El historiador González Cuevas mantiene la estampa del profesor que parece despistado en sus asuntos, pero, con su conversación fácil, pronto nos demuestra que está al tanto de todo lo que concierne a la actualidad política española, acerca de la cual apenas se le escapa ningún detalle. Especialmente de la derecha española, a la que muchos estudiosos ven a la deriva de una concepción excesivamente liberal, sin atender a la historia del conservadurismo patrio. De hecho, el Partido Popular es un partido moderno que apenas recoge las esencias de la tradición conservador española. Su último libro recoge la trayectoria vital de Gonzalo Fernández de la Mora (1924-2002), ligada al régimen de Franco y al proceso de transición al Estado de partidos.
Fernández de la Mora fue diplomático, empresario, escritor, filósofo y ministro de Franco, y su vida giró en torno a la creación cultural y a la acción política. Su gran ambición fue la de ejercer el liderazgo intelectual y la de recoger un doctrina ideológica para la derecha española, radicando su importancia histórica en la capacidad de conseguir formular y resolver, ante el desarrollo económico y la secularización religiosa de los años 60 del pasado siglo, la conversión de la vieja perspectiva teológico-política en un conservadurismo renovado, secular, posmetafísico, atento a los factores de desarrollo económico y plena aceptación de la economía de mercado. Preguntamos a González Cuevas acerca de la actual situación de la derecha española, su presente y su futuro.
¿Cómo ve Vd. a la derecha española actual? ¿Diferencia Vd. entre Derecha y Partido Popular, puede hablarse de varias derechas?
Como historiador, intelectual y ciudadano español, la situación de nuestras derechas me parece absolutamente deplorable. Esta situación viene de lejos, pero creo que hemos llegado a nivel que personalmente considero intolerable. Sobre todo, a nivel cultural, de pensamiento político y de moralidad pública. No es extraño que hace ya unos años el hispanista norteamericano Stanley G. Payne afirmara que la derecha española había desaparecido en términos históricos. Ya no se podía hablar de derecha, sino de “no izquierda”. Las diversas familias doctrinales de la derecha han sido incapaces de renovarse. El tradicionalismo católico desapareció con el Concilio Vaticano II. La tradición liberal-conservadora de Ortega y Gasset no ha tenido, desde Julián Marías, seguidores de altura. Incluso se ha pretendido dar una interpretación social-demócrata de ese legado. Lo mismo ocurre con la tradición empírico-positivista de Gonzalo Fernández de la Mora. El falangismo murió intelectualmente en los años sesenta del pasado siglo. Por otra parte, la Iglesia católica ha sido incapaz de renovar el apoyo de las elites intelectuales. Las figuras de Pedro Laín Entralgo o de Xavier Zubiri o del ya citado Marías han carecido de continuidad. Los intentos de adaptación de la Nouvelle Droite de Alain de Benoist a la realidad española han fracasado.
Por otra parte, la derecha oficial o hegemónica, es decir, el Partido Popular, se ha mostrado incapaz no ya de promover, sino de plantear un proyecto cultural digno de tan nombre. Su discurso histórico-político, sobre todo bajo el liderazgo de José María Aznar, tuvo por base un pragmatismo sin horizontes, sin posibilidad real de continuidad. Un discurso que intenta amalgamar a Manuel Azaña con Antonio Cánovas del Castillo no puede ser tomado intelectualmente en serio. Tan sólo mostraba oportunismo, entreguismo y capitulación ante las izquierdas. Esto lo vio muy bien el excomunista Jorge Semprún. A ese respecto, la labor de la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES) ha sido, y es, a mi modo de ver, infructuosa. Por de pronto, y esto es grave, ha ignorado por completo la existencia de un pensamiento español de carácter liberal y/o conservador, limitándose a la traducción de autores franceses y norteamericanos.
En rigor, su interés se ha centrado en la difusión de la economía liberal. Por lo general, las derechas han desestimado o ignorado e incluso despreciado la labor del intelectual. Se lo han dejado, a cambio de nada, a una izquierda, como la española, que vive de unas “glorias” pasadas que no han aportado nada al pensamiento europeo. Ahí está, para demostrarlo, la concesión de premios a mediocridades tan “excelsas” como Juan Goytisolo o Fernando Trueba, que dicen las mayores insensateces y no pasa nada. Es más: hay algunos en la derecha que hasta les ríen las gracias. ¿Alguien se imagina la concesión de un premio oficial a un escritor como Juan Manuel de Prada?. Desde luego que no. Sería visto, incluso por sectores de la derecha bienpensante, como una provocación. Así que si eres un intelectual de derechas ya sabes que, en España, serás atacado o silenciado no ya por la izquierda, sino por la propia derecha. El Partido Popular ni tan siquiera se ha planteado no ya la derogación, que sería lo justo, sino la mera reforma de la Ley de Memoria Histórica; con lo cual nos ha dejado indefensos a los que nos opusimos a ella desde el primer momento. Y eso por no hablar de su incalificable decisión –o, mejor dicho, indecisión- acerca de la Ley del aborto. Con ella, ha consolidado por décadas la hegemonía de la “cultura de la muerte”; y de ahí pasaremos a la legalización de otras aberraciones como la eutanasia. Tampoco ha hecho nada a favor de la familia. No ha dado ninguna alternativa a la legislación sobre el pseudomatrimonio gay. ¿La tiene?. Creo que no. ¿Qué decir de medidas en contra del invierno demográfico español?. Nada de nada. El Partido Popular no cree en la familia; y digo la familia, y no esa necedad de la “familia tradicional”. De la lucha contra ETA, casi sería mejor no hablar; es un tema doloroso para muchos. El día que oí a Rajoy aquello de “cuánto llueve” en el momento en que fue interrogado por los periodistas acerca de la excarcelación de los terroristas de ETA se me abrieron las carnes. Fue una auténtica revelación de la auténtica faz del Partido Popular. A nivel económico, se ha limitado a seguir las indicaciones de Alemania y de Bruselas. No hagamos demagogia; con toda seguridad, los socialistas hubieran hecho lo mismo; en realidad, esas medidas las inició Rodríguez Zapatero. Pero ese seguidismo carece de mérito político. Las clases medias, los jóvenes y los trabajadores autónomos no se han visto beneficiados por esa legislación. De su política frente al nacionalismo catalán –y el vasco- hablaremos luego, porque merece párrafo aparte.
Por todo ello, hay que señalar que existe una clara diferencia entre la derecha como base social y el Partido Popular. El Partido Popular es una parte de la derecha, pero no engloba al conjunto de ese espacio social, político y cultural. En realidad, y lo he dicho muchas veces, es el Partido Popular el enemigo por antonomasia no ya de la consolidación, sino de la aparición de otras alternativas de derecha. Un ejemplo claro de ello es VOX, cuyas candidaturas he votado aún a sabiendas de su imposibilidad de triunfo; y que ha sido marginado de la mayoría de las plataformas mediáticas y de la prensa en general. Y es que está claro que en los grupos más influyentes de la derecha mediática y financiera tienen pánico a una repetición de la experiencia autodestructiva de la UCD. No quieren saber nada de una división de las derechas, lo que, a su juicio, llevaría a una posible marginación del poder político semejante a la de los años ochenta y noventa del pasado siglo, con Manuel Fraga y luego con Hernández Mancha al frente. El Partido Popular controla de una manera despótica la mayoría de los mass media de la derecha y los diarios más influyentes. Por otra parte, hay que reconocer que las iniciativas conservadoras al margen del Partido Popular han sido muy débiles a nivel de liderazgo y de apoyos sociales. Un partido como Alternativa Española no parece haberse dado cuenta de que el momento de los partidos confesionales ha pasado ya; y que la Iglesia católica ha marginado continuamente esas tendencias. VOX parece una alternativa más coherente; pero, al menos hasta ahora, lo que parece haber intentado en la reconstrucción del Partido Popular de Aznar; algo, hoy por hoy, imposible.
La emergencia de una derecha populista, semejante a la del Frente Nacional en Francia, me parece, hoy por hoy, imposible. No sólo porque en España no existe una tradición de esas características, sino porque los partidos españoles de la extrema derecha tradicional, como Fuerza Nueva y las diversas falanges, cometieron errores gravísimos en la etapa posterior a la muerte de Franco, apostando directamente por el golpe de Estado militar y siendo totalmente incapaces de renovar su discurso y proyecto político. Se me dirá que ha surgido Ciudadanos, pero este grupo se mueve en la máxima inanidad doctrinal; y no es un partido necesariamente de derechas. Ciudadanos es, como se sabe, un producto del problema catalán. Su defensa de la unidad nacional me parece casi heroica, dada la situación de Cataluña. Pero la defensa de la unidad nacional española debe ser una opción trasversal. No debe de ser ni de derechas ni de izquierdas; ha de ser de todos. Es el fundamento de nuestra existencia social, de la solidaridad entre territorios y de nuestra continuidad como construcción histórica. En el fondo, me parece que Ciudadanos es un remake de la UCD de Adolfo Suárez. Nada nuevo bajo el sol. Mucha imagen y poco proyecto político y cultural. Lo cual obstaculiza cualquier propuesta de regeneración profunda. Ni de reforma intelectual y moral, como la que proponía Ernest Renan, tras la derrota de Francia ante Prusia. Lampedusa acabará por imponerse: “Que todo cambie para que todo siga igual”. A eso vamos. Y no puede ser, a mi modo de ver, más decepcionante.
¿Cuáles cree Vd. que son los actuales problemas de la Derecha Española, si es que tiene alguno?
Ya he señalado algunos: falta de proyecto político y cultural; desprecio hacia su base social; pereza mental; complejos históricos: la derecha hegemónica no sabe qué hacer, por ejemplo, con el franquismo; desmovilización política, cultural, social; ausencia de alternativas; conformismo, etc. No obstante, creo que la enfermedad fundamental de la derecha realmente existente en España, es decir, el Partido Popular es el “centrismo”. Como señala el politólogo Julien Freund, el centrismo es una manera de anular, en nombre de una idea no conflictual de la sociedad, no sólo el enemigo interior, sino las opiniones divergentes. Desde nuestra perspectiva, el “centrismo” es históricamente, y lo estamos viendo en el tema de la secesión de Cataluña, un agente latente que, con frecuencia, favorece la génesis y la formación de conflictos que pueden degenerar en enfrentamientos violentos. En el mismo sentido, se expresa Chantal Mouffe, al afirmar que el “centrismo”, al impedir la distinción entre derecha e izquierda, socava la creación de identidades colectivas en torno a posturas claramente diferenciadas, así como la posibilidad de escoger auténticas alternativas. En el fondo, el “centrismo” no es más que la consagración del oportunismo político; y no es extraño que sea la opción preferida por los empresarios y por el mundo económico en general. Sin embargo, creo que existe un claro divorcio entre la “elite” del Partido Popular y su base social. El Partido Popular lo sabe, pero señala que “o yo o el caos”. Si el Partido Popular logra vencer en las próximas elecciones, aunque no sea por mayoría absoluta, será por el voto del miedo. Una victoria, a buen seguro, pírrica, que no solucionará nada, a menos que rectifique, lo cual no es muy probable. Habría que preguntar, por ejemplo, a un antiabortista, las razones de su voto al Partido Popular. Y lo mismo a un intelectual de derechas, a un pequeño empresario, a un joven, a un defensor de la unidad nacional. O yo o el caos, dicen. Pero es que ellos son, en gran medida, el caos. Resulta peligroso fiarse de ellos. ¿Quién nos puede asegurar que nos pactarán de nuevo con los nacionalistas catalanes, a cambio de una moratoria en la independencia?. Nadie puede asegurarlo. Rajoy y su grupo son imprevisibles.
¿Por qué el PP no “prende” en Cataluña y País Vasco, habiendo en esas regiones derecha “confesional” e industrial? ¿Considera Vd. que la coalición catalán CiU era de “derechas”?
En Cataluña y el País Vasco, la derecha española real, la única existente, es decir, el Partido Popular, ha tenido que competir política y socialmente con los nacionalistas conservadores, PNV y Ciu. Pero, al menos en mi opinión, no ha sabido representar los sentimientos y los intereses de sus bases sociales, sobre todo cuando José María Aznar llegó al poder; no digamos con Mariano Rajoy. En el caso de Aznar, su legado es ambivalente, distinto en Cataluña que en el País Vasco. Aznar tuvo que pactar con Jordi Pujol y Ciu, lo cual supuso el sacrificio de su líder catalán, Alejo Vidal-Quadras, el único político que ponía nervioso a Pujol y que había logrado construir una alternativa de derecha nacional española en Cataluña. Ese fue un error histórico, cuyas consecuencias la derecha española en Cataluña está sufriendo aún. En el País Vasco, la realidad era distinta. Y, gracias a la lucidez de Jaime Mayor Oreja, María San Gil y el mártir Gregorio Ordóñez, se supo y se pudo hacer frente al nacionalismo y al terrorismo de ETA. En este momento, el Partido Popular vasco, gracias a las estrategias de Rajoy y su grupo, es de una mediocridad abrumadora; está dividido y es muy posible que pierda la poca influencia política y social que le queda. Ha sucumbido ante el nacionalismo. En Cataluña, el Partido Popular ha sido, hasta hace relativamente poco tiempo, un fiel servidor de Pujol y de Ciu. Sólo cuando la acción de los nacionalistas era ya claramente secesionista, se ha decidido a reaccionar, cambiar su discurso y elegir un nuevo dirigente, ya claramente antinacionalista. La aparición de Ciudadanos es una consecuencia clara del fracaso del Partido Popular frente al nacionalismo, aunque el grupo de Albert Rivera ha recogido igualmente votos del PSC. En cualquier caso, me parece evidente que, desde la defenestración de Vidal-Quadras, el Partido Popular no ejerció una oposición real al nacionalismo; y que incluso llegó a estar fascinado por la torva figura de Jordi Pujol. Algo que ocurrió igualmente en las elites económicas y mediáticas madrileñas, que nombraron en 1985 a Pujol hombre español del año. Y que incluso celebraban como propias las victorias de Ciu en Cataluña frente a los socialistas. Los que ya tenemos una cierta edad no podemos olvidarnos. A muchos ya entonces nos parecía bochornoso. Además, el Partido Popular ha sido incapaz de articular un nuevo proyecto vertebrador para Cataluña y el conjunto de España. Su actitud ante el nacionalismo ha sido meramente reactiva, no proyectiva. Rajoy ha jugado, desde su llegada al poder, con la estrategia de esperar a que el proceso secesionista se autodestruyera. Esta estrategia puede ser efectiva, pero sólo a corto y medio plazo. Sin un proyecto alternativo claro y efectivo al nacionalismo, las pulsiones secesionistas, que son parte integrante de la realidad radical del Estado de las autonomías, volverán más pronto que tarde a surgir.
Con respecto a Ciu o, mejor, Convergencia, ya que Unió ha abandonado la coalición, hay que decir que ideológica y socialmente es un partido conservador, de derecha liberal con ribetes comunitaristas. Sin embargo, desde el punto de vista de la praxis política, se ha convertido, por su independentismo y sus alianzas con la izquierda catalanista, en un partido desestabilizador, rupturista y, en definitiva, revolucionario. La independencia catalana, a la que dicen aspirar, significa una ruptura de incalculables consecuencias a nivel político, cultural, social y económico. En definitiva, una revolución. Algo que ni el Partido Popular ni las elites de orientación madrileñas han sabido analizar; tampoco, por supuesto, denunciar. Hasta ahora, pero quizás sea ya tarde.
¿Considera Vd. que Fernández de la Mora fue un político de la Transición? ¿Hay valores en la Transición que debieran rescatarse?
No; Fernández de la Mora no fue un hombre de la Transición; fue todo lo contrario: el gran crítico, desde la derecha, del proceso de cambio político. Hace ya algunos años publiqué un artículo titulado “Partitocracia y secesionismo. La crítica de Fernández de la Mora a la Transición”. No hay duda de que dio en el clavo. Los dos grandes problemas de España, aparte del económico, son esos dos: la partitocracia y el secesionismo. En la izquierda hace tiempo igualmente que se sometió a crítica la Transición y la propia Constitución de 1978. Lo hicieron, entre otros, Manuel Sacristán, Josep Fontana o Ignacio Sotelo. Es hora, en mi opinión, que algún grupo de la derecha recoja las críticas de Fernández de la Mora.
¿Valores de la Transición?. ¿Cuáles?. El historiador comunista Josep Fontana calificó la Transición de “sainete”. En mi opinión, no es una mala definición, aunque mis opiniones políticas sean antagónicas de las sustentadas por Fontana. Conviene, pues, hacer una valoración realista de la Transición, huyendo, en lo posible, de aspectos míticos o morales. En política, los valores, guste o no, son instrumentales. Siempre he creído que el proceso de cambio político que denominamos Transición no tuvo nada de milagroso; lo milagroso hubiera sido la supervivencia del régimen anterior en el contexto de una Europa liberal, social-demócrata y marxista. El cambio se imponía por razones de orden social, económico y político: integración de las izquierdas y de los nacionalistas periféricos, entrada en la OTAN y en el Mercado Común, etc. Por ello, se caracterizó por una política de pactos, como en la Restauración de Cánovas y Sagasta. Ese fue el ejemplo a seguir. Sin en terrorismo de ETA y el desmadre nacionalista, hubiera sido un proceso absolutamente pacífico, sin muertos; pero no lo fue. Costó casi novecientos muertos; algo que ahora intenta olvidarse. Los pactos beneficiaron a las izquierdas y a los nacionalismos periféricos, que hasta entonces carecían absolutamente de poder. Se les dio lo que quisieron e incluso, en el caso de los nacionalistas, más. Aun así, los nacionalistas vascos no votaron la Constitución. Y los catalanes decían en sus manifestaciones: “Primero paciencia, luego independencia”. En eso estamos. Tanto las izquierdas varias como los nacionalistas periféricos gozan hoy de importantes parcelas de poder político, económico y cultural. Nadie está dispuesto a perderlos. Por supuesto, tampoco la derecha. ¿Qué pactos y consensos serían hoy posibles?.
La izquierda oficial, es decir, el PSOE padece una crisis muy profunda; y carece de proyecto político y, para conservar poder, está dispuesto a pactar con quien sea, excepto con el Partido Popular. De la izquierda radical, es decir, Podemos, mejor es no hablar; su influencia puede ser nefasta; significa el caos global. ¿Qué se les puede dar ya a los nacionalistas?. ¿La independencia a plazos? ¿Un concierto económico, que destruiría la ya de por sí precaria economía española?. ¿Qué decir de nuestros moribundos sindicatos?. ¿Podemos sostener económicamente el Estado de los autonomías?. ¿Qué partidos renunciarían a sus situaciones de privilegio?. ¿Y los emergentes, Ciudadanos y Podemos, no caerán en los mismos vicios que sus predecesores?. Sinceramente, creo que un consenso entre las distintas fuerzas políticas y sociales resulta, hoy por hoy, imposible. En ese sentido, creo que un pesimismo razonable se impone; de lo contrario, caeríamos en el infantilismo. Sin embargo, una de las características de la actual situación es, por desgracia, el infantilismo.
Se habla mucho de los “errores del cambio” –Fernández de la Mora escribió sobre ello-, y de la necesidad de mantener nuestra actual Constitución. ¿Cuáles considera Vd. que son los mayores errores que se han cometido en nuestro actual sistema político?
Fernández de la Mora no sólo escribió y publicó Los errores del cambio, sino un artículo significativamente titulado “Las contradicciones de la partitocracia” en 1991. Nadie parece haberlo leído; pero en él se perfila un auténtico proyecto de regeneración, mucho antes de que salieran a la luz los arbitrismos de Ciudadanos o de Podemos, sumados a la inanidad del Partido Popular y del PSOE. Señalemos algunos de sus puntos: independencia del poder legislativo y del legislativo; democratización interna de los partidos políticos; ruptura del monopolio partitocrático de la representación política, es decir, candidaturas independientes, prohibición de la disciplina de partido, voto secreto, recurso al referéndum, fiscalización anual del patrimonio de la clase política, fijación de los límites de los poderes hacendísticos de los gobiernos; exigencia de mayoría de dos tercios para la legislación presupuestaria; independencia del poder judicial, con preceptiva inamovilidad de los magistrados; incapacitación vitalicia para el ejercicio de la función pública al que mienta públicamente; selección de los funcionarios por oposición, etc.
José Luis López Aranguren afirmó, poco antes de la aprobación del texto constitucional, que éste era “un mero texto escrito que no constituye nada, que lo deja todo entreabierto y entrecerrado, a lo sumo prendido de alfileres”. En eso creo que tenía razón. De ahí el miedo de las élites políticas a una posible reforma constitucional o a un nuevo proceso constituyente.
Es preciso ser claro a ese respecto: el régimen nacido en 1978 no ha resuelto ninguno de los grandes problemas que padecía la sociedad española y, en algunos casos, los ha agravado. Salvo el problema de la hegemonía militar, y ello gracias a la entrada de España en la OTAN y en la Unión Europea, todos los demás problemas continúan, en mayor o menor medida, vigentes. La cuestión religiosa, pese al agudo proceso de secularización que ha experimentado la sociedad española, permanece vivo, porque siguen enfrentados los católicos y los críticos del catolicismo. La izquierda es laica y se identifica con la experiencia pedagógica de la II República. Tampoco podemos creer que la cuestión monárquica haya encontrado una solución definitiva. La brusca abdicación de Juan Carlos I ha sido toda una experiencia. Hoy, significativamente, sacar a la calle la bandera republicana es la forma más fácil de mostrar la oposición al régimen. Incluso en la derecha existen grupos que no perdonan a Juan Carlos I la instauración del Estado de las autonomías. No obstante, el principal problema con que se enfrenta el régimen actual es el nacional o territorial. Y es que el denominado Estado de las autonomías ha supuesto, se quiera reconocer o no, un proceso abierto a la secesión. Lejos de corregir las tendencias separatistas, las ha favorecido. Pero hay más; porque implica unos costos impagables, que lo hacen a la larga inviable. Su propia lógica lleva a la disolución del Estado. Una reforma en sentido federal es, en estos momentos, impensable. En primer lugar, porque, al menos por el momento, el Partido Popular se opone; y, en segundo, porque no interesa tampoco a las fuerzas separatistas. Claro que igualmente hay que decir que está por ver si el federalismo es la solución; más bien todo lo contrario; en el contexto español, llevaría, a medio plazo, a la secesión. Hay que señalar, además, que el régimen actual ha sido incapaz de construir símbolos de integración; ni tan siquiera nuestro himno nacional tiene letra, y es de suponer que nunca la tendrá. La bandera ya no es aceptada por el conjunto de la población; y no sólo en Cataluña y en el País Vasco. Un sector nada desdeñable de la izquierda adopta como suya la republicana. La Ley de Memoria Histórica contribuye aún más a la división. A esto hay que añadir, a nivel socioeconómico, la crisis del Estado benefactor, la desindustrialización -35% del PIB en 1975, 15% del PIB en la actualidad-, la falta de alternativas respecto a la edificación de un nuevo modelo productivo; la emigración, y el invierno demográfico español.
¿Tiene salvación el PP o de su formulación salen varias “derechas”? En España no hay partidos liberales, demócrata cristianos o centristas, mientras que la izquierda aparece fragmentada en diversas opciones que le conceden cierto posibilismo de gobierno. Según su opinión, ¿ha sido ésta estrategia una ventaja o un error para el Partido Popular?
Hasta ahora, y con muchos esfuerzos, el Partido Popular ha conseguido ser la única fuerza política real de la derecha en la sociedad española. La idea ya la planteó Fraga: “Nadie a mi derecha”. Finalmente lo consiguió, aunque quien lo llevó a puerto no fue él, sino su heredero Aznar. Como ya dije, existe pánico a una posible fragmentación de la derecha semejante a la sufrida por UCD. El fin de la UCD supuso catorce años de hegemonía socialista. Gracias a la unidad, el Partido Popular pudo finalmente, no sin esfuerzos y sin pactos con los nacionalistas catalanes y vascos, acceder al poder en 1996; y conseguir luego una mayoría absoluta en 2000. Tras la derrota de 2004, el Partido Popular logró conservar la unidad; y ello favoreció su triunfo en 2011. No obstante, ello ha tenido sus costes a nivel político, doctrinal y social. Sin competencia por la derecha, el Partido Popular ha podido hacer lo que le ha dado la gana. En ese sentido, creo que ha existido un auténtico chantaje a su base social. Ello ha supuesto ausencia de políticas natalistas, apoyo a los nacionalistas, ausencia de lucha cultural, consolidación del proyecto de Rodríguez Zapatero en el tema del aborto y de la memoria histórica. Es posible plantearse, al menos como hipótesis, que un partido a la derecha del Partido Popular –no necesariamente de extrema derecha- hubiera impedido estas derivas, en particular el antihistórico y permanente pacto con las fuerzas nacionalistas. Sin embargo, todo ello no ha sido solamente consecuencia de las presiones de los poderes económicos y mediáticos; ha sido igualmente la inanidad de los grupos y fuerzas políticas alternativas.
La corrupción ha desprestigiado enormemente a los partidos políticos. Según su opinión, ¿es esta situación comparable a la que se vive en otros países europeos? ¿Tiene arreglo?
Ignoro los niveles de corrupción de otros países. En el caso de España, periodistas como Javier Benegas y Juan M. Blanco, habla de niveles africanos. Quizás sea una exageración; pero es indudable que nuestros niveles de corrupción resultan inadmisibles; y que han contribuido al empobrecimiento de la sociedad española, aparte de dar una imagen muy negativa en el extranjero. La corrupción es en nuestro país estructural, sistémica; y va desde la Casa Real hasta el último concejal de ayuntamiento. Esto es algo que hay que decir claramente. Naturalmente, lo ideal sería erradicarla; pero, como ocurre con la prostitución, resulta humanamente imposible. Hay que controlarla y perseguirla mediante leyes lo más draconianas posibles. Igualmente, propiciando, mediante la educación, cambios profundos tanto en la mentalidad de las elites sociales como en la de las clases populares. A nivel de elite política, como señaló en su momento Fernández de la Mora, serían necesarias medidas muy duras: fiscalización escrita anual del patrimonio de la clase política, conformada por jueces; rigurosa normativa urbanística y de contratación por la administraciones públicas; incapacitación vitalicia para el ejercicio de cualquier función pública al que mienta públicamente en materia de su competencia, incumpla el compromiso electoral o incurra, directa o indirectamente, en peculado o tráfico de influencias; incompatibilidad de los cargos políticos electivos con cualquier otra actividad, excepto las no lucrativas y la administración de los bienes propios; limitación, según los niveles, del número de reelecciones; constitución de los órganos de selección y promoción de jueces por el propio poder judicial con preceptiva inamovilidad de los magistrados, salvo al petición propia y según reglamentos estrictos, etc, etc.
Al igual que han surgido opciones populistas en la izquierda radical, ¿por qué no surgen otras opciones en la Derecha?
Ya lo indiqué, en parte, en la primera pregunta. En los años setenta y ochenta, los grupos convencionalmente denominados de “extrema derecha” cometieron errores gravísimos: apuesta por la alternativa del golpe de Estado militar, impenitente nostalgia de tiempos pretéritos, incapacidad de renovación intelectual y cultural, recurso a la violencia, etc. Desde 1982, año en que se autodisolvió Fuerza Nueva, no existe en existe en España, a diferencia de la mayoría de los países europeos, una fuerza política de estas características. Han existido algunos intentos; todos ellos infructuosos. Tampoco estos sectores han sabido exportar estrategias e ideas provenientes, por ejemplo, de Francia e Italia. En ese sentido, hay que tener en cuenta la propia situación histórica de España. En nuestro país, la mentalidad de estos sectores ha sido tradicionalmente estructurada por el catolicismo integrista. De ahí la escasa influencia en España de los planteamientos laicos de Maurras, Barrès, la ausencia de una derecha hegeliana, etc; y la muy escasa influencia del fascismo. Nunca ha existido en nuestro país una derecha populista, semejante a la de Italia o Francia. El Concilio Vaticano II y el proceso de desarrollo económico de los años sesenta destruyeron los fundamentos del tradicionalismo católico y, en consecuencia, la posibilidad de una extrema derecha católica. Sin embargo, Fuerza Nueva siguió siendo tributaria del tradicionalismo católico. Esta mentalidad y estos planteamientos mentales e ideológicos han bloqueado la presencia de ideas innovadoras, como la de la Nueva Derecha Francesa, Julius Evola, el comunitarismo, los nuevos nietzscheanos, ecología, etc. Estos sectores tampoco han conseguido apoyos mediáticos y en la prensa más influyente. Todo lo contrario: existe un claro consenso en estos sectores en no patrocinar –ni tan siquiera dar información- a lo que convencionalmente se denomina “grupos de extrema derecha”. Mediáticamente, la derecha populista o extrema derecha no existe en España. Y la inmensa mayoría de los líderes de opinión y sus grupos de apoyo consideran que uno de los grandes logros del actual sistema político es la inexistencia de la extrema derecha. A diferencia de la izquierda radical, tampoco han conseguido crear un líder ni una estructura de partido unitaria. Ni tan siquiera las diversas falanges han conseguido realmente llegar a la unidad.
¿Tiene futuro el PP?
Como todo partido, tendrá porvenir si logra triunfar en las elecciones, mantenerse en el poder y conservar su unidad. En ese sentido, su porvenir está muy abierto. No obstante, todo el mundo sabe que en el Partido Popular conviven o coexisten diversas tendencias políticas e ideológicas. Rajoy ha conseguido, hasta ahora, mantener la unidad porque logró ganar las elecciones y el apoyo de una serie de poderes económicos y mediáticos. Pero no es un líder carismático y si se perdieran las próximas elecciones seguramente se pondría en cuestión su liderazgo y podría plantearse alguna escisión. Ya tuvo una, aunque logró controlarla, como la de Santiago Abascal y VOX. Ello demuestra que existen sectores conservadores profundamente descontentos y disidentes con la política seguida por la élite del partido. Igualmente, existen sectores mediáticos, como el de Jiménez Losantos, Pedro J. Ramírez o la decadente Intereconomía, que, si bien minoritarios aún y poco poderosos, han ejercido una crítica corrosiva sobre la actuación del Partido Popular. Es posible que una derrota electoral del Partido Popular pudiera provocar alguna escisión. Pero insisto; se trata de un proceso abierto. Ni en política ni en historia son viables las profecías.
Finalmente, y ante el devenir de los últimos acontecimientos, me gustaría que, como historiador, nos haga una anticipación sobre el camino que pueda tomar la UE en los próximos y el papel que ahí pueda jugar España.
Confieso que nunca he creído en la construcción de una nación europea. Se trata, a mi modo de ver, de un proyecto “constructivista” (Hayek), es decir, racionalista que no tiene en cuenta el “absolutismo de la realidad” (Hans Blumenberg). Lo que entendemos por Europa es una entidad asombrosamente plural a nivel social, político, económico, cultural, étnico, mental, etc. Hay que contar igualmente con la realidad de los países del Este. Siempre me ha parecido más viable lo que Charles de Gaulle denominaba “la Europa de las Patrias”. Creo que en Europa, a diferencia de España, la confederación sería una solución más viable. Sin embargo, como ha señalado el politólogo Larry Siedentop, no está preparada para ello. Además, la integración europea plantea el tema de la creación de una clase política europea, lo cual es hoy enormemente problemático. Por otra parte, existe el peligro de que un gobierno europeo se convirtiese en un gobierno burocrático y centralizado, que impusiese al resto de los países sus políticas económicas y culturales. El fracaso del proyecto constructivista europeo se está poniendo de manifiesto no sólo a nivel económico, sino sobre todo a nivel político. Los recientes atentados de París han puesto en cuestión el contenido de los acuerdos de Schengen sobre la libre circulación de personas a lo largo de Europa. Igualmente, con la crisis planteada por los refugiados de Siria. De la misma forma, hay que tener en cuenta a Gran Bretaña. Si ésta decide en un momento preciso abandonar la Unión Europa, ello no tendría graves consecuencias de orden económico, pero políticamente sería catastrófico. Por otra parte, como señala el historiador socialdemócrata Tony Judt, el Estado nación sigue siendo una realidad muy fuerte; que ha conseguido adaptarse a las nuevas circunstancias de la globalización; y cuya continuidad ha de defenderse.
¿Qué papel podría tener España en este contexto? Por desgracia, a mi modo de ver, muy escasas y de muy segundo orden. Un país con una tasa de paro tan alta, carente de una mínima conciencia nacional unitaria, con importantes movimientos secesionistas en su seno, con la elite política muy dividida, sin proyecto político común, decadente en sus tasas de natalidad y desde el punto de vista cultural, puede aportar muy poco al conjunto europeo. Lo estamos viendo a cada momento. En ese sentido, necesitamos más a Europa que ésta a nosotros. Con todo, la Unión Europea tiene igualmente sus inconvenientes, entre ellos la erosión progresiva de los fundamentos de nuestro Estado-nación. Como señalaba de nuevo Tony Judt, las regiones ricas, como Cataluña, miran a Bruselas como alternativa, frente a Madrid, para liberarse progresivamente del pago de impuestos que ayuden a las regiones pobres como Extremadura y Andalucía.
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