Si una característica tienen esos personajes es que “se pierden a sí mismos”, señala la autora. Son protagonistas perdidos, que se autodestruyen. Además, Marian Izaguirre quería escribir una novela en donde la protagonista muriese a mitad de la novela o que, por lo menos, desapareciese. En esta ocasión, ha podido, al fin, hacerlo. “Es algo que tiene que ver con la estética de la novela, con el fondo de la misma”, dice la escritora en la entrevista que mantuvimos en un conocido hotel cercano al parque de El Buen Retiro madrileño.
Si aquí, estamos cerca del campo, aunque en plena ciudad. Los escenarios de la novela están cercanos al mar. “He querido dar importancia a nuestros dos mares, al Mediterráneo y al Cantábrico. Ambientes diferentes pero conectados entre sí”, apunta. El de Bilbao, ha cambiado profundamente, “los bilbaínos echamos en falta ese Bilbao de los años sesenta o setenta con su ambiente portuario e industrial”, recuerda Marian Izaguirre durante la conversación y añade “en la novela hay muchas descripciones que he visto y he vivido”.
“Cuando escribo una novela quiero encontrar algo nuevo que decir o mostrar”, afirma la escritora. En esta ocasión, además de la historia, ha querido jugar con el narrador. Alterna la primera con la tercera persona. Y en primera persona, son varios los narradores que nos van dando diferentes puntos de vista sobre la trama de la novela y los acontecimientos que se refieren en ella. “Me gusta ir alternando esas voces pero, también, pretendo hacerlo comprensivo al lector. Aprecio que me digan que mis novelas se leen muy bien. Siempre sigo la máxima de Kundera: Fácil de leer, pero difícil de entender”, razona la escritora con seguridad.
Marian Izaguirre intenta y, por supuesto, consigue, hacer su texto asequible a cualquier lector. Pero da un toque emocional y reflexivo a sus textos para que el lector avispado tenga un plus en la lectura. Como ejemplo, pone las cartas de Elizabeth Babel. “Fue con el personaje que más me divertí creándole. Escribir sobre el silencio es interesantísimo. Descifrar lo que piensa el personaje, meterse dentro de él es una experiencia engrandecedora. Además, la voz de Elizabeth es muy enriquecedora. No quería un diario íntimo al uso, si no una voz que se escribe a sí misma”, desgrana con auténtica pasión, de ahí que Elizabeth se escribiesa cartas a sí misma. En cierta forma, quiso rendir homenaje a ese tipo de personajes como Ana Sullivan capaces de superar cualquier tipo de vicisitudes.
Otra cosa que también la divierte mucho es documentarse. “Me lo pasé muy investigando sobre los primeros prototipos de los audífonos y, sobre los relojes y otras maquinarias como la de los coches”, reconoce con una sonrisa. Pero en lo que más pasión ha puesto ha sido en crear a esas dos mujeres, arriesgadas, solitarias y fuertes en un periodo de crecimiento en la que hace aparición el amor. Precisamente el título hace mención a esta fase del libro. “Cuando aparece el amor, cuando aparecen los hombres, se trastoca la identidad de estas mujeres”, esgrime la escritora.
La metáfora del tornillo es fiel reflejo de lo que ocurre en ese perido de la vida. “De jóvenes las mujeres eran como un clavo, todo liso. Ahora, para entrar en otro cuerpo, se tienen que retorcer. Se convierten en otra cosa porque comparten”, apunta con lucidez y continúa explicando “para reflejar nuestra identidad, necesitamos de otras personas. Todos tenemos luces y sombras. Todos tenemos algo salvable”.
“A veces, los hombres son un país extranjero”
En “Cuando aparecen los hombres” son las mujeres las auténticas protagonistas. “Yo no puede evitar aproximarse al interior de las mujeres. Elizabeth y Teresa son las dos muy parecidas. A las dos las gustan el mismo tipo de hombre. Tienen a hombres buenos a su lado pero no son capaces de verlos como se merecen, prefieren otro tipo de hombres”, elucubra la escritora bilbaína. La culpa juega un papel fundamental en la novela, ambas protagonistas caen en ese juego.
Marian Izaguirre se muestra muy agradecida a sus muchos lectores. “Gracias a ellos, intento mejorar en cada novela y muchas veces me empujan a escribir más rápido”, señala. Normalmente, son dos años lo que tarda en preparar un libro, “la editorial no me presiona, más bien al contrario, se portan muy bien conmigo”, dice. Tiene su ritmo de escritura que no va a variar. Lo que sí la gusta es que cuando apaga el ordenador cada día es sentirse satisfecha del trabajo realizado. “Sentir una especie de taquicardia al final de la jornada”, concluye.
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