Esta historia, que trata de ser un compendio de ambición, literatura y relato generacional, es igual de trepidante que el resto de sus anteriores publicaciones donde, una vez más, Némirosky nos ofrece un completo y singular mapa de las emociones que conforman el alma humana. Alma, y almas, capaces de albergar lo mejor y lo peor del ser humano a lo largo de su existencia, pues ese quizá sea el devenir de los personajes de esta historia, la de los altibajos existenciales que tan pronto se muestran sublimes como mezquinos. Antoine, el protagonista, junto a Marianne de Dos es un fiel reflejo de ello y del carácter ampuloso que nace de los que sobrevivieron a la IGM. Tras esquivar la muerte, el desenfreno que conlleva la necesidad de vivir sin mirar hacia atrás somete a Antoine a un sinfín de daños y desperfectos propios y ajenos, pues esa voluptuosidad es lo más parecido a un huracán que, cuando al final se calma, deviene en una paz plagada de reproches. El matrimonio y las diferentes fases que el amor atraviesa en la relación marital son pasto de la crítica de una Némirovsky siempre atenta a las proezas y miserias del ser humano. En Dos nos retrata una sociedad francesa que, por un lado, se muestra pacata y aferrada a las viejas costumbres por parte de unos padres sacrificados por el futuro de sus hijos. Y, por otra, define a unos hijos que no requieren del beneplácito de sus progenitores para enterrar sus demonios en una fosa excavada día a día, y error tras error sin más contrapartida que la pérdida de la propia identidad en busca de una pasión efímera. Pasión terrenal. Pasión inicial. Pasión envuelta en las mil y una contradicciones que nos dictan los sentimientos cuando éstos están atrapados por la furia de la sinrazón.
Irène Némirovsky vuelve a mostrarnos la complejidad de la convivencia, marital en este saco. Convivencia que deambula entre la pasión inicial desdeñada de toda lealtad, y de ahí su contradicción, y la aceptación de la muerte de esa primera versión del amor que da paso a una realidad de la que siempre se ha huido en pos de algo tan efímero como el deleite del placer. Además, esta exploración del amor a lo largo del tiempo, le sirve a la escritora ucraniana para mostrarnos también las relaciones entre padres e hijos y entre hermanos, amigos y amantes. Una concatenación de relaciones que ya se expresan a la perfección en el capítulo inicial de la novela en la celebración del Domingo de Pascua. Siempre al acecho, mordaz y gran observadora, Némirovsky es capaz como nadie de introducirse en el interior de sus personajes con una maestría inigualable por acertada y minuciosa. Así, nos muestra tanto la decrepitud de unos padres en el final de sus vidas como la agonía impulsiva de una mujer a la espera de su amante y viceversa, y donde el gran dominio de la elipsis hacen más ambiciosas cada una de sus novelas, y Dos no es una excepción en este sentido, pues nos habla muy bien de la distancia entre la pasión y el desencanto.
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