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"Soror. Mujeres en Roma", de Patricia González Gutiérrez

Desperta Ferro Ediciones. 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
martes 06 de septiembre de 2022, 23:00h
Soror. Mujeres en Roma
Soror. Mujeres en Roma

De nuevo una magnífica obra de la editora Desperta Ferro. Su colección bibliográfica es de categoría inmarcesible; todo lo que tratan suele ser magnífico y esclarecedor, sobre todo en las Épocas Medieval y Antigua, que son mi especialidad. Las mujeres no han ocupado, siempre, el mismo rol en la historia evolutiva de la humanidad; ya que el estatuto socio-político de las féminas ha dependido, sensu stricto, del lugar en el que han habitado. En esta obra de referencia, la aproximación es hacia las mujeres de Roma. Creo que es de rigor comenzar por el análisis realizado por la propia editora en su contraportada.

Te esperaré, hermana’, escribió, de su puño y letra, Claudia Severa a su amiga Sulpicia Lepidina, en la invitación a la celebración de su cumpleaños en un fuerte perdido junto al Muro de Adriano. Son los suyos dos nombres de los muchos que mencionará este libro. Nombres de esclavas o de emperatrices, de niñas o de ancianas, de trabajadoras o de sacerdotisas, célebres algunos, pero casi desconocidos la mayoría. Las mujeres romanas, como cualquier mujer en cualquier sociedad, tenían diferentes formas de vivir, pensar y sentir. No existe la mujer romana’, existen muchas formas de ser mujer en Roma. Una campesina de Hispania no tenía las mismas preocupaciones vitales que una rica matrona romana, pero algunas líneas las unían a todas: los peligros del parto, el sometimiento a la legislación, la visión masculina, las normas morales y sociales que las constreñíanNo sabemos demasiado sobre ellas, a menudo poco más que un nombre sobre una desgastada lápida, no recibieron un enternecedor poema a su muerte ni tuvieron una vida épica o heroica. Pero merecen ser nombradas, volver a ocupar un hueco en una historia –esa historia de batallas y de generales escrita por los autores clásicos, hombres- de la que fueron expulsadas y de la que nunca, con toda probabilidad, se sintieron parte. Merece la pena recordarlas, aunque sea durante los breves segundos que pasamos la vista por sus nombres para olvidarlos después. Merece la pena volver a poner por escrito los nombres de esas mujeres que no cambiarían la historia ni desafiarían los roles de género ni fueron grandes reinas o guerreras, pero sí fueron madres, hijas, hermanas, amigas o amantes que alguien recordó con ternura. Ellas son mucho más historia, en realidad, que Cleopatra o César, aunque sobre ellos corran ríos de tinta”.

Los romanos consideraban a las mujeres como esenciales para ser esposas y madres, ellas eran las que cuidaban de la casa, y la imagen de cardar o hilar la lana era patognomónica. Y no solían realizar distingos, en lo que se refiere a los calificativos, entre una fémina de la plebe o del patriciado. Para los romanos las mujeres eran inferiores física y mentalmente hablando. “A ello hay que añadir la necesidad de justificar la domesticidad femenina y explicar su función en la reproducción”. En este punto está lo esencial de ser mujer, contemplado por los varones del SPQR o Roma o SENATUS POPULUSQUE ROMANUS, que no podían dejar de lado, lo que significaba el valor de las mujeres para tener hijos que, luego, engrosasen las filas de sus legiones, con las cuales defendían el hecho incontrovertible de ‘SER ROMANOS’, eran quienes consideraban que un hombre con derechos cívicos o de ciudadanos, y sus mujeres vinculadas enormemente a su función de hilar, eran todo lo que enaltecía a su sociedad.

Por ejemplo, Hesíodo, cuando cita a Pandora en su obra ‘Los trabajos y los días’, no tiene el más mínimo inconveniente en referirse a las mujeres como una raza-genos aparte y muy diferente de la de los hombres, que dominan la sociedad del momento histórico. Por lo tanto el historiador griego convierte, sensu stricto, a la mujer como una copia complementaria del varón. Pero está claro, que este hecho calificativo lamentable, no era contemplado igual, ¡ni muchísimo menos!, por civilizaciones de la Antigüedad, diferentes y tales como: Esparta, Egipto, Cartago o, inclusive, entre pueblos hispanos prerromanos como los vacceos, lusitanos y, sobre todo, los ástures cismontanos-augustanos y transmontanos. También el geógrafo griego Estrabón escribe en relación al componente, posiblemente, ginecocrático de los ástures, y él mismo hecho social es calificado como de no auténticamente correcto Pero, este análisis polémico al final se resolvió a favor de las mujeres, y para ello Aristóteles de Estagira recordaba que las mujeres eran igual de humanas que los hombres; aunque en ocasiones se sorprendía de la libertad de las espartanas en Lacedemonia.

Sin embargo, eso llevaba a preguntarse si existía un único cuerpo o dos tipos de cuerpo. Como se ha dicho, esto no era un debate inocente, pues partía e intentaba llegar a la conclusión preexistente de que las mujeres eran inferiores y debían ocupar, por tanto, una posición social subordinada”. Algunos de los autores clásicos, sobre todo los que tenían una educación ateniense, consideraban que el cuerpo social ideal era el del hombre, y la mujer no era más que una versión o copia más inferior y ‘poco hecha’ del dominador del mundo, que era para estos filósofos, el varón.

Así, se consideraba a la mujer más fría y húmeda, como resultado de haber recibido menos calor en el útero materno, y, por ello, no podría procesar bien todos los residuos, que se eliminarían en forma de menstruación. La debilidad corporal y mental causada por un cuerpo con más humedad y frialdad permitía explicar también la decadencia física percibida en la vejez, como puede verse en autores como Aristóteles o en los tratados hipocráticos”.

Pero, de forma sutil, explicaban, que era la sapiencia de la naturaleza la que permitía estos fallos en la construcción de las mujeres, para justificar el fenómeno mágico de la reproducción. Las relaciones sexuales y los embarazos se colegía que eran, cuando menos, necesarios, para la perpetuación de la especie humana; aunque conocer el mecanismo de cómo se producía el citado embarazo, colocaba a los científicos de la Antigüedad en situaciones muy complejas. Desconocían, y se sorprendían, de cómo se producían los embarazos y, sobre todo, la formación del embrión y del feto, además de la sorprendente diferenciación sexual, ya que todo ello influía, sin ambages, en la futura organización social y legal de la sociedad; siempre tan estratificada en Roma. Estimo, modestamente, que estos datos pueden servir para el acercamiento a esta obra sobresaliente, y de plena recomendación. «Diaboli tremens et diem iudicit terriblem tremens. ET. Miles factus».

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