“El Profeta” ahonda en la tecnodependencia de la sociedad, las técnicas de manipulación de masas, la batalla por la hegemonía económica y el vacío existencial contemporáneo. Tras el Gran Apagón, como han llamado al día en que cayó Internet, la sociedad sigue confusa y perdida. El Profeta, un otrora influencer con miles de seguidores en las plataformas sociales, lucha por adaptarse al nuevo orden y calma su ansiedad grabando vídeos de nuevo en la azotea con una vieja cámara, pero sin ser escuchado de momento por nadie. Su vida, que bascula entre el fracaso resignado y la necesidad de encontrar nuevas vías de llegar a su viejo público, da un giro inesperado al descubrir que una joven le espía desde el edificio de al lado. Eres especialista en comunicación y marketing digital. Tus anteriores libros hablan de la precariedad laboral, o de la farsa de las startups. Saltas de la crónica o el relato a la novela, pero mantienes el punto de interés en problemáticas sociales actuales. ¿De qué nos habla en “El Profeta”? Surge de mis obsesiones. De alguna manera los autores estamos siempre escribiendo la misma obra. O mejor dicho, una única obra. Y mis obsesiones permanecen dentro de este relato distópico que, como todo relato distópico, es solo una excusa para repensar el presente. En este caso, la relación del ser humano con la tecnología, la manipulación de masas, la desigualdad económica, los intereses de las grandes compañías, la precariedad… son temas que ya aparecen en mis diferentes obras. Aquí me permito tratarlos de una manera más creativa y desenfadada. Fue muy divertido escribir El Profeta. “El Profeta” es una ficción distópica, pero plantea un futuro no muy lejano. Esto es muy útil para conseguir que los lectores se imaginen su propio futuro en unas décadas y cómo enfrentarían vivir sin la red. ¿Cree que la sociedad es consciente de las verdaderas ventajas y los riesgos de Internet o aún es una herramienta muy joven y poco legislada? Estamos en un proceso de aprendizaje y adaptación. Puede que ésta sea la manera de estar en la red, siempre como un perro persiguiendo un hueso que funciona como un espejismo. Parece que está cerca, pero nunca se llega a él. La legislación, por ejemplo, va muy por detrás de los cambios que exige la sociedad. Siempre llega tarde. Pero es que cada vez que intenta solucionar un problema, cambia el paradigma. De ahí los problemas que existen a la hora de establecer un marco legal para las relaciones laborales, la dificultad de luchar contra la piratería, o la de hacer accesible Internet a nuestros mayores. Las grandes compañías, los lobbies económicos y los partidos políticos están poniendo muy difícil establecer condiciones de transparencia y respeto a nuestros derechos. La guerra comercial por los datos de los usuarios es la gran guerra del siglo XXI. La novela plantea un punto de vista interesante ya que no hablas del peligro que suponen las comunicaciones a través de Internet, sino del peligro que supondría la imposibilidad de acceder a información y comunicaciones globales instantáneas. ¿Cree que las sociedades están mejor preparadas para avanzar que para retroceder? ¿Cómo crees que afectaría a las estructuras sociales? Este mundo es fascinante, por un lado, avanzamos en asuntos que en el siglo XX ni imaginábamos y somos capaces de cosas increíbles. Por otro, parece que más que avanzar, retrocedemos en derechos. La tecnología nos ofrece un mundo de posibilidades y, pese a ello, no estamos haciendo un mundo más digno para las personas. Vuelven los fantasmas del pasado de la humanidad, nos cargamos el planeta y a veces parecemos más cerca de Black Mirror que de una utopía de convivencia. El libro es un ejercicio de fabulación sobre cómo creo que la sociedad reaccionaría. Sospecho que no seríamos tan diferentes a como somos ahora, y que la nueva situación convocaría a muchas empresas y personas en la búsqueda de posiciones de privilegio. El protagonista, Isaías, apodado El Profeta, es un ex youtuber que ve cómo su trabajo de años para reunir millones de seguidores se esfuma con la caída de la red. La necesidad de seguir conectado le lleva a grabar vídeos de nuevo, aunque esta vez con una vieja cámara y desde su azotea. Mantiene la esperanza de hacérselo llegar al público por alguna otra vía. ¿Cree que la tecnodependencia que ya emerge hoy puede tener consecuencias psicológicas graves en el futuro? Ya las tiene, de hecho. Condiciona nuestras relaciones humanas hasta el punto de convertirnos en caricaturas. Cuántas fotografías hay de personas en los bares consultando sus redes sociales sin mirarse a la cara. Los influencers siempre pendientes de las redes. Las muertes haciéndose selfies. O esas imágenes de multitudes pendientes de captar la fotografía con el móvil en vez de vivir los momentos. Es curioso porque en esos casos, por tener para siempre la fotografía, te pierdes vivir el momento tal cual sucedió, que puede que no sea tan eterno como la fotografía, pero desde luego es mucho más auténtico. A veces envidio a esa ciudadanía de la España vacía cuya vida apenas ha cambiado. Lo cuento en la novela con el ejemplo de Cuba. Probablemente, quienes menos dependencia tuvieran de las tecnologías, serían los que más fácil se adecuarían a una realidad sin Internet.
Las relaciones digitales han sido muy criticadas desde sus comienzos y tildadas de no reales y engañosas, pero a día de hoy también encontramos profesionales, amigos, parejas, proyectos que han surgido o se han dado a conocer gracias a Internet. Como experto digital, ¿cree que esos círculos contribuyen a abrirnos un nuevo mundo o a aislarnos del mundo real? Como siempre, depende del uso que le demos. Lo hablamos en la presentación del libro en Jerez. Lo tecnológico, como todo en la vida, tiene sus luces y sus sombras. Tengo amigos que han encontrado a través de la red sus parejas, sus trabajos, la manera de socializar sus hobbies… sus vidas están marcadas por la tecnología. Eso no puede ser malo. Sin embargo, está ese lado oscuro del ser humano. Que surjan trolls, acosadores, ciberdelincuentes, pederastas, etcétera, entra dentro de nuestra naturaleza. La red no es sino una extrapolación de nuestra sociedad al ámbito digital. La oportunidad de encontrar círculos de confort puede producir endogamia, pero también grandes satisfacciones. La novela nos habla del control social de masas y de la pasiva respuesta ciudadana ante la desinformación y la manipulación informativa que se vive a diario. Haces un juego de palabras interesante al introducir al personaje de Nada, una joven activista con tendencias suicidas que dará un vuelco a la vida de Isaías y lo despertará de su letárgica nostalgia para invitarlo a la acción. ¿Cree que en el fondo todo abuso provoca una resistencia, aunque tarde en llegar? No lo creo. Hay personas que permanecen en condiciones de subordinación toda la vida. Creo en la capacidad del ser humano de conformar reacciones contrahegemónicas y transformadoras, pero no creo que se dé en todas las circunstancias. En el caso de la novela, Nada me servía como factor desencadenante. Pero no me valía como mero artilugio narrativo, quería tratarla con cariño. Por eso me esforcé en dotarla de un contexto, de una motivación, de carácter… Nada es uno de mis personajes favoritos de esta novela. Se nota, ¿verdad? ¿Cree que los gobiernos y las grandes corporaciones ocultan la mayor parte de los avances que utilizan para vigilar a la población y manipular el poder económico? ¿Cómo crees que debe protegerse la sociedad para que las nuevas tecnologías, como el 5G, sean una herramienta favorable y no un peligro? Que las grandes corporaciones actúan en su propio beneficio y con escasa responsabilidad social no es una impresión, está demostrado históricamente. Un ejemplo, Facebook solo reacciona si la ley o los usuarios le hacen tambalear el negocio. Si ve que la confianza se quiebra y existen alternativas, se ponen las pilas en cuestión de transparencia. Si no, no lo hace. Es una cuestión de dinero. Rara vez las iniciativas de las grandes compañías se dirigen de motu proprio a lo que sea lo más justo o ético. Eso que llaman la Responsabilidad Social Corporativa es un invento que sirve de blanqueamiento. Si los responsables de las grandes tecnológicas fueran verdaderamente responsables comenzarían por pagar los impuestos que le corresponden y no crearían la ingeniería fiscal necesaria para pagar evitarlo, analizarían su brecha de género buscando una solución real y establecerían una horquilla salarial pública y al alcance de todas las personas. Y no lo hacen. Hablan de cosas más etéreas para no perder sus privilegios. Con respecto a nuestra manera de protegernos, pues igual que toda la historia de la humanidad, luchando como jabatos por cada uno de nuestros derechos. Puede comprar el libro en:+ 0 comentarios
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