Aunque aquel periodo supuso el culmen de su carrera, no fue el único hito destacable. Samper fue también uno de los miembros de la comisión redactora de la Constitución de 1931, e impugnó desde su puesto un texto constitucional que consideraba que rompía con la tradición liberal española y que, lejos de ser fruto de una transacción entre partidos diferentes, reflejaba los principios cardinales del programa tanto de los republicanos de izquierda de sus aliados socialistas. Samper avisó del peligro para la consolidación de la República que suponía una Constitución de partido, puesto que estrechaba las bases sociales de apoyo al sistema, y además cerraba en falso el periodo constituyente, pues los partidos republicanos marginados y los conservadores a extramuros del sistema irían a las siguientes elecciones con la bandera de la revisión constitucional. Por añadidura, durante las Cortes constituyentes Samper fue uno de los portavoces más cualificados de la oposición al gobierno presidido por Manuel Azaña y, cuando éste perdió el Poder en beneficio de los republicanos radicales, el político valenciano desempeñó las carteras de Trabajo, Industria y Comercio, y Estado –así se llamaba el actual Ministerio de Exteriores– en varios Ejecutivos liderados por Lerroux. En esta etapa, Samper se ganó la animadversión del PSOE por introducir medidas para neutralizar políticamente los jurados mixtos, dominados hasta entonces por la UGT, y para liberalizar el mercado de trabajo con el fin de combatir el desempleo en el difícil contexto económico de los años treinta. Por último, Samper ocuparía también la presidencia del Consejo de Estado, desde donde tuvo un papel destacado en la nonnata reforma constitucional de 1935, y una activa intervención en la tramitación de los escándalos del «Straperlo» y de «Tayá-Nombela», que propiciaron la pérdida del Poder por los republicanos radicales.
Si a todo ello le sumamos que antes de la proclamación de la República, Samper ya contaba con una destacada trayectoria política y había desempeñado, como republicano, la alcaldía de Valencia durante la Monarquía liberal de la Restauración, puede colegirse hasta qué punto su biografía política permite evaluar todos los factores que frustraron la democratización del liberalismo español en el periodo de entreguerras. Así, a través de Samper pueden observarse las contradicciones doctrinales del movimiento republicano y su constante disyuntiva entre la reforma y la revolución; los distintos modelos de República que patrocinaban en 1931 los partidos que conformaban la conjunción republicano-socialista y el impacto de estos desacuerdos de partida sobre el accidentado periodo constituyente; la frustrada conciliación entre la libertad y la República que promovieron los centristas del Partido Radical a través de una revisión de la Constitución que permitiera, además, integrar en el sistema a los partidos conservadores triunfantes en las elecciones de 1933; la coyuntura revolucionaria de 1934 y la desestabilización de la República propiciada por el doble desafío insurreccional desde el socialismo y el nacionalismo; la intrahistoria de los escándalos de corrupción que acabaron con los gobiernos de coalición de centro-derecha en 1935; y, por último, el desconocido exilio de los republicanos que durante la Guerra Civil huyeron de la «zona republicana».
Merece la pena una nota sobre esta última cuestión. El exilio de Samper refleja el doble infortunio de los liberales: fueron perseguidos en la Guerra Civil y luego completamente olvidados incluso hoy, por la sencilla razón de que su historia no casa con los relatos maniqueos, especialmente con el que consagra la mal-llamada «Memoria Democrática». Pese a tratarse de un republicano de siempre, una figura que había comenzado su carrera política nada menos que en el Partido de Unión Republicana Autonomista (PURA) de Vicente Blasco-Ibáñez antes de que éste se integrara en el Partido Radical, Samper fue detenido por las milicias republicanas de Valencia y encarcelado sin protección y, por tanto, con grave peligro para su integridad física. Trasladado a Madrid a petición de su familia para que no lo mataran en una de las tantas sacas de las prisiones valencianas, Samper logró salvar la vida gracias a una escolta de la Guardia Civil, que impidió que unos milicianos lo ejecutaran durante el viaje, y luego permitió que pudiera acogerse a la protección de la Embajada de Francia. Desde allí, pese a que se hallaba muy enfermo, Samper pudo sortear el control de las milicias y, en una escena digna de una película, tomar un vehículo de la embajada y subirse a un avión que evacuaba ciudadanos franceses de Madrid y que había comenzado las maniobras de despegue. A salvo en Francia, sin embargo Samper ya no pudo recuperarse de una tuberculosis que se había agravado durante su cautiverio, y moriría en una clínica suiza sin ver el final de la Guerra Civil. Sus hijos pudieron trasladar sus restos a Valencia para que reposaran junto a los de su esposa. Su tumba y una modesta calle en la ciudad del Turia, que alude exclusivamente a su condición de alcalde, es todo lo que nos queda de una de las biografías más apasionantes, y desconocidas, de la Segunda República española, que ahora por fin rescatamos en este volumen.
Roberto Villa García
Profesor Titular de Historia Política
Universidad Rey Juan Carlos
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