres eran agnósticos, tirando a ateos, así que no me permitieron concurrir. Fue un sufrimiento: con miedo a los castigos de Dios, rezaba todas las noches para que mi familia se volviera creyente.

También hice danzas españolas. Yo hubiese preferido concurrir a danzas clásicas, pero no recuerdo por qué me quedé con las españolas. Fue un antecedente para que, ya en el secundario, en primer año me pusieran en el grupo de gimnasia deportiva. Sin embargo (hoy todavía me arrepiento), como no me agradaba estar separada de mis amigas, pedí que me incluyeran en el grupo de gimnasia común. Así fue como me alejé de mi conexión más consciente con mi cuerpo, de los movimientos, de sus posibilidades más allá del cotidiano. Algo que recuperé de grande con el yoga

Y ahora sí: tu primer acercamiento a la poesía.

Fue en quinto grado. Allí estudiamos la métrica y la rima del poema “Ay, señora, mi vecina” del cubano Nicolás Guillén. La maestra nos indujo a plasmar nuestro propio poema. Sentí que se abría una puerta a algo mágico, misterioso y selecto. Lograrlo fue como si me dijeran que podría incorporarme a la NASA y conducir un cohete. Algo que yo creía imposible e inalcanzable (quién sabe por qué) resultaba que era viable, que sólo se trataba de intentar. Ese año le escribí uno a mi papá para el Día del Padre y algunos otros. No los recuerdo ni tengo copias.

En el secundario empecé a pergeñar canciones. A la letra le inventaba una melodía que al día siguiente olvidaba porque no sabía anotar música, así que muy pocas “canciones” perduraban en mi cabeza, completas con su música, por más de una semana. Las letras eran de amor, o de desamor. Y hasta busqué palabras difíciles en el diccionario para agregarlas a esas letras y “darles mayor vuelo”. A los diecisiete años, cuando mi hermana comenzó un taller de teatro, a mi madre se le ocurrió ofrecerme concurrir a un taller literario. Inicié uno dependiente de la Municipalidad de San Martín, coordinado por Mabel Garabelli. Fui a mi primer encuentro con mis “canciones” de (des)amor, llenas de lugares comunes. Cuando oí lo que los demás participantes (que ya venían asistiendo de años anteriores) leyeron, supe que debía cambiar radicalmente mi escritura. Me volví surrealista al instante. Me fui alejando de los lugares comunes, yéndome al extremo de rebuscar imágenes abstrusas, inentendibles. Pero así empecé a experimentar con el lenguaje.

Cuando estarías concluyendo el secundario.

Y pensé en estudiar psicología, como mi mamá. Incluso (ella era la que definía los detalles de lo que yo quería estudiar) me iban a anotar en la Universidad del Salvador, donde ella había cursado durante la dictadura. Pero en una ocasión acompañé a una amiga a anotarse en el CBC [Ciclo Básico Común], hicimos la fila, y cuando llegó nuestro turno pedí un formulario para inscribirme y me anoté en la Universidad de Buenos Aires para la carrera de Letras. Hice el CBC, mitad en una sede (Drago) y mitad en otra (Ciudad Universitaria). Aprobé cinco de las seis materias imprescindibles para ingresar a la carrera. Con cinco materias se podía comenzar, podías cursar durante el primer cuatrimestre la materia del CBC que te faltara. Pero no fue fácil. Yo todavía vivía en el Conurbano Bonaerense y el viaje era largo y complicado (no tenía medios de locomoción directos, debía tomar tres). Cada vez que llegaba para anotarme, había paro no docente, se había cortado la electricidad, etc. Así que, decepcionada, volví al ofrecimiento de mi madre de estudiar en la Universidad del Salvador, pero la carrera de Letras. Me aburrí un montón. Cuando terminé el primer año, del que no rendí ninguna materia, me puse a estudiar para dar libre la materia del CBC que me faltaba aprobar, y al año siguiente comencé la carrera de Letras, cuando ya tenía veinte. Cursé durante dos años, aprobé con final seis materias (a otras jamás me presenté a dar final) y a los veintidós me fui a Londres a estudiar inglés, en un viaje que me regaló mi padre. Regresé enamorada de Londres y fantaseando con enseñar idiomas. No sólo inglés, sino también español para extranjeros. Quería irme a enseñar nuestro español a Europa, y necesitaba una carrera más rápida (Letras en la UBA es muy larga) y más práctica (precisaba mejorar mi inglés para residir en el extranjero), así que me anoté en la Universidad del Salvador, pero para la carrera de Lengua Inglesa. Era parecida a una carrera de Letras, pero se cursaba toda en inglés. Al año siguiente me conseguí un trabajo, junté plata y volví a viajar, esta vez de turista, a Londres. Es el día de hoy que tengo saudade de esa capital (si es que este término en portugués aplica). Incluso, tengo sueños recurrentes en los que estoy ahí, en los que viajar hasta allí es muy fácil. Lo logro con un colectivo o un taxi desde mi casa. Y siempre, siempre que sueño con Londres me despierto feliz.

Pero, a los veintitrés me puse de novia con el papá de mi hijo y a los veinticuatro nos casamos (mientras continuaba estudiando, y a unos meses después de que falleciera mi padre) y a los veintiséis tuve un hijo (mientras seguía estudiando), y cuando concluí mi carrera tomé conciencia de que había estudiado para irme a enseñar idiomas por el mundo, pero me había casado y tenía un hijo, por lo cual el proyecto originario quedó anulado o reemplazado por otro

Y habrás arribado a tus treinta años.

En crisis. Me separé, seguí enseñando inglés a desgano. A comienzos de 2002, mientras la Argentina se derrumbaba, en el instituto de inglés en el que era docente me ofrecieron trabajar más horas por menos dinero. Renuncié. Decidí dedicarme a la literatura a tiempo completo y criar a mi hijo. A fin de cuentas, ganando poco era lo mismo que ganar mucho, pero dejar la mayor parte de mis ingresos en una niñera para que lo cuidara. Efectué algunos trabajos aislados de corrección, de asesoramiento a estudiantes que estaban redactando sus tesis. Intenté armar talleres literarios. Sólo tuve alumnos individuales. En 2005 el sistema “vivir de la literatura” se hizo insostenible y empecé a desempeñarme en una escuela como maestra de inglés. Si bien me sentí muy a gusto con el equipo de trabajo (de hecho, he vuelto a ejercer la docencia en la misma institución), no me satisfacía enseñar inglés y tenía escasa paciencia con los niños. Durante esos veranos inventé una modalidad de taller intensivo: taller de escritura creativa de cinco días corridos. Cinco días explorando las posibilidades de la escritura. Funcionó. Quedaron algunos alumnos para seguir durante el año con un taller más tradicional. Empecé a dar talleres y renuncié a la escuela. Fue por entonces, y con esa decisión, que compilé los poemas que conservaba desde los diecisiete años (pocos quedaron de esa edad) y escribí algunos nuevos incorporados a “Papel reciclado”, en una edición de autor. Organicé presentaciones, una suerte de gira por diferentes bares y centros culturales, con la finalidad de vender mi primer poemario. Una amiga me aconsejó que iniciara un curso de clown para perfeccionar mi manejo con el público. En 2003 estudié con Cristina Martí en el Centro Cultural Rojas. Luego con varios clowns: Pablo Argañaráz (2004), Lila Monti (2005), Marina Barbera (2007), Silvia Aguado (2011). Participé de numerosas muestras. Trabajé dando talleres durante ocho años. De escritura, de creatividad y de proyectos. Di seminarios de creatividad en talleres extracurriculares de UADE Universidad Argentina de la Empresa y también como parte de programas de capacitación para gerentes de empresas.

En 2006 concurrí a un taller de poesía en la Casa de la Lectura, coordinado por Andi Nachon. Aunque en un principio me desilusionó ver que era un taller de obra (se leía y analizaban los poemas que se habían enviado para quedar seleccionados en el grupo) y no de producción, con el pasar de los encuentros fui concibiendo todo un poemario que terminé publicando en 2009, con más textos que proseguí escribiendo después del taller, y que se llamó “Restos de jukebox”. Este poemario, a diferencia del anterior, fue el primer proyecto de libro organizado como un todo y no como una selección de poemas que ya tenía y junté para un volumen. Cada poema fue pensado, escrito y trabajado para pertenecer a un todo. El título surgió de uno de los poemas. Jukebox significa rockola, y el hecho de que el libro llevara un nombre mitad en inglés y mitad en castellano anticipaba lo que pasaría en el poemario; el inglés, indefectiblemente, se cuela en muchos de los textos con palabras sueltas y con un poema bilingüe, autotraducido, o, mejor dicho, escrito y versionado en ambos idiomas.

En 2007 comencé un ciclo de lecturas llamado “Outsider”. El propósito era integrar la poesía y la narrativa (había ciclos de poesía o de narrativa por separado), así como también invitar a leer a quienes nunca habían participado de esas tertulias (el outsider). Pasaron por el ciclo Juan Faerman, Ingrid Proietto, Julieta Prandi, Fernanda García Lao, Patricia Suárez, Patricia Kolesnikov, Gabriela Cabezón Cámara, Juan Guinot, Paola Ferrari, Jimena Repetto... Lo coordiné durante dos años, hasta que, en 2010, junto con Enzo Maqueira (uno de los lectores que había pasado por el ciclo) fundamos Ediciones Outsider. Aparecieron cinco títulos: “Antología outsider”, “Antología outsider II”, “Cuentos raros”, “Escribir después” (antologías de cuentos) y el volumen doble de Federico Jeanmaire y Juan Martín Guastavino: “Los zumitas / El silencio del río”. Luego todo quedó en stand by por lo costoso que resulta imprimir y lo complicado que implica la distribución. En 2014 reactivé la propuesta con nuevos socios: Francisco Cascallares y Jorge Churio, como editorial digital de cuentos.

Dos años antes me había integrado a la Escuela del Estudio de la Intuición: es una ONG que enseña valores para que el ser humano vuelva a vivir como especie y no como individuo separado. A partir de lo que fui incorporando en la escuela, decidí volver —en 2013— a ejercer la docencia en la misma institución en la que había trabajado en 2005 y 2006.

Has tenido tu paso por un taller de escritura coordinado por el escritor y periodista Luis Gruss.

En la misma época en que me dediqué de lleno a la literatura, cuando reunía en papelitos y carpetas los poemas que llevaba escritos para elegir los que publicaría, mi mamá me prestó un ejemplar de la revista “Latidos”. Ahí reparé en que se anunciaba un taller de “nuevo periodismo”. Estaba orientado a escribir crónicas desde una perspectiva más literaria que periodística, y quedaba muy cerca de casa. Ahí conocí a la actriz y escritora chilena Vanessa Miller, con quien entablé una profunda amistad que comenzó con mi colaboración en algunos guiones de un programa de Georgina Barbarrosa en los que Vanessa actuaba.

Al año siguiente, Luis armó un nuevo taller, ya orientado a la escritura más general, no necesariamente crónica. Fue muy productivo y nutritivo mi paso por esos talleres.

Recuerdo aquel blog que fundaste: Absurda y Efímera. Y hubo otros.

Sí, cuando ya hacía varios años que trabajaba con Absurda y Efímera (que comenzó como un sitio web antes de ser un blog, pero con la misma dinámica que luego tuvieron los blogs) un amigo me invitó a participar de uno llamado Perdida y desdichada; la propuesta era turnarnos para subir posts fingiendo que no era ficción, sino que era verdaderamente una chica la que usaba la plataforma para contar sus desventuras amorosas, sus problemas existenciales con el amor. Algo como lo que hizo Hernán Casciari con el blog que terminó siendo la exitosa obra teatral “Más respeto que soy tu madre”, protagonizada por Antonio Gasalla.

Con esa idea en mente, creé un blog llamado Busco novio: un título llamativo para poder generar muchos lectores lo más rápidamente posible. Y así, fingiendo que era una chica que contaba una historia que le había ocurrido en un pasado cercano, empecé a escribir una novela que terminé en 2014. Eso sí, el blog lo tuve por poco tiempo “al aire”. Era divertido percatarse de cómo algunos lectores opinaban como si eso que leían ahí fuese ficción literaria, mientras que otros creían que era verdad y me aconsejaban consultar a un médico (la protagonista tiene una mancha rara en la piel que la perturba porque podría llegar a ser algo maligno).

En 2009, cuando comenzabas a cursar el posgrado “Diplomatura en Ciencias del Lenguaje” en el Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, te definís expresamente feminista.

Mi incursión en el feminismo también supone algo de coqueteo. Allá por el 2001 conocí a Andrea Álvarez, baterista y cantante, conocida por sus trabajos con otros músicos y bandas como Soda Stereo y Divididos, pero que en esa época se lanzaba como solista. Su hijo iba al mismo colegio que el mío y nos hicimos amigas. Ella es una feminista confesa. Yo, sin embargo, aunque estaba de acuerdo en lo que ella sostenía, pensaba que no valía la pena exponerse con opiniones que no todos podían entender. Se lo dije varias veces, cuando la acompañaba a las entrevistas que le realizaban para medios gráficos o radiales.

Pero siempre hay algo que alguna vez te hace ver las cosas de otra manera. Cuando algo es de por sí justo, tarde o temprano sale a la luz. Hoy se consideran derechos humanos a algunas instancias que antes eran invisibles. Por ejemplo, antes se asumía como normal que existieran esclavos, o que la mujer estuviese desconsiderada por ley para votar. Aunque todavía existen quienes tienen sus “peros” con el matrimonio igualitario, o que opinan que una mujer que se expone como mercancía en un programa de TV como el de Marcelo Tinelli es porque elije ser(hacer) eso. Además, una vez leí una de esas frases que suenan lindas y políticamente correctas pero que si las sopesás, te impulsan a posicionarte. Decía algo como “ser indiferente ante una injusticia es lo mismo que ser injusto”. La estoy citando por su concepto, pero estoy segura de que esas no eran las palabras exactas.

¿Cuántos fanzines editaste? ¿A qué apuntaban, con qué características gráficas?

Con esta pregunta me quedo pensando en las vueltas de la vida. Empecé con Absurda y Efímera, primero como revista digital, luego como blog. Para pasar por los fanzines y volver a lo digital, que es mi proyecto actual con Ediciones Outsider. Hice dos fanzines. El primero era una hojita de “Absurda y efímera” con la selección de algunos poemas de los autores que colaboraban con la revista digital. Era una hoja A4 diseñada en Corell, cada número con una forma de plegar diferente. Las dejaba en los negocios, librerías, tanguerías y centros culturales. Era una manera de llegar a la gente que estaba por fuera de internet.

El segundo, que edité junto a mi hermana, bailarina de tango, se llamó “Una herida absurda” y era una publicación de Tango. Tenía también poemas, entrevistas, textos y una agenda de las milongas y shows de tango. El propósito de tener fanzines, lo mismo que revistas, blogs, o la editorial, surge de la necesidad de crear canales de expresión alternativos. Se trata de no quedarse quejándose por la falta de oportunidades para expresar lo que uno tiene para expresar.

Te asomás públicamente a la narrativa a través de una novela.

La escribí sin darme cuenta de que la estaba escribiendo. Antes estuve con la otra novela que ya mencioné y no tiene nombre, la que arranqué escribiendo en un blog. “Correo sentimental” empezó con un mail que redacté para alguien y que luego no envié. Entonces, se me ocurrió que sería un buen experimento escribir algo que se basara en eso, en mails nunca enviados. Me lo planteé como un proyecto a seguir, redacté dos o tres más y dejé, porque no podía no ser autobiográfica, y esa no era la intención.

Seguí con mi otro proyecto de novela hasta que, unos meses más adelante, supe de un concurso de novela corta. La que estaba generando ya iba por la mitad y no tenía atisbos de ser breve, ni de ser concluida en un lapso acotado. Entonces retomé lo de los mails. Aquella experiencia emocional que me había impulsado a redactar el primer mail ya estaba, no sé si sanada, pero sí en paz. Entonces me mandé a escribir esos mails usando mi biografía a veces, sí, pero no ya con respecto a una sola persona, sino a varias, y a sucesos que me habían referido amigos y amigas, y así, a los apurones, logré algo que envié al concurso y que no gané. Estaba desprolija, la historia que subyacía a esos mails no se entendía. Un año después la pulí, la amplié y se la pasé al editor de Pánico el Pánico, Luciano Lutereau, que la aceptó encantado, le cambió un par de cosas, entre ellas el título, que originariamente era “Los mails que no te envío”. Es, como sus nombres (el original y el definitivo) lo indican, una novela de género epistolar. Me entusiasmó que no sólo apareciera el narrador como personaje, sino también el “narratario”. Conté una historia, reflexioné sobre el lenguaje, las redes sociales, las relaciones humanas, las obsesiones, y hasta me di el lujo de incluir unos poemas, los que en su gestación estaban en el medio de la novela, pero el editor los dejó como un apéndice cuyo título es “Los mails que no te envío”.

Tu perfil quedaría incompleto si no diéramos cuenta de que sos instructora de yoga y que impartís un taller de obra (narrativa) a distancia y en grupo.

Hace diez años que practico yoga. Durante los primeros cinco fue algo inestable. Concurría todo un año, dejaba seis meses (generalmente durante el verano y el otoño). Desde que comencé sentí que ésa era mi actividad física (había probado con otras y siempre fallaban mis ganas); no obstante, me faltaba entrenar mi voluntad de sostenerlo ininterrumpidamente. Un poco por eso, y otro poco porque necesitaba un cable a tierra, una actividad laboral que no implicara trabajo intelectual (con mi escritura, la editorial y los talleres que impartía), un día se me ocurrió hacer el instructorado de yoga. Sin embargo, el primer cambio no fue laboral, sino que obró en mi actitud con respecto a cuán en serio me lo tomaba. Hace cinco años que practico yoga sin interrupción y hace tres que doy clases. Me estimula esta contracara de la labor intelectual, que es el trabajo del cuerpo, con el cuerpo y para con el cuerpo de los demás. En 2015, además, dejé de coordinar talleres de escritura presenciales y me quedé con uno, que ya tiene también cinco años, en forma virtual a partir de un blog privado. Participan personas de Mar del Plata, Pilar, y ahora dos de Capital que no tienen tiempo de asistir a un taller presencial, pero que precisan un espacio y un grupo para elaborar sus textos. Es un taller de obra, no es a partir de consignas. Actualmente hay cuatro participantes: tres están trabajando en novela, y uno en un volumen de cuentos.

¿Te detectás identificada con personajes de algún narrador?

En general, resueno con aquellos narradores personajes (historias narradas en primera persona) que exponen su vulnerabilidad y que se construyen como un personaje fuerte a partir de asumir sus debilidades. Incluso, en ocasiones, se regodean con esa debilidad que es, la más de las veces, la imposibilidad de encajar en el mundo de los “normales”. Tal es el caso de la narradora de “El ancho mar de los Sargazos”, una novela de Jean Rhys que se trata, nada menos, que de la precuela a la novela “Jane Eyre” de Charlotte Brontë. También podría ser el del narrador de Paul Auster en las dos partes de “La invención de la soledad”. En este otro caso, la resonancia fue más por lo autobiográfico: es un hijo que procura reconstruir a su padre muerto, y siente cómo se le escurren las certezas de quién era ese padre suyo. A mí, de alguna manera, me resultó aliviador. Otras personas que lo encontraron angustiante me preguntaban, cómo podía resultarme agradable su lectura. Y es que a mí me alivia cuando otro pone en palabras sentimientos parecidos a los míos que andaban ahí, innombrados en mi interior.

Para Jean Anouilh, “La vida es muy bella cuando a uno se la cuentan o cuando la lee en los libros; pero tiene un inconveniente: hay que vivirla.” Para Virginia Woolf, “La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata.” Para Gabriel García Márquez, “La vida es un juego de probabilidades terribles; si fuera una apuesta no intervendrías en ella.” Para Joseph Conrad –en realidad, para el personaje narrador de “El corazón de las tinieblas”-: “La vida es una bufonada. Disposición misteriosa de implacable lógica para un objetivo vano. Lo más que se puede esperar de ella es un cierto conocimiento de uno mismo —que llega tarde— y una cosecha de remordimientos inconmensurables.” Y para vos, ¿qué es la vida?...

La vida es un regalo y es un misterio y puede ser vivida de todas las formas que dicen esas citas, pero también de muchas otras (¡por suerte!). Hace poco reparé en un chiste en las redes sociales que cuestionaba el consejo ese que reza “que no se te vaya el último tren” o algo parecido. El chiste decía “no conozco ningún tren que pase una sola vez, así que dejen de decir pavadas”. Creo que a cada instante la vida te envía un tren para ir a lo bello que indica Anouilh; el inconveniente es que no siempre lo tomamos. No tomamos el de este instante, ni el del que sigue y así y así. Pero cada tanto tomamos uno, y qué lindo que fluye todo. Es más, uno se dice ¿por qué no hago esto más seguido?, sin saber qué es “esto” exactamente. Y luego volvemos al estatismo, a dejar pasar los trenes. La vida es movimiento, así que habría que animarse a tomar el tren de cada instante.

¿Ensalada o puchero?... ¿Más lo salado que lo dulce? ¿Y agridulce?...

¡Puchero, de una! Pero también ensaladas bien power (nada de lechuga y tomate, ¿se entiende?). Me provoca lo dulce, pero si tengo hambre de algo salado, lo dulce no me interesa ni me satisface. El postre es algo que siempre surge como imperativo después de cenar. Lo agridulce también me encanta. Un placer de adulta. Sobre todo, con frutas frescas: melón con jamón, triples de miga con ananá, carnes con puré de manzanas.

¿Qué te estás debiendo al punto de mortificarte por ello? ¿Perdurarán las deudas?

Mortificarme, hace rato que no me pasa eso. Pero me fascinaría volver a Londres. O tener la posibilidad de viajar seguido a esa capital. Tener un trabajo u ocupación que suponga viajar a Londres con frecuencia. Me debo aún corregir la última novela que escribí, sí. Y eso me perturba un poco, a veces. Pero no siempre. Espero que ninguna de las dos deudas perdure.

¿A qué poeta con veta humorística destacarías?

Oliverio Girondo, sin duda: muchos de sus poemas.

¿De qué está hecho el poema? ¿El poeta tiene punto de llegada? ¿Cuál es tu relación con la grafía?

Mi poema está hecho muchas veces de una voz que aparece y repite una frase. Una frase que al principio no tiene mayor sentido para mí y escribir el poema es darle el sentido. Pero hace tanto que no escribo poesía. Así que esto que estoy contestando puede ser un invento que me hago, esos recuerdos que uno se construye y no sabe si le pasó o si lo urdió tan sólidamente como a una certeza. Otros poemas los fui a buscar yo. El punto de llegada es raro. Hay poemas que llegan a un punto en el que ya no les harías nada (estamos en casa, hemos llegado). Y otros que parece que están bien, pero podrían ser otra cosa.

Si con grafía te referís a manuscritura, escribo todo a mano, luego trabajo con la compu. Todo lo redacto primero con papel y lápiz, incluso los escritos administrativos. Si estamos hablando de la forma que adquiere el poema en el papel, también son detalles que observo, mucho. Me parece que la distribución del texto en el papel, incluso en la narrativa, puede ser una puerta que se abre al lector, o un paredón que eyecta las ganas de leer.

¿Qué consideraciones te merece la poesía argentina a la que has ido accediendo como lectora y cuya irrupción se haya producido en este siglo?

Sinceramente, no me percibo con autoridad para opinar sobre poesía argentina. No soy lectora de poetas, soy lectora de poemas. Hay poemas que me han conmovido hasta pensar que ahí se encontraba el secreto de todo. Incluso me ha pasado de encontrar poemas ocultos en la narrativa. En general, resueno, como contesté en mis identificaciones con los personajes de novelas, con los momentos en que el lenguaje deja ver lo que no se puede decir con lenguaje. Me ha pasado eso con poemas de la uruguaya Idea Vilariño, de Giuseppe Ungaretti, de Alejandra Pizarnik, de Juana Bignozzi, de Héctor Viel Temperley. Pero te estoy nombrando extranjeros y argentinos del siglo pasado en su mayoría. De mis contemporáneas locales me conmueven muchos poemas de Noelia Rivero, Valentina Nicanoff, Carolina Mikalef y Andi Nachon.

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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Valeria Iglesias y Rolando Revagliatti.

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