Una nueva obra magnífica de la editorial vallisoletana, otro facsímil fuera de serie. Casi 25 años empleó el infante leonés Fernando Adefónsez, y luego rey de León y de Castilla Fernando III “el Santo”, en la reconquista de lo que él denominó como la Castiella Novísima, aunque bajo las leyes del “BUEN FUERO DE LOS JUECES DE LEÓN”. Curiosa la cínica hipocresía del soberano, que había comenzado a saltarse las normas; cuando, manu militari, había orillado el testamento de su padre, el gran rey Alfonso IX “el de las Cortes” de León, presionando con todas las malas artes posibles a sus dos hermanastras Sancha y Dulce, auténticas herederas del trono imperial legionense. Durante esos cinco lustros, el soberano leonés consigue resolver variados problemas, con la finalidad de poder alcanzar los objetivos reconquistatorios en el territorio todavía andalusí. El fin supremo de todo ello era cristianizar el gran río de la Bética, es decir el Guadalquivir. Julio González González, viviente entre 1908 y 1991, fue un prestigioso medievalista español, que se acercó con sumo respeto al Reino de León, escribiendo la más completa y prodigiosa, hasta ahora, biografía del regio padre de Fernando III, léase el rey Alfonso IX “el de las Cortes” de León, entre los años 1944 y 1945. Existen dos grandes metas en todo ello: la primera se refiere a la reconquista de Jaén o capital del Santo Reino, que era el camino o la llave para llegar a la gran capital de las taifas del momento histórico, que hoy me ocupa y me preocupa, Sevilla. “La reconquista de Jaén forma parte de un conjunto de hechos que se deben agrupar más bien por la conquista del reino que por la de su cabeza, obra muy difícil e importante que se coronó en 1246 tras veintidós años de esfuerzos más o menos continuos en su ejecución, con etapas y pausas, pero siempre orientadas a un mismo fin. En el ánimo de Fernando III figuró, al menos desde poco después de iniciar la guerra contra los musulmanes, el propósito de emprender y ultimar la conquista del reino de Jaén: así es como en 1228 prometió dar a la Orden de Calatrava ciertas heredades en Arjona y unos términos en Jaén cuando realizase su conquista; otro tanto hizo sobre el castillo de Priego en 1245 y el de Alcaudete”. Dos intereses se superponían en la mente del monarca, el primero el relativo a la gloria militar, y el segundo tenía relación con el interés económico, ya que dichas tierras iban a suponer importante ingresos para la corona, lo que le permitiría proseguir la reconquista. El territorio giennense siempre ha sido de capital importancia para conquistar el sur peninsular; desde los cartagineses a los romanos que debieron conquistar esas tierras para domeñar la meseta central o el Levante. El monarca de Castilla y de León necesita conquistar, de forma perentoria, ese reino de Jaén para asegurar la reconquista del reino de Granada o poder tener los pies firmes en el reino de Murcia. Es obvio que el soberano de León y de Castilla es un político ágil, taimado y maquiavélico; y para los conceptos de su época es de una talla importante. No puede, en ninguna circunstancia, desparramarse por la baja Andalucía sin haber domeñado, a priori, esa puerta esencial que es Jaén. “…Y que mueve los hilos diplomáticos de alianzas, pactos y treguas para conquistarlo con el menor derramamiento posible de sangre…”. Para esa reconquista es para lo que sirven los dineros de las taifas, pura y simplemente para conquistar sus fortalezas, sus comarcas y sus ciudades, llevando a esos mahometanos a la ruina más absoluta. Los propios sarracenos se lo pusieron a tiro, cuando el imperio de los almohades se derrumbó con estrépito, tras la derrota del Miramamolín en la Batalla de Las Navas de Tolosa por el esfuerzo bélico de los reyes Pedro II de Aragón, Sancho VII de Navarra, Alfonso VIII de Castilla, y los esfuerzos desinteresados y sumamente valiosos de los soldados provenientes de los deseos del rey Alfonso IX de León y de Alfonso de Portugal, es decir aguerridos soldados leoneses y portugueses. Esos soberanos de Taifas se empeñaron en batallas entre ellos, y esas discordias fueron atizadas, de forma inmisericorde, por el Rey de León y de Castilla; ya esta táctica tan retorcida la había empleado, a priori, el rey Alfonso VI de León. “Contrasta, en efecto, la comparación de los dos campos: en el cristiano la unidad se afina, un solo rey es el que inicia y corona la obra con la cooperación de valiosos, aunque no muchos hombres; en el musulmán, un laberinto de intrigas, hostilidades, partidos, direcciones, cabezas y esfuerzos que se anulan y pierden chocando entre sí. Por eso la línea del conquistador resulta más clara y sencilla que la del vencido”. El reino de Sevilla siempre ha sido sumamente codiciado, al ser crisol de culturas. Tras la caída estrepitosa del Califato de Córdoba; el reino hispalense era una meta esencial, y sus riquezas conllevaban un cúmulo de envidias y de deseos insatisfechos para todos los habitantes de los Reinos de León y de Castilla. Costó poco su reconquista; tras conseguir el derribo de sus muros defensivos, que lo eran Jaén y Sierra Morena. El antecedente histórico inequívoco, para la llegada de Fernando III al Bajo Al-Andalus, es el comportamiento militar reconquistatorio del gran monarca leonés Alfonso VII “el Emperador” de León. “Por eso ya en 1144, apoyando a su amigo Zafadola, realizó una incursión por tierras de Córdoba y Granada, de la que ya había regresado a fines de año”. Esto es todo, hasta que se realice la lectura obligada de esta obra magistral, que recomiendo sin ambages, como toda la colección genial de Maxtor. “Venari, lavari, ludere, ridere hoc est vivere”. Puedes comprar el libro en:
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