En la entrevista nos explica todas sus obsesiones y no elude ninguna cuestión por polémica que parezca, enfrentándose a ellas con absoluta sinceridad y honestidad. Con su fina y acertada prosa Luisgé Martín se ha convertido en uno de los grandes escritores contemporáneos de nuestro país y estoy seguro que cada día dará más que hablar y más lectores se fijaran en él, si es que no se han fijado todavía.
¿Es “El amor del revés” su libro más personal
Sin duda. Nunca he escrito un libro que no fuera personal, que no me interesara escribir y que no estuviera lleno de mis obsesiones, pero El amor del revés cuenta con detalle mi vida, sin maquillaje de ficciones, y eso lo convierte en un libro pegado completamente a mí.
Hasta ahora, se había mostrado muy hermético para hablar de sus sentimientos. ¿Por qué ha decidido dar el paso de hacerlos público?
Me gustaría negar la mayor. No creo haberme mostrado nunca hermético al hablar de sentimientos y de mis sentimientos. Desde Los oscuros, mi primer libro, toda mi literatura ha hablado con una cierta impudicia de las relaciones afectivas, de las formas que tiene el sufrimiento, de las mudanzas sentimentales y de las enfermedades del corazón. Evidentemente, los escritores no estamos obligados a escribir autobiografías todo el tiempo; de hecho, la mayoría no lo hace nunca.
¿Ha sido difícil hacerlo?
No, todo lo contrario. Quizás haya sido difícil llegar hasta el momento de tomar la decisión de hacerlo, han tenido que pasar los años, verlo todo con distancia y tener la mirada más sosegada. Pero el acto de escritura ha sido bastante gozoso. Mucho más de lo normal en mí.
¿Cuándo decidió escribir el libro?
Ya sabía desde hace años que tarde o temprano iba a escribir este libro. Hace unos quince años, leyendo El rojo y el negro, de Stendhal, pensé que la transformación que sufren las sociedades en algunos asuntos fundamentales —en la movilidad social, en su caso— vuelve inverosímil con el paso del tiempo algunas situaciones. La vida de Julian Sorel era tan rara como la mía. Su imposibilidad de cambiar de clase social era tan absurda como mi imposibilidad de amar a alguien. Ahí estuvo el germen. Luego, en el principio del verano de 2015, sentí que de entre todos los proyectos que tenía en la cabeza, ése era el que necesitaba escribir. Y me puse a ello.
En el libro se muestra muy duro consigo mismo. ¿Cuáles son las razones?
Yo no he sido nunca muy complaciente conmigo mismo, y en este libro tenía que mostrar los sentimientos con toda la pureza que habían tenido. Viví situaciones difíciles, pero podía haberlas afrontado de otro modo. En todo caso, yo creo que en El amor del revés el autor tiene compasión de su criatura, que es él mismo. Que por primera vez hay afecto.
“El amor al revés” refleja un conflicto de identidad, sobre todo en sus años adolescentes. ¿Qué fue lo que más le costó asumir y por qué?
La homosexualidad era una tara. Un mal invisible que lo manchaba todo. Decepcionabas a tu familia, avergonzabas a tus amigos, te significabas como un delincuente social. Por eso había que ocultarla. Renunciar a todo antes de que eso se supiera y te arriesgaras a perder el afecto de los que te importaban. Los seminarios estaban llenos de homosexuales que sublimaban sus sentimientos. Y había muchos matrimonios falsificados para esconder esa vergüenza. Existía la culpa: uno era homosexual porque era culpable. ¿De qué? Daba igual, era culpable.
¿Cómo se llega a decidir participar en sesiones de reeducación sexual?
Porque el sufrimiento tiene un límite. Cuando pasan los años (sobre todo a esas edades en las que todo es tan terriblemente difícil) y nada se ordena, uno decide que hay que ser “normal”, que la única forma de ser feliz —o mejor dicho: de no ser desgraciado— es haciendo lo que los demás hacen, disolviendo su identidad. Luchar siempre a contracorriente, como los salmones (una imagen que uso en el libro), es terriblemente agotador.
Ahora que ya han pasado muchos años, ¿Cómo calificaría su actitud?
Es difícil calificarla. El amor del revés entero es la calificación. Todo en la vida es complejo, tiene claroscuros. Casi siempre uno hace lo que puede. Sobre todo a determinadas edades en las que la fragilidad, la indefinición y la ignorancia nos entorpecen. Fui cobarde, pero al mismo tiempo fui valiente. Fui débil, pero al mismo tiempo desarrollé las armas para salir adelante. Fui seco, pero al mismo tiempo no cedí nunca en lo esencial.
Ahora que ya se ha vuelto más sabio y reflexivo. ¿Cuáles cree que han sido sus errores más significativos?
Volvemos a la reflexión anterior. No hay posibilidad de determinar qué es un error, peroque los errores siempre exigen que haya una decisión, y casi nunca las decisiones son libres. Yo creo que el error del que más me arrepiento es el de haber aceptado —a una edad en la que ya debería haber tenido más lucidez y fortaleza— el discurso homófobo predominante.
¿Se arrepiente de alguna relación de las que usted denomina escabrosas?
No, de eso no, en absoluto. De las escabrosas no me arrepiento en absoluto. Podría haberme arrepentido, en todo caso, de alguna de las relaciones no escabrosas, de alguno de esos amores entregados e insatisfactorios. Pero de la lujuria no cabe arrepentirse.
¿Se ha comportado como Pigmalion en muchas ocasiones?
He querido hacerlo, no sé si lo he hecho. Las relaciones desiguales me parecen fascinantes. La voluntad de enseñar, de amar desde la diferencia, de educar, me produce una ternura indescriptible. La juventud es un territorio siempre inexplorado, y Pigmalion tiene en ella un campo de actuación inacabable.
¿Ha aprovechado todas las oportunidades que le ha dado la vida o la timidez le ha podido?
Yo creo que nadie aprovecha todas las oportunidades que le da la vida. Me quejo de la vida, pero no debería quejarme de mi vida. En realidad mi vida es una historia de éxito, pero a pesar de eso hay una terrible insatisfacción. El otro día oía a Rosa Montero citar una de las grandes frases de Oscar Wilde, que dice que a partir de una determinada edad la vida plena es siempre la vida de los otros. Lo que quiere decir, traducido, que la vida nunca es plena.
¿Es desleal el amor?
El amor es desleal, pero a veces menos de lo que debería. Yo he sido muy constante. He guardado lealtad a personas a las que no tendría que habérsela guardado. Lo que ocurre es que nadie puede vivir perpetuamente en la negación y en la nada. El amor tiene su propia biología y debe ser alimentado.
De todos sus amores del que menos habla es de su marido Axier. ¿Le ha podido aquí el pudor?
No, en absoluto. El amor del revés era una historia de un camino de perfección, una “novela” de formación. Y el camino acababa en Axier. Cuando le conocí ya estaba todo acabado, o acabó con él. Haber seguido contando habría desviado el foco. Además, como digo en el libro, la felicidad es aburrida, es literariamente mucho menos interesante.
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