Eva (Sidse Babett Knudsen, para más señas la protagonista de la mítica serie Borgen), nuestra protagonista, no es una guardia de prisión común y corriente. Recibe a los presos con una sonrisa, les enseña meditación y yoga e irradia una energía maternal que la convierte en la santa no oficial de su pabellón de baja seguridad. Sin embargo, el zen cuidadosamente cultivado de Eva se transforma rápidamente en caos interior con la llegada de Mikkel Iversen (Sebastian Bull), un joven y apasionado preso con una conexión escalofriante con su tragedia personal. Mikkel no es un prisionero más, y por ello, la superioridad moral y la empatía de Eva se desmoronan, dando inicio a un emocionante juego psicológico donde la compasión y la venganza se enfrentan.
La historia se va desarrollando gradualmente, pero mucho más rápido de lo que cabría esperar si la comparamos con los trabajos anteriores de su realizador. Revela capas de tristeza, culpa y una justicia cuestionable. Eva, siempre profesional, no renuncia al darse cuenta de su conexión con Mikkel. En cambio, pide que la transfieran al ala de alta seguridad donde se encuentra el recluso y allí comienza su particular “vendetta”. A medida que Eva empeora gradualmente la ya miserable existencia de Mikkel, su relación oscila entre momentos escalofriantes y desgarradores que te hacen cuestionar quién es realmente el prisionero de sus acciones.
Knudsen, en su rol de Eva, es el corazón palpitante de la película, contenida e intensa, transformando su calidez maternal en una rabia fría y calculadora con un parpadeo penetrante. Es la estrella de la función y aprovecha hasta el último instante para lucirse y ofrecernos una lección de buena actuación. Bull, por otro lado, es la antítesis perfecta como Mikkel, mitad amenaza feroz, mitad animal herido. Juntos crean una dinámica que hierve de tensión y resulta en situaciones impredecibles. Esta no es una historia de héroes o villanos, sino de dos individuos con profundos defectos que navegan por un laberinto moralmente ambiguo.
Fiel a su estilo, el director crea una atmósfera opresiva que se siente muy viva. Combina la monotonía y la claustrofobia de la vida en prisión con el ruido metálico y el eco de los pasos; incluso el silencio se convierte en un personaje que realza los momentos de mayor carga emocional. Visualmente, la cámara se apoya en contrastes nítidos, envolviendo las escenas en sombras que parecen reflejar la agitación interior de Eva. El ritmo de la película es implacable, y los giros inesperados son como golpes directos a la mandíbula del espectador más desprevenido.
En el debe de la función podríamos señalar su incapacidad manifiesta para sumergir completamente al público en las vidas de los personajes. La historia proporciona una base que podría ser conmovedora, pero su ejecución no logra mantener el equilibrio. Los personajes parecen más herramientas para el mensaje de la película que personas reales, imperfectas y vivas. Esta falta de autenticidad dificulta conectar emocionalmente con ellos. Uno podría esperar verse envuelto en sus luchas, anhelando su redención o incluso lidiando con simpatías contradictorias. En cambio, sus motivaciones son demasiado opacas o demasiado parciales, por lo que uno se distancia de ellas. La película tampoco aprovecha la oportunidad para explorar las fallas del sistema penitenciario con mayor profundidad.
De todas maneras, si eres de los que les gustan las historias moralmente complejas y las actuaciones sólidas, probablemente Condenados no te va a defraudar ni un ápice, y además se atreve a plantear preguntas incómodas del tipo: ¿Pueden coexistir la venganza y la justicia?, o ¿Hasta dónde debe llegar alguien para afrontar su pasado?