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nih

08/03/2025@21:05:00

De las fiestas patronales de cada territorio a las de Navidad, enseguida los desfiles procesionales de Semana Santa y todo lo que arrastran. Celtiberia Show, todo lo celebramos. Pero, en realidad, ¿qué celebramos, si en nuestro mundo todas las fiestas han perdido su sentido y no dejan de ser la misma? Un infinito Día de la Marmota donde vale cualquier pretexto para zambullirse en el Carpe Diem. Sólo cambian los disfraces, no las máscaras. Precisamente por eso el Carnaval, tal como lo vivimos hoy, sea el evento que mejor ejemplifica lo que perpetúa, naturalmente, a su pesar.

¿Por qué nos miente el tiempo? ¿Por qué nos engañamos cuando queremos atrapar el pasado cuarenta años después masificándolo de detalles que nunca existieron? ¿Por qué no somos capaces de mirarnos al espejo y decir: basta? Simular una vida perdida en un pasado lejano y reconvertirla en algo que seguro nunca existió, adornándolo como si fuese un árbol de Navidad cuyas luces no lucen ni brillan, es una gran falacia.

Me basta con pisar la Feria del Libro de Madrid y encontrarme aturdido por su muchedumbre, para echarlo de menos.
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Hay cierta paradoja, en torno a la literatura, que se ha expresado muchas veces de distintos modos. Hace poco lo planteaba en Twitter Rafael Narbona, con notable contundencia. ¿Qué sentido tiene escribir para decir que nada merece la pena y que la vida es pura basura? Prima facie, da la impresión, en efecto, de que realmente tiene poco o ninguno. Si nada merece la pena ni siquiera merecerá la pena escribirlo, ¿no?

La historia del pensamiento se caracteriza, entre otros muchos planteamientos, por la dicotomía entre razón y fe. Desde que el mundo es mundo al ser humano siempre le ha asaltado la necesidad de saber si existe algo más allá de la vida.