El editor Ignacio Garmendía apuntó en la presentación del libro que “llevaba un tiempo queriendo publicar una obra de Jesús Aguado. Después de insistir, consintió”. “Jesús puede parecer un poeta outsider pero no lo es. Tiene una obra muy singular y es de una honestidad brutal”, señaló.
Esta última entrega de Jesús Aguado consta de cuatro partes, dos escritas en prosa poética y dos formadas por poemas, en las que el autor recorre los tantas veces sombríos laberintos de las relaciones paterno-filiales para recrear un territorio lleno de malas hierbas que alguien tiene que limpiar, regenerar, abonar y sembrar con buenas semillas (con buenas palabras) antes de que sea demasiado tarde.
La primer parte es una preparación para lo que va a venir después. La segunda parte es un diálogo con su propio padre, “una mitificación en positivo desde los ojos de un niño”, recuerda el poeta sevillano. La tercera parte es la más complicada y de la que más le costó coger el tono. “Cuando mi padre se estaba muriendo no era capaz de mirarle a los ojos. De ahí que esta parte gire sobre las cosas que había alrededor de él”, explica. La parte que cierra el libro son dos poemas que ya había publicado anteriormente y que ha querido añadir para cerrar el ciclo sobre su padre. “Está todo lo que he escrito sobre mi padre”, apunta.
Anteriormente, había escrito dos libros sobre su hija. Así culmina una doble visión: “de padre que soy e hijo que he sido”, puntualiza. En este nuevo volumen no ha querido hacer juicios morales. “Kafka sí lo hace. Yo he procurado huir de los juicios. He querido compartir lo difícil que es ser padre”, analiza, para añadir: “es un libro de alguien profundamente cobarde”.
El libro llega en “un momento para mirar hacia atrás, hacia al padre y a todo lo que representa. Cada libro de poemas es una de esas rocas que sobresalen de la corriente gracias a las cuales, de salto en salto, uno puede alcanzar la otra orilla sin ahogarse. Este era especialmente importante para mí: por esta parte del río las aguas bajan bravas y me hacía falta, más que en otros momentos, una base sólida, una piedra fiable, un lugar firme desde el que hacerle frente”, sostiene.
El poemario era necesario escribirlo, pero no es una claudicación ante su padre. “Yo no he querido reconciliarme con mi padre”, afirma rotundo. Lo que quiere es que sea útil para los lectores como lo ha sido para él. Además, el libro estaba escrito antes de que muriese su padre y si le ha costado publicarlo ha sido porque no sabía cómo se lo iban a tomar sus familiares. De hecho, todavía no se lo ha dicho a ellos.
“Siempre me ha fascinado el abismo y el vértigo que abren, contra sus propios intereses más conservadores, las relaciones institucionalizadas como esta de padre/hijo. La lucha entre las obligaciones que impone la familia o la sociedad y la necesidad de construirse una identidad al margen de ella o, en ocasiones, enfrentándose a ella, es un reto ineludible y, en ocasiones, catastrófico. Pero no era ni una asignatura pendiente ni un ajuste de cuentas sino, en todo caso, un asomarse a ese abismo a ver qué”, rememora.
Ahora con la publicación de este poemario que ha aireado sus sentimientos sólo espera una cosa: “Que el viento hable”. Él ya ha hablado.
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