Un poemario del que subyace de inmediato el movimiento, real y simbólico. Un movimiento, que se ejerce a menudo a través de la mirada y mediante múltiples recursos, especialmente pasiones (el viaje, la música, la literatura, el amor, etc). Memoria de haber curado en ese quiasmo médicopoético implica haber vivido, creído y descreído, haberse acercado a la melancolía y a la esperanza, a la desilusión y el desengaño, si bien nuestro poeta forma parte de esa generación que se agruparía bajo la condición de Ronda, acaso bajo el manto de “generación entusiasta. En cualquier caso, el poemario se conforma con diez secciones (Flores para una salve/Cartas a Lita/Tres días, Eleusis/Viridarium (Correspondencias)/Poemas Gallegos/Noticias del verano/Mínimos poemas de otoño/El dolor de Ayax II/Claves para entrar en mi país/Memoria de haber curado), con una poderosa insinuación al contar con 77 poemas, relacionado con lo espritual, con una búsqueda transformadora entre lo terrenal y lo divino, un abanico de intuiciones y cierta sabiduría. Bien es verdad, que en el discurrir poético se nos anuncia una naturaleza interna que fija una profunda y auténtica indagación: “Mis dedos se lían/en ovillos sueltos,/se envuelven en seda/para meterse en el espacio/en que la lluvia daba un vaho/gris a las palabras,/la letra de un blues sobre la ternura”. La crítica, la denuncia, la ironía, el compromiso con el texto y la sociedad caracterizan al poeta González Cabezas. En el poema “Titulares sobre la riqueza y la pobreza” escrito a modo de sentencia, nos lo ilustra con toda nitidez: “Casi todo es dinero/pero no tu recuerdo/. El dinero es el espíritu/universal de occidente”. En otro bello texto titulado “Septiembre”: “Dejad que hablen los hombres puros, pero oíd lo que suena y si opináis que sea con dolor pues solo el dolor purifica/las opiniones”.
Siempre ha sido un poeta de infinitas búsquedas, inquietudes y clandestinidades, con la firme decisión de una escritura precisa y a la vez polisémica. En ese proceder, sugerente, sensual y poderosamente expresivo, el poeta resalta las fuerzas de vivencias que impregnan lo meditado de pulcritud y aromas. El movimiento es vida. Y la vida oscila entre aciertos y errores, certezas y dudas, de tal suerte que el libro se abre con un espléndido poema, “Poemas corregidos al verte caminar”. La existencia se hace plena mediante la mirada: “Verte caminar ha sido el universo/completo,/lo que manda en mí cuando anochece” nos escribe en el mencionado poema. Juan González Cabezas desde la más sagrada de las formas, que bien pudiera ser la independencia, por ser exacto la palabra en libertad, participa por convicción de un cierto humanismo solidario. Aunque leerlo como renacentista del siglo XXI nos parece más apropiado. El movimiento también rodea los nombres propios que son determinantes en su poesía, es como la armadura que dispone en el tablero de juego, las ciudades también juegan un papel relevante. De esta suerte, establece un museo de ciudades y literatos y otros placeres (Toledo, Ronda, Torremolinos, París, Setúbal, Lisboa, Atenas, el mundo grecolatino y Shakespeare, Whitman, Rosalía de Castro, Vallejo, Tolstoi, Bécquer, Guillén, Montale, Cartarescu, Rilke y hasta un añorado Gaspar Sebastián Canca, la pintura de Dalí, los perfectos modelados y porcelanas de Lladró, la pintura flamenca, el cine francés como la nouvelle vague, hasta la inclusión de un poema escrito en gallego). Y a todo ello, hemos de reconocer que la memoria ha trazado un cancionero amoroso de primera dimensión. Juan González Cabezas, sin duda se inserta en la mejor tradición lírica mediterránea, pero con una brisa atlántica que le confiere a su escritura la senda de lo exclusivo, acaso lo exquisito, lo cosmopolita, lo bello.
Un libro de poemas que hemos de leer y releer para disfrutar de una escritura inteligente y generosa en una conjunción espaciotemporal que proporciona no sólo un equilibrio conceptual sino un verso brillante, preciso y emocionalmente comprometido.
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