Tal equilibrio, al modo de un vínculo más allá, en algún modo, de sí propio –esto es, ejerciendo un papel similar al vínculo religioso, o cuando menos teórico- establece una relación con lo observado –la curiosidad platónica- que entronca en una relación directa entre el hombre espiritual y la creación.
“Durante siglos –leemos en la Introducción-, y a partir de unas raíces que nos remontan al mundo griego antiguo, la reflexión estética en nuestra tradición cultural ha buscado habitualmente sus fundamentos en el terreno de la metafísica” De ahí nuestra voluntad de reflejar su sentido espiritual. Y continúa el párrafo: “El destino histórico de esa reflexión ha consistido por ello, con gran frecuencia, en cimentar con el resplandor del concepto de lo bello –como sublimidad, digo yo, como aspiración suprema- la inmutabilidad y permanencia del Ser, de lo que es”.
El planteamiento que sigue el profesor Jiménez en este libro (que, ahora, nos presenta en edición revisada y ampliada, puesto que su primera aparición data de 1986) es una apuesta en el sentido que se otorga a este valor: el de la aspiración a una suprema representación, a un referente icónico de contenido espiritual.
Considero a la vez que, en efecto, es la imagen del hombre el tema que concita esencialmente el contenido de este libro por dos razones: la una porque toda obra estética deriva del ejercicio racional-espiritual de él. De otra, porque a él va dirigida como destinatario, como intérprete de la ubicua idea de belleza. “La actitud del arte de vanguardia, al insistir en el carácter problemático y abierto de toda propuesta estética, al buscar la expansión de la creatividad a través del acercamiento entre arte y vida, ha subrayado como nunca en la historia de nuestra tradición cultural el carácter creativo de la recepción de las obras de arte”, leemos en la p. 168. Y, un poco más adelante, en la estela de los estudios de Gadamer y Jauss, una apreciación de este último que considero muy relevante: “La literatura y el arte sólo se convierten en historia con carácter de proceso cuando la sucesión de las obras viene procurada no sólo por el sujeto productor, sino también por el sujeto consumidor, por la interacción de autor y público”. He aquí el destino universalizador del necesario contenido de cultura.
He aquí la invitación implícita al lector a fin de que repare en lo distinto, en la armonía de lo observado, en la necesidad de ello. En sí propio. Una actitud de carácter espiritual como forma de vivencia, de conocimiento.
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