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Rafael Nadal
Rafael Nadal

“UN REY QUE ESTREMECE”

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
sábado 18 de junio de 2022, 10:00h
Desde los micrófonos de ‘El Faro’ Mara Torres me preguntaba lo que tantas veces me han preguntado este año: “¿Sigue habiendo dragones?” Cerca estuve de responderle con otra pregunta: “¿Alguien lo duda?” Todavía tenía en la memoria la final de Roland Garros, esa en la que Rafael Nadal se reveló como un ser mitológico y, sin embargo, monstruosamente humano.

Otra manera de contarlo pasa por asomarse a la prensa francesa. Comenzó el torneo con un titular versallescamente destructivo: “Nadal, coloso con pies de barro”. Aludía a la grave displasia de su pie izquierdo, dando por hecho que abandonaría. En adelante, partido sobre partido, un remake de lo que sucedió con Napoleón tras su fuga de Elba. Cada día un titular más cobarde hasta acabar celebrando “El regreso del Emperador”.

Siendo ecuánimes deberíamos hablar de tres emperadores. Ahora bien, dentro del “Big Three” del tenis -Nadal, Federer y Djokovic-, el suizo y el español han encarnado a lo largo de dos décadas los arquetipos de lo apolíneo y lo dionisíaco. Frente a la contención, la elegancia y el estilo de Federer, la pasión, la fuerza, el desbordamiento hasta lo agónico de Nadal. Aparentemente sólo les distancian dos Grand Slams. Caben otros dos factores no computables: la reinvención cíclica de Nadal desde sus comienzos, y la superación de lesiones que en cualquier otro serían invalidantes.

¿Quién se acuerda hoy de sus rodillas dislocadas hace quince años? Ocurre otro tanto con su juego. Ha enriquecido su paleta mejorando prodigiosamente su revés, su servicio y su volea. ¿Cómo se puede subir desde el fondo de la pista hasta la red, ganando posiciones a una velocidad de vértigo, con un pie prácticamente inerte? Con una mentalidad digna de un dragón, hecha de resistencia al dolor, capacidad para llegar al límite y una fuerza de voluntad extrema construida desde la humildad de los perfeccionistas.

Hoy Federer ya es un incunable, pero hasta 2012, ganara o perdiera, era el dios de París. Entonces, sobre la Philippe Chatrier, sus devotos digerían mal cada nueva copa de Nadal. Hoy se han rendido al rey de sus catorce coronas. Un rey que estremece. ¿Por sus gestas? No, por su humanidad. Tras ganar el último punto ya no hubo gritos, solo lágrimas calladas. Un rostro escondido en una toalla. Tanto dolor detrás. ¿Merece la pena? Para la gran mayoría de los mortales, seguro que no. Por eso sólo hay un Nadal. Paga más por sus victorias que por sus derrotas. Es el precio de su destino y lo sabe.

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