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Christos Koukis
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La dignidad de la palabra frente al abismo: "El camino difícil", de Christos Koukis

Editorial Malpaso. 2024
martes 12 de agosto de 2025, 14:13h

Buena parte de la poesía española y europea contemporánea se ha deslizado hacia una poesía del fragmento, de repliegues intimistas, autorreferencial o minimalista, derivando en una especie de narcisismo estético donde se refugia lo epidérmico o anecdótico. Alejada de esa orilla, la voz del griego Christos Koukis (Grecia, 1979) se alza con una inusual dignidad intelectual y moral, al amparo de una decidida ética de la lucidez.

El camino difícil
El camino difícil

"El camino difícil", su más reciente entrega, se nos ofrece como palabra en la historia, testimonio civil, espiritual y político, en el sentido más alto y comprometido del término, bajo una irrenunciable conciencia moral que propone la escritura como deontología moderna de la fractura, del conflicto y del desgarro, pero también como acto de resistencia luminosa, porque Koukis no ha venido para embellecer la vida, como piensan los estetas y los literatos, ni para hacerla más justa o buena, sino, como nos enseñó Rimbaud, para cambiarla.

El título, El camino difícil, remite no solo a la imagen bíblica o dantesca del tránsito penoso, sino también a una moral de la resistencia: la dificultad como condición inherente a todo intento de salvación o belleza en medio de la ruina contemporánea.

En un tiempo que exige respuestas veloces y superficiales, el poeta se detiene, indaga y busca entre los escombros de la historia y del alma humana, porque el yo poético, tal y como escribió Celan: "habla en nombre de un nosotros sin garantías". Y así, el poema se vuelve espacio de meditación y de interpelación, más que de convicciones o certezas, porque “todo poeta sabe que escribir es dudar”, en palabras de Luis García Montero.

Desde el frontispicio del libro el poeta hace declaración de una poética fundada en la tensión entre la herencia del logos y el asedio del caos: “Debemos imaginar en nosotros tenazmente un lecho/ luminoso y un horizonte agrietado…”. La palabra poética aparece, así, como construcción y grieta, como acto de afirmación frente a la intemperie, articulando una voz que se mueve entre la lírica elegíaca, el poema meditativo y el aforismo filosófico. Pero siempre hay una conciencia subyacente: la del hombre que ha decidido no apartar la mirada del mundo; un mundo que no es ajeno ni abstracto, porque tiene rostros, fechas, geografías o ruinas. “La poesía es política por naturaleza”, ha manifestado recientemente nuestro autor.

En poemas como “Cuando la mano invisible se convierte en un puño” o “La Línea Maginot”, la historia y la política irrumpen, no como telón de fondo, sino como carne de la experiencia poética. La denuncia de la injusticia, alejada de consignas partidistas o panfletarias, es aquí forma de conocimiento y compromiso: “Tengan cuidado y no bajen la ventanilla/ a personas devotas del destino de Sísifo o Cristo”, con una tensión desgarrada, entre lo terrible y lo necesario: “debemos eterna gratitud a un acto inhumano/ No hay mayor miseria para el odio”.

No existe en el texto artificio gratuito ni coqueteo con la vaguedad: cada palabra parece pesar, cada imagen responde a un compromiso con la claridad. Lo que distingue a Koukis de muchos de sus contemporáneos es que su poesía no rehúye el pathos, sino que lo sublima mediante una precisión verbal admirable, alcanzando un lirismo que, lejos de embellecer, es una forma de desasosiego que conduce al desvelamiento, tal y como percibimos en el poema homónimo del libro: “crecemos y aprendemos que esto es todo lo que hay/ […] que no tendremos que tomar el camino difícil/ […] cuando el camino difícil nos encuentre, y nos/ encontrará,/ nos romperá/ y entonces nada podrá/ devolvernos, inútiles y brillantes/ Nada podrá”, convirtiendo la experiencia del desgarro no en metáfora, sino destino ineludible. La poesía no salva, antes bien, nos prepara para convertir lo contingente en necesario, siguiendo la estela del pensamiento de Damián Tabarovsky.

No faltan en El camino difícil los ecos clásicos —la sombra de la tragedia griega o de la ética estoica—, pero todos ellos aparecen reescritos desde una modernidad desengañada, consciente de la quiebra del sentido, pero también de la necesidad de sostener, aunque sea a contraluz, ciertos valores irrenunciables: la dignidad, la memoria, el amor, la justicia. Koukis no escribe para decorar el mundo, sino para interrogarlo; no para consolar al lector, sino para sacudirlo de su letargo. En el fondo, su poesía se sitúa en la estela de aquellos escritores que entienden el arte como un acto de presencia moral.

Lo que está en juego en El camino difícil no es una poética, sino una posición ante el mundo, el poeta transmutado en hombre civil que, como los viejos profetas, señala la herida sin renunciar a asumir el dolor, sin entregarse a la desesperanza, antes bien haciendo de la palabra insurrección, defensa, protección y ternura frente a la herida y el derrumbe: “Tengo una misión: que la luz vuelva al poder/ […] porque la única resistencia en un mundo ciego es/ los grandes actos/ […] Tengo una misión: que la luz vuelva al poder/ al objeto natural de la vida, a los placeres renovables”.

En esta época de transición hacia la incertidumbre, la obra de Christos Koukis se erige como un ejercicio de afirmación de la conciencia y el compromiso, sustentado en la convicción de que la palabra verdadera no solo testimonia la fractura del mundo, sino que puede cifrar una forma de resistencia civil. El camino difícil no es un libro de consuelo, sino de vigilia; no procura el refugio, sino la revelación, porque en su rigor expresivo, en su fidelidad a lo humano doliente, en su tensa lucidez, se insinúa una promesa: que, a pesar del territorio devastado, la poesía puede restaurar el sentido, devolver al lenguaje su capacidad fundadora y abrir, en la penumbra de nuestro tiempo, la posibilidad de una grieta. Y esa grieta —mínima, eventual, frágil, pero germinativa— es una forma de esperanza activa y consciente, porque, tal y como nos desveló Rumi, "la herida es por donde entra la luz".

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