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isidrada

01/06/2020@12:00:00
El mes de mayo, en Madrid, me ofrecía dos citas que le daban un timbre espléndido sobre cualquier otro del año y que me despabilaban del paso anodino de las semanas, por más que estas se empeñasen en distinguirse con alguna patarata política o con un estruendoso notición futbolístico: la isidrada y la feria del libro de viejo. Ambos acontecimientos traían para mí, sobre lo festivo, algo singularmente intrigante.

Según todos los síntomas este verano será estremecedor; el Rin discurre en estos días con una mengua de caudal notable; el Ródano, que durante el estío anterior llegó atravesarse caminando, podría reducirse a un regato de fango, y sobre el majestuoso Po, qué decirles si ya la canícula pasada lo convirtió en un gigantesco zanjón con desnudos pedregales; de seguir así, pronto nos despediremos de su ubérrimo delta, aquel de La novela de Ferrara (1953-74), de Giorgio Bassani; ¿la recuerdan?
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Durante estas fechas, cuando el calor se presenta como un pariente inesperado —sudoroso, inoportuno, atropellado— y la isidrada pisa su meridiano, con alguna sorpresa de tronío y sus tres o cuatro chascos sonados, la feria de los libros planta sus casetas en mitad del Retiro. Quizá sea el acontecimiento más importante de la temporada para cualquier librero de Madrid, que, si no llueve como acostumbra y le toca en un lugar concurrido, puede resarcirse de todo un año viendo llegar el fin de mes como una penitencia.