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"Rusia. Revolución y guerra civil. 1917-1921", de Antony Beevor

Ed. Crítica. 2022
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 16 de junio de 2023, 19:18h
Rusia
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El profesor Antony Beevor nos aproxima a la Rusia de los años 1917 a 1921, que alumbró el comienzo de la Dictadura genocida comunista o bolchevique y, como en tantas otras ocasiones, la malhadada Europa más o menos democrática miró hacia otro potencial enemigo a batir que, como en tantas otras ocasiones, sería Alemania o Prusia o inclusive Austria. La miopía occidental sería patognomónica nuevamente. En esta obra se utilizan los estudios analíticos más actualizados, y todo ello nos permite recibir una imagen global y absoluta de lo que era el Imperio de la Rusia de los zares en su sangriento estertor final. La narración engancha y apasiona, ya que todos los participantes de la época nos transmiten lo que ocurrió, y lo que sufrieron con todo este fenómeno bélico tan desastroso.

«Entre 1917 y 1921 tuvo lugar en Rusia una lucha devastadora tras el colapso del imperio zarista. Muchos consideran esta salvaje guerra civil como el acontecimiento más influyente del siglo XX. La incompatible alianza blanca de socialistas moderados y monárquicos reaccionarios tenía pocas posibilidades contra el Ejército Rojo de Trotski y la dictadura comunista de Lenin. El terror engendró el terror, que a su vez condujo a una crueldad aún mayor con la inhumanidad del hombre hacia el hombre, la mujer y el niño. La lucha se convirtió en una guerra mundial por delegación, ya que Churchill desplegó armamento y tropas del imperio británico, mientras las fuerzas armadas de Estados Unidos, Francia, Italia, Japón, Polonia y Checoslovaquia desempeñaban papeles rivales. Consciente del carácter decisivo de aquellos años, Antony Beevor se aproxima al período con la ayuda de una ingente documentación capaz de combinar los grandes salones con las trincheras, los cenáculos de la alta política con los dietarios más íntimos; y con el despliegue narrativo que caracteriza al autor construye una narración apasionante que transmite el conflicto a través de los ojos de todo el mundo, desde un trabajador en las calles de Petrogrado, un oficial de caballería en el campo de batalla o una mujer médico en un hospital improvisado».

Estamos ante una obra fuera de serie de la narrativa histórica bélica, esta obra realiza una referencia historiográfica ineluctable con respecto a lo que representó esta sangrienta tragedia, en la que el comunismo leninista naciente dejó bien claro cómo sería su comportamiento evolutivo a lo largo de los tiempos, y hasta llegar a la actualidad, lo que conllevaba el terror y la eliminación sistemática de sus propias conciudadanos, siempre que se opusieran a la denominada, cínicamente, como la dictadura del proletariado. Escribe Colin Thubron: “Antony Beevor traza un lienzo extraordinario de terror y tragedia en una brillante narración de una historia realmente compleja”. El Imperio ruso zarista había ido realizando diversas reformas sociales, sobre todo en la dirección equivocada de no saber cómo liberar (1861) a los esclavizados campesinos-mujiks rusos; los cuales nunca sabrían que hacer con aquellas tierras que ahora se les entregaban, y que volverían a pertenecer a los aristócratas rurales. La prosopopeya ritual que adornaba a la corte de Nicolás II Románov, rodeada y protegida por la Iglesia ortodoxa rusa, sorprendía sensu stricto a todos los diplomáticos europeos que visitaban a los monarcas Románov.

En enero de 1902, el duque de Marlborough escribió a su primo, Winston Churchill, y le describió cierto baile cortesano al que había asistido en San Petersburgo. Marlborough estaba asombrada por la grandeza anacrónica en la que el zar de todas las Rusias parecía atrapado. Calificó a Nicolas II de ‘hombre amable y agradable que se esfuerza por interpretar el papel propio de un autócrata’. Fue una recepción propia de Versalles, con toda su gloria y ostentación: ‘Se sirvió una cena para casi tres mil personas. No va a ser fácil describir el efecto de tal espectáculo, de tal cantidad de personas sentándose al mismo tiempo. Para poder darte una idea de en qué escala se desarrolló, solo se me ocurre recordarte que en total habría unos dos mil sirvientes para atender a los invitados, entre ellos cosacos, mamelucos y palafreneros al estilo que leíamos se usaba en Inglaterra en el siglo XVIII: con los sombreros engalanados con enormes plumas de avestruz. En cada una de las habitaciones hay destacada una banda militar que va interpretando el himno nacional por donde quiera que el zar pasa… Había también otra guardia de honor cuyo deber consistía, al parecer, en mantener las espadas en alto durante cinco horas consecutivas”.

Con este panorama está claro que los campesinos rusos poco podían hacer, entre 1914 a 1918, para plantar cara al muy disciplinado y preparado ejército prusiano del kaiser Federico Guillermo II. Tras los enormes desastres militares sufridos frente a los militares japoneses, en la guerra entre Rusia y Japón de 1904 a 1905, y, sobre todo, la matanza de manifestantes producida contra los pacifistas que se dirigían al Palacio de Invierno para ver al zar Nicolás II, en la ciudad imperial de San Petersburgo, que dirigida por el padre Gueorgui Gapón terminó en masacre, en ella moriría uno de ellos que no era otro que el hermano mayor de Vladimir Ilich Ulianov “Lenín”; a partir de este momento el respeto de las élites culturales y burguesas de Rusia hacia el régimen zarista y las fuerzas armadas había pasado a mejor vida. “De la noche a la mañana, Rusia viró hacia la izquierda. Había agitación entre los estudiantes, huelgas entre los obreros. Hasta entre los generales se oían quejas sobre la gestión tan desgraciada del país, y se criticaba agriamente incluso al propio zar”.

Para agravar más, si cabe, la cuestión los campesinos empobrecidos se veían obligados a emigrar a las ciudades, donde incrementaban el conflictivo proletariado urbano, del que saldría el caldo de cultivo para la pavorosa Revolución bolchevique de 1917. Entre 1900 y 1916, San Petersburgo pasó de un millón a tres millones de habitantes, y eso creaba unos grupos familiares desclasados y con sentimiento patognomónico de explotación. Verbigracia, el trabajo en las fábricas era sumamente peligroso, los empresarios no respetaban a sus trabajadores ya que podían conseguir una legión de ellos, entre los campesinos que seguían llegando desde los pueblos y aldeas rusas. No existían el derecho de huelga, ni la compensación por el despido laboral. Y si, por desgracia, se producían enfrentamientos violentos entre patronos y obreros, estos últimos sufrían la represión policial. Hubo una posibilidad, pero el fautuor Aleksandr F. Kérenski se equivocó absolutamente, aunque en París siempre se arrepintió de no haber plantado cara a Lenín. Libro extraordinario, que resume de forma prístina que los bolcheviques fueron los ejemplificadores de la inhumanidad más absoluta de la Historia de Europa. «Qui cum sapientibus graditur erit amicus stultorum efficientur similis».

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