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Javier Santamarta, Darío Madrid y Ángel Moya
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Javier Santamarta, Darío Madrid y Ángel Moya (Foto: Javier Velasco Oliaga)

De paseo por el Madrid de la Inquisición de la mano de Darío Madrid

Por Javier Velasco Oliaga
miércoles 14 de febrero de 2024, 20:19h

“Ni la Inquisición nació en España, ni la tortura era una práctica exclusiva de ese tribunal en aquella época y tampoco los instrumentos que se exhiben en los llamado museos de la Inquisición fueron utilizados”, así se expresa Darío Madrid, que es el seudónimo que utiliza el abogado Gonzalo Fernández cuando quiere escribir o hablar de historia, en un paseo que nos ha dado por el Madrid de la Inquisición.

  • La Inquisición española

    La Inquisición española

  • Frente al Tribunal de la Inquisición

    Frente al Tribunal de la Inquisición

  • Iglesia de San Ginés

    Iglesia de San Ginés

  • Plaza Mayor

    Plaza Mayor

  • La Cruz Verde

    La Cruz Verde

Darío Madrid
Darío Madrid (Foto: Javier Velasco Oliaga)

Ni que decir tiene que todos esos museos, estoy pensando en el de Toledo y otros itinerantes, son una patraña para engañar a los turistas, tanto extranjeros como locales, que pecan de una ingenuidad y una ignorancia supina. “La Inquisición no utilizaba esos instrumentos, lo que querían era el arrepentimiento del reo”, afirma el autor del libro “La Inquisición española”, donde cuenta la realidad y procedimiento del Santo Oficio. Los españoles somos muy sufridores y nos gusta auto flagelarnos creyéndonos las sandeces de la Leyenda Negra. En España, el tribunal inquisitorial ejecutó a muchísimos menos reos que países con Inglaterra, Francia, Alemania o Países Bajos, pero la fama la tenemos nosotros que nos gusta desprestigiarnos.

Según cuenta el escritor en su libro, “la Inquisición no se originó en nuestro país, sino que fue una creación vaticana para acabar con la difusión de la herejía cátara o albigense en Francia, que se extendió por toda Europa durante los siglos XII y XIII. Tres siglos llevaban ya funcionando, cuando en 1478 el papa Sixto IV emitió una bula a los Reyes Católicos para nombrar inquisidores en Castilla.” Como ven, hay muchos bulos que se han tomado como verdades incuestionables.

Quedamos en la Plaza de Oriente, enfrente de la puerta del Príncipe del Palacio Real; Darío Madrid llega acompañado de dos inquisidores que tenían más pinta de dominicos que de otra cosa. Debajo de la capucha de uno de ellos se escondía el rostro siempre risueño del divulgador histórico Javier Santamarta, que no se pierde ningún sarao histórico si en él se come bien, y Ángel Moya. Ni que decir tiene que en tiempos de la Inquisición eran los Austrias los que gobernaban y que allí no se había construido el Palacio Real. Estaba el Alcázar de Madrid hasta que se quemó en 1734, quizá porque contaban las crónicas que era muy frío.

Tras saludar a los acompañantes de tan insólito cortejo inquisitorial, Darío Madrid nos dice que la primera parada será en la plaza de la Marina Española, justo a las puertas del Senado. Pero no ocurriría tal cosa; como se pasaba por el Monasterio de la Encarnación no pudo por menos que detenerse la comitiva para comentar alguna anécdota que protagonizaron los Austrias en aquel convento. En un lateral del Senado se encontraba el Tribunal de la Inquisición, donde se realizaban los juicios, en la calle Torija. El edificio está ocupado por algunas dependencias de ese Senado holgazán que tenemos. “Aquí se celebraban los juicios y, aunque parezca mentira, tenían más garantías de lo que nos podemos imaginar”, apunta Darío y continúa diciendo “se celebraban los juicios, pero no se ejecutaba a nadie. Los ejecutaban fuera de la ciudad. Los quemaderos estaban fuera de las murallas, se llevaban a cabo en las puertas de Alcalá o de Fuencarral. En total, se quemaron 29 reos”. Como anécdota contó que en ocasiones se utilizaba leña verde para que hiciese más humo y diese más repelús ver la ejecución.

Subiendo por la calle hasta la plaza de Santo Domingo se va al lugar donde se encontraban las antiguas cárceles de la Inquisición, cruzamos la calle Isabel la Católica, que antiguamente se denominada calle de la Inquisición, hasta dar con una de las plazas más horrorosas de Madrid. Allí estaban las cárceles que tenían hasta su jardincito, cerca se hallaba el Monasterio Convento de Santo Domingo el Real, que ¡cómo no! Sucumbió pasto de las llamas y no precisamente del Santo Oficio.

Lo que pretendía el Santo Oficio era el arrepentimiento de los acusados

“En la calle de la Inquisición venían los familiares de los presos para hablar con los prisioneros. Por supuesto, a voces. En contra de lo que se dice, las celdas eran amplias y luminosas. Se denominaban las cárceles secretas, pero debía ser un secreto a voces”, cuenta con humor el divulgador que ha realizado un exhaustivo trabajo con el que no pretende sustituir una Leyenda Negra por una Leyenda Rosa; de hecho, expone con toda crudeza el resultado de varios procesos del Tribunal de la Inquisición y, con rigor histórico y fuentes veraces, aborda con claridad cómo era el proceso del Santo Oficio: desde la composición del Tribunal, la presencia de abogados, las pruebas admitidas y cómo y cuándo debía de aplicarse la tortura.

Otra anécdota sobre esa cárcel fue la protagonizada por el ejército francés: “lo primero que quisieron hacer cuando entraron en Madrid, a sangre y fuego, fue ir a conocer las cárceles y abrieron las puertas para que saliesen lo reos que allí había. Después, mostrando su amor por la cultura, quemaron los archivos de la Inquisición, por lo que se perdieron documentos muy interesantes. Con los presos, sucedió algo parecido en la cárcel de la Corte, que estaba ubicada en el palacio de Santa Cruz, a los presos les dejaron salir para luchar contra el francés, con la promesa de que regresaría, de todos los que salieron solo dos no volvieron. Cumplieron con su palabra, pero no vencieron a los soldados napoleónicos”.

Posteriormente, bajamos hacia la plaza de Opera donde se encontraba la fuente de los Caños del Peral, que se puede visitar, cuando está abierta, en el metro. “El terreno subió más de cinco metros desde aquellos tiempos a la actualidad. Todo está enterrado bajo el suelo. Seguimos por la calle Arenal para visitar la Iglesia de San Ginés, “es la segunda más antigua de la ciudad, después de la de san Nicolás de Bari”, apostilló Javier Santamarta y siguió diciendo “aquí se bautizó a Quevedo y contrajo nupcias Lope de Vega, eso sí, después de cantar su primera misa en la iglesia del caimán, como se la conocía”.

Por estas calles caminaban, empezando los Reyes, desde el Alcázar y desde la calle de la Inquisición, los sacerdotes, para llegar a la Plaza Mayor, donde se llevaban a cabo los Autos de Fe. El Santo Oficio comenzaba su trabajo a eso de las seis de la mañana y los reyes, más dormilones, a las siete. “Detrás de la Cruz Verde iban los reos y el Santo Oficio hasta la plaza Mayor donde, si no se arrepentían, eran ahorcados. Se calcula que en Madrid murieron de esta manera, o por garrote vil, unas 360 personas. Las que no se ejecutaban en la plaza Mayor lo hacían en la plaza de la Cebada”, cuenta Darío Madrid.

Estaba programado que el paseo terminase en la cueva de Los Galayos, pasando antes por la cruz verde que hay al final de la calle de Cuchilleros, pero antes de ir hacia allí, el autor refirió otra truculenta anécdota de un auto de fe que se celebró en 1631 en tiempos de Carlos II y en el que se iban a juzgar a 42 reos; de ellos, 7 fueron condenados y, curiosamente, 6 eran portugueses y uno italiano. “La Inquisición española asumió su papel también en Portugal hasta su separación de España en 1640”, finiquitó el erudito.

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