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Ricardo Martínez-Conde: "Verum In Nubibus"

Por Francisco J. Castañón
viernes 27 de abril de 2018, 01:00h
Verum In Nubibus
Verum In Nubibus

“Pero en las nubes”, esa preposición dispone de un ánimo, de una suerte de negación, de objeción que, no obstante, hace ver nimbos, cúmulos y estratos en las líneas del poema. Quien mira hacia arriba se tropieza con motas de diversas formas. El cielo es el fondo de esas figuras que revelan el universo contenido en los ojos. Y de esa contemplación, todos los sentimientos, motivaciones, uso indiscriminado de la libertad, porque ver el cielo es ver el infinito, sólo que las nubes están allí, como recordando que ellas son parte de ese infinito, de esa volátil porfía aérea.

Verum In Nubibus”, publicado por Ediciones Vitruvio, en la Colección Baños del Carmen N° 6XX, en Madrid, 2017, es un poemario del español Ricardo Martínez-Conde, en el que se reúnen esas formaciones, esas imágenes que se multiplican, cambian de formas y nos conducen a citar a Gaston Bachelard, quien, precisamente en su ensayo Las nubes, contenido en su “El aire y los sueños”, afirma: “Las nubes cuentan entre los “objetos poéticos” más oníricos. Son los objetos de un onirismo en pleno día. Determina ensueños fáciles y efímeros”, y, en efecto, los temas que maneja nuestro autor, como el amor, no es que sea un tema fácil –todo lo contrario-, pero sí suele ser efímero. Los amores se transforman como las nubes y muchas veces se disipan. Y cuando son “para toda la vida” ya no son amores, son costumbres.

Formas, figuras, imágenes. La poesía es un manto en el que se explayan en voces que –bajo las nubes del día- conforman un universo pleno de significaciones.

La estaciones suelen ser parte de esa efímera existencia en la naturaleza, y así lo lee quien abre el libro de Martínez-Conde:

“Sintamos la premura con que se acerca abril,/ tan lleno de energía. Cómo anuncia/ y alza sutiles formas de color (casi innombrables),/ aromas de ubicación imprecisa”.

Las nubes cambian de sitio, viajan, su premura tiene que ver con el aire, con el cielo que las fija sobre cualquier mirada. El cielo, eso que no existe, es la profundidad de un eco. Las nubes, como el poema, también cambian: suelen estar en el momento menos indicado.

2.-

“Pero las nubes” no sólo convidan a estar en el cielo. La tierra dibuja sus barrigonas formas, en el caso de los nimbos o cúmulos, pero también la serpentina de su recorrido como sombra por la topografía que todos pisamos. Así, éstos se transforman, se transfiguran:

“El río mana su suerte en el tiempo/ que nos nutre”.

El río, la corriente que imita a los estratos. Ríos del arriba. Ríos del abajo. Ríos que alimentan la mirada. Ríos que alimentan el cuerpo. Y el tiempo, esa permanencia como tema en la poesía. El tiempo finito, el tiempo que no termina. El tiempo río.

Existe una filosofía del cielo y una de la tierra. Se encuentran cuando la poesía concibe el abismo como parte del tiempo. Y la naturaleza, esa fuerza que habilita el mismo hombre que habla y transforma las nubes en objetos, en la imagen que Octavio paz estudió con creces.

El ojo sabe lo que hace. El ojo gira, es un planeta que inventa. El ojo escrutador. El ojo de la vida y de la muerte. El ojo en las nubes, más abajo, ahora en la tierra, frente al silencio de los trastos, de las cosas:

“Mirar un objeto/ Pensar un objeto/ Cuanto significa está ahí, en el recipiente vacío (…) se oye el rumor de los instrumentos/ atareados en la materia transparente…”

Ahora son todos los sentidos, los usados con terrestre intención, los que se acomodan a la forma de los objetos dentro o fuera de la casa. Arriba las nubes, silenciosas, con su contorno y movimientos de ballena. Abajo quien se recuesta a analizar la curva de una copa, la piel áspera de una fruta, el color del vino o la desmesura de la ventana hacia un prado lejano. La poesía se conjuga hasta hacerse –ella misma- la forma deseada.

3.-

Los temas cambian, de nuevo, como las nubes. El día ha perdido peso en las palabras. Pero retorna después de las sombras en las que también hay voces y formas, dimensiones del miedo. Y la naturaleza activa desde arriba:

“Atrás queda la noche con su rara figura y

su lenguaje extraño.

La lluvia tiene otros dones: hay un lento

ceder en su persistencia,

viejas alusiones en su compañía (…) Al fin, ser hombre es una parte más

de la naturaleza”.

El Tiempo anudado al Ser. Denominado por la distancia, porque el tiempo es dimensión, forma, estación. El tiempo es el poema leído o borrado, es la nube que desaparece ante los ojos. Y las voces humanas, las venidas de bocas vivas:

“Toda la gravedad en la palabra/ Tiempo.

Nada es igual a cada instante

en el mismo paisaje”.

Metamorfosis. El hombre es otro, el hombre/otro, el otro hombre, el que no está, el que sólo es tiempo en la memoria. La intimidad, la casa. El amor oculto, silencioso.

“La quietud ordena el hogar/ llevando el sentimiento a su clausura,/ la pena a su sombra,/ la memoria a su mar…”

4.-

Formas, imágenes, tiempo: la poesía de Martínez-Conde se convierte en definiciones, en preguntas, en aforismos, en soplos, en afirmaciones. Una lista de versos, una lista de asombros:

“El nombre apenas crece; / va detrás de la vida”

(…)

“El espejo nos remite/ al mundo contenido en el espejo”

(…)

“¿Más allá de sí mismo? / Una duda perenne”

(…)

“La memoria del árbol y su fruto”

(…)

“El vuelo es de regreso/ La certeza asoma con el andar del tiempo/ Va granando el silencio”

(…)

“El camino se parece tanto a uno mismo”.

(…)

“El silencio es la silueta”.

(…)

La penumbra se adentra como espíritu”

(…)

Cada fragmento de ola/ deja su línea de arena”

(…)

“Un nido no se parece a otro”

(…)

“Tal vez esté en el Tiempo”

(…)

“Una forma de pensar es mirar”.

Y allá, en lo alto, donde las nubes son una certeza que se esfuma, la mirada quieta, mientras en la tierra los sentimientos, lo que motiva escribir o vivir, giran las cosas, el paisaje se mueve hacia otros espacios.

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